Es interesante cómo los seres humanos hemos sido desechables, a todo lo largo y ancho de la historia. Nuestra vida y muerte son indiferentes para el Supremo Narrador de la Historia.

Si fuéramos a basarnos en la tradición, su indiferencia es patente desde que un hermano se levantó contra otro, dándole muerte con una quijada de burro (según cuentan los testigos), y el mundo siguió su rotación habitual, sin inmutarse (para ser justo, hay que resaltar que “sin inmutarse” es una simplificación narrativa. En realidad hubo un juicio, el acusado se declaró inocente, se concedió una pena y una especie de “reinserción social”…. y el mundo siguió girando). En aquellas épocas todo estaba a cargo de Dios. Ahora, parece que corre por nuestra cuenta y el problema es evidente.

En 1914, el mundo (o por lo menos la parte eurocéntrica que en ese momento se consideraba “el mundo”), fue a la “gran guerra para acabar con todas las guerras”. Poco más de 20 años después, el mundo (esta vez, ligeramente más amplio) volvía a estar en guerra, era 1939.

Ese es el escenario que toma Christopher Nolan para su filme Oppenheimer. Otra historia de la guerra (luego de Dunkirk), que no podía quedar más acorde con nuestro tiempo. Ya que, a la fecha, contamos con más de 500 días de guerra en Ucrania (operación militar, según el Kremlin) y el mundo (si, otra vez "el mundo") sigue girando indiferente.

Julius Robert Oppenheimer​ fue un físico norteamericano de origen judío y director del experimento estadounidese en Los Alamos (base del Proyecto Manhattan). Es conocido por ser el padre de la bomba atómica (“La Bomba”, porque en ese entonces —dichosos ellos— solo existía una, pero con mayúscula).

Cargar con el peso de La Bomba no es cosa simple. Ahí es donde el irlandés Cillian Murphy resulta ideal. Él no es un actor simple.

No es casualidad que un cuerpo pálido y delgado, con una voz serena pero directa (las pocas veces que decide romper el silencio), puedan representar la cara de la muerte; todos esos son justamente los atributos del Segador.

Con este largometraje de 3 horas, Murphy logra su protagónico para Nolan. No le resultó gratuito, ya que tuvo que pagar derecho de piso con cinco papeles de reparto, a lo largo de casi 20 años al servicio del director; y entregar sudor y sangre por nueve años como Thomas Shelby en la popular serie Peaky Blinders.

Nolan consigue que Murphy realice un trabajo impecable (¿posiblemente mérito propio de Murphy?), aún a pesar de las grandes actores y actrices que le acompañan y podrían empañarle (nota mental: ¿es Ironman un gran actor?... sin embargo, hace su interpretación decentemente).

La idea del filme, mezcla flashbacks alternados entre el desarrollo de La Bomba y la posterior desacreditación de Oppenheimer dentro del gobierno, como una alusión a la complejidad del personaje. Se materializa en la pantalla la dualidad teoría-práctica, pasión-razón, armamentismo-pacifismo, ingenuidad-genialidad y pecado-redención, así como la medular de la trama: Strauss-Oppenheimer (esa dualidad representa la idea de pequeñez versus grandeza, según Matt Damon, uno de los actores del filme).

La escena cumbre, el famoso experimento Trinity, es un elogio a la capacidad visual y sonora del cine. Un elemento muy bien logrado narrativamente, la idea es que la sala de cine completa permanezca al borde de su asiento ("Are you ready? Hey, are you ready for this? Are you hanging on the edge of your seat?", dijera el poeta británico) para generar una atmósfera de expectación colectiva, anunciada por el sonido ensordecedor que precede al lanzamiento y rematada por el vacío y posterior explosión sonora, aderezada con mucho fuego y luz cegadora.

Un detalle interesante sobre la estructura del afiche de la película, con Oppenheimer al frente de la bomba, rodeado por un aro de fuego, se obtiene una composición muy similar a las imágenes de Shiva Nataraja, ("ahora me convierto en Muerte, el destructor de mundos").

Oppenheimer, como figura, resulta enigmático y cambiante. Es normal, en alguien que carga el peso de la historia sobre sus hombros, el peso de un arma que "puede poner fin a las guerras; pero igualmente sumir al mundo en un terror perpetuo".

Murphy es un actor con una pesada carga psicológica dentro de una cubierta frágil… o posiblemente uno con una psique frágil dentro de una cubierta pesada… o tal vez es ambas cosas y por eso resulta contradictorio (onda y partícula al mismo tiempo). Pero es la pieza ideal para llevar el peso de 180 minutos filmados en Imax de forma asombrosa (modesto detalle que el actor confesara en entrevista a The Guardian que no tenía la capacidad intelectual de comprender completamente la profunda dualidad del hombre que interpretaba, pero que fue una experiencia fascinante).

El protagonista logra un resultado impecable (lleva en esto de la capacidad actoral impecable más de 27 años de experiencia) encarnando al científico que se convirtió en Dios y pasó a ser un dios desechable. El padre del mortal artefacto que, en 1945 terminó (con indiferencia) la vida de unas 250.000 personas inocentes (y el mundo ha seguido girando sin inmutarse).

Con esta película, el director marca su separación de Warner, los motivos son personales (entiéndase  económicos), su nueva casa le asegura distribución exclusiva en salas de cine, sin injerencia en el "peor servicio de streaming".

Nolan ha lanzado una bomba. En este caso no termina una guerra sino que augura el inicio de otra, la de las plataformas de distribución de entretenimiento. Algunos espectadores ríen, otros lloran, la mayoría guarda silencio.

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