No es por pedantería que he decidido poner en latín el título de este artículo de opinión; se trata simplemente del nombre formal de dos falacias muy utilizadas en argumentos y en discursos que con costos merecen así llamarse. Claro que no es por eso por lo que he escrito esto, sino por de boca de quién los he escuchado últimamente: el presidente de la república, Rodrigo Chaves. Robles.

En la conferencia de prensa del pasado 17 de mayo el mandatario quiso desacreditar la denuncia del diputado Ariel Robles tildándolo de comunista de clóset y afirmando que por intereses compartidos se estaba aliando con Teletica en un ataque a la Presidencia (parafraseando muy mal aquella máxima apócrifa de que en política no hay amistades permanentes sino intereses permanentes). La protesta del diputado se debió al aparente despido de una funcionaria (según un comunicado de prensa de Kölbi en realidad se trató de un vencimiento de su nombramiento) quien se quejó de que la redistribución de la pauta publicitaria del estado debería obedecer a criterios técnicos y no antojadizos, al habérsele disminuido a Canal 7 para aumentársela a medios digitales afines al gobierno. No quisiera ahora entrar en discusiones acerca de esos medios, pero parece muy claro que todo obedece a una percepción de simpatía: el medio “adverso” que es Teletica se ve desfavorecido a cambio de favorecer a otros que son percibidos como “aliados”, todo esto desde la óptica de la presidencia, claro está. Me pregunto hasta qué punto se le podría señalar a Rodrigo Chaves con su propia lógica, en fin.

Ahora, un análisis rápido. Se ataca a la persona (Ariel Robles) desvirtuándola por su supuesta ideología (comunismo según Chaves) y con insinuaciones acerca de su sexualidad. Eso es un ad hominem de libro, que ni siquiera toca el tema de fondo, la discusión por la pauta. Se afirma que la denuncia de un hecho está deslegitimada porque conjunta los intereses de dos actores que son “enemigos” del gobierno y no deberían tener nada en común (por lo que, según el presidente, si dos actores tienen diferentes creencias no deberían estar de acuerdo en nada, cuando eso es claramente ilógico y no corresponde con la realidad, por lo que al ser una conclusión que no se saca de las premisas es un non sequitur). La cuestión técnica de la distribución de la pauta publicitaria no se aborda. Esto queda enterrado debajo de una discusión tangencial cargada de personalismos y que parece querer eludir el tema de si eso obedeció al trato percibido por el gobierno por parte de los medios. Dada su retórica, parece un poco contradictorio que hace poco el mismo Chaves le entregase un premio a una fundadora de Teletica.

Menciono esto porque es sólo un ejemplo de muchos, pero me parece muy claro, del estilo de gobernar del actual presidente. Ataques personales, falacias e intimidaciones, todo aderezado de intentos de descalificar a rivales políticos en función de su ideología. Creo que cualquier persona que siga, aún sea someramente, la política nacional sabe que en este país los partidos raras veces conservan algún tipo de coherencia ideológica y dejarse llevar por etiquetas es casi pueril. No quiero finalizar este artículo sin recordar que uno de los principales asesores de campaña de Rodrigo Chaves se atrevió a decir, en un post que fue borrado poco tiempo después de publicado, que el voto siempre es emotivo. Este enfoque parece ir en línea con la estrategia de usar un lenguaje más coloquial, más llano y cercano al pueblo. Esto se tradujo en un verbo a menudo agresivo, despectivo hacia el pueblo (con metáforas como “la señora de Purral”) que a veces raya en la vulgaridad y la excesiva simplicidad. En pocas palabras, desde los tristes debates contra Figueres hasta el día de hoy nos han querido tomar por ignorantes, volubles, temperamentales y pachucos.

No sé hasta qué punto esa estrategia le dará réditos electorales a Chaves y sus seguidores a largo plazo ni hasta qué punto más que una máscara es una revelación de la verdadera personalidad y capacidad intelectual de un presidente que en campaña se hizo pasar por un genio de las finanzas.

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