Difícilmente pasa un momento del día en que no estemos expuestos y nos beneficiemos de algún producto de la ciencia y tecnología. Nada más vuelva a ver a su alrededor: un medicamento, una lámpara LED, un horno microondas, un teléfono celular y así muchas otras cosas. Todas ellas originadas, en algún momento, en un laboratorio. De la ciencia básica y aplicada al mercado.

Para los países es fundamental contar con las capacidades de entender los principios básicos que les dieron origen, es decir, la ciencia detrás de la ampliación. No solamente para entender y usar, sino para replicar, en caso que sea necesario, y más importante aún innovar. La inversión en investigación y desarrollo es la principal forma para los países de mantenerse a la vanguardia. Sin embargo, en Costa Rica se invierte poco y cada vez es más difícil hacer ciencia.

El sector, desde hace tiempo, se encuentra acéfalo de liderazgo y desfinanciado. Un Ministerio de Ciencia, Innovación, Tecnología y Telecomunicaciones (Micitt) desdibujado, distraído en atender un par de temas ajenos. Se olvidó del motivo de su creación, además ¿cómo va a entender el sector y hablar el mismo idioma, si ni siquiera tiene científicos? Del mismo modo, el brazo ejecutor institucional, la promotora de innovación, heredera del Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit) está paralizado. No es ni la sombra de lo que algún día fue.

A lo interno de las instituciones la burocracia es creciente y asfixiante. El marco legal para comprar insumos y equipos, así como para contratar servicios internacionales es cada vez más complejo. Ejecutar presupuestos en un año, en las condiciones actuales, se ha vuelto una misión casi imposible. Frecuentemente se asoma el “no se puede”, “mejor quédese quieto”. Además, otras leyes, cargadas ideológicamente, también limitan para el avance de la ciencia, por ejemplo, en temas relacionados con salud o la biodiversidad.

Una de las formas en que los científicos comparten los conocimientos generados de sus investigaciones es a través de publicaciones científicas en revistas internacionales. Sin embargo, el modelo de negocio de las editoriales está cambiando. Ahora los científicos también tienen que cubrir los costos de publicación. Es decir, en un entorno de pocos recursos, hay que competir por un poquito para investigar, ejecutar los proyectos, generar conocimientos y ver cómo se paga la publicación, ¿insólito verdad? Cada vez más marginación para los científicos locales.

En este país, la mayor parte de la investigación y desarrollo es realizada en instituciones públicas y particularmente en las universidades públicas. Sin embargo, parece que hoy cada universidad está persiguiendo sus propios intereses. Están en operación “sálvese quien pueda”. Por tanto, la desorganización, desarticulación y la falta de liderazgo existente en el Consejo Nacional de Rectores (Conare) y su brazo ejecutor — la Oficina de Planificación de la Educación Superior (OPES)— las debilita como conjunto y tiene impactos negativos sobre el quehacer de los científicos en las respectivas instituciones.

La comunidad científica, por su parte, se le percibe agotada y con alto nivel de incertidumbre. Pasa en un corre-corre, atendiendo lo urgente pero no necesariamente lo importante. Una comunidad atomizada y desorganizada. Impera la resignación y frustración, pero poco hace para hablar o cambiar la situación. Mientras tanto, la Academia Nacional de Ciencias viendo para otro lado. Todo esto representa el escenario perfecto para la fuga de cerebros.

A continuación, algunas ideas para atender la situación. En primer lugar, el fondo de incentivos del Micitt debería nutrirse con un presupuesto anual de, al menos, 10 millones de dólares, el cual debería financiar lo siguiente:

  • Proyectos de investigación y desarrollo.
  • Formación de recurso humano especializado.
  • Infraestructura científica.
  • Repatriación de talentos en el extranjero.
  • Promoción de vocaciones científicas, como ferias de ciencia,
  • Actividades de capacitación.

Esto es factible, pero depende de una decisión política de alto nivel.

Se debe formular y promulgar una ley para facilitar los procesos de investigación, desarrollo e innovación en el sector público y privado. La nueva ley debería hacer más expedita la compra de reactivos y equipamiento científico, incluyendo su importación, así como la adquisición de servicios. Se deberá incluir el principio de presupuestos plurianuales para proyectos de investigación. Asimismo, debería establecer incentivos fiscales para que el sector privado invierta más en estas actividades.

Las universidades deberán evaluar el costo-beneficio de seguir pagando suscripciones a las editoriales por todas las revistas suscritas. Revisar si algunos recursos se podrían redirigir a apoyar a los científicos, o establecer convenios específicos con editoriales para que se pueda publicar en modalidad de acceso abierto en sus revistas.

Conare debería reestructurarse. Tarde o temprano se deberán fusionar universidades públicas. Pasar, por ejemplo, de 5 a 3 universidades. Esto permitiría simplificar la organización, facilitar la gestión, disminuir costos, maximizar el uso de recursos y aumentar el impacto.

Por último, colegas: hay que despertar, organizarse, pronunciarse, involucrarse, exigir con vehemencia y provocar el cambio. Es una cuestión de sobrevivencia, no solamente de los científicos de hoy y mañana, sino de lo que representa la ciencia y tecnología para el país.

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