Mundus vult decipi. El mundo quiere ser engañado, sentenciaba el francés Sebastian Brant.

La idea es una y la misma: muchas veces pasamos por alto las cuestiones más elementales de lo que sucede en nuestro entorno. Sea por falta de interés, sea por considerarse algo trivial, o bien, por el simple hecho de no contar con la capacidad intelectual para identificar esas cuestiones.

Lo que acá se plasma no es en lo absoluto una aspiración misionera que pretende resolver el problema como tal; más bien, se trata de una idea exclusivamente planteada para aventurar en cierta hipótesis al problema.

Antes de entrar de lleno y desenfundar el machete de la crítica, veamos dos ejemplos para ilustrar la cuestión:

  1. En cierto Congreso, los diputados plantean un proyecto de ley que, en caso de aprobarse, permitiría el patrocinio de marcas de bebidas alcohólicas en el deporte. Sin embargo, esa iniciativa es rechazada con base en una sentencia que dictaminaba que el mismo violenta el principio de interés superior de la persona menor de edad (entre otros), por cuanto al haber una mayor difusión de publicidad de estas bebidas alcohólicas en actividades deportivas, se agravaría el consumo de alcohol provocando consecuencias a la salud pública.
  2. En el mismo país donde se planteó este proyecto de ley, existe un equipo que compite en primera división de futbol. En su vistoso uniforme con las últimas tecnologías, tejidos de calidad y colores llamativos, figura como uno de sus patrocinios el logo de un reconocido restaurante fast-food. El uniforme lo ponen a disposición del público y los fanáticos del equipo lo compran para utilizarlo cada domingo que van al estadio.

Dicho lo anterior, el punto de partida lo encamino de la mano del historiador y filósofo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Yuval Noah Harari:

Por primera vez en la historia, hoy en día mueren más personas por comer demasiado que por comer demasiado poco (…) A principios del siglo XXI, el humano medio tiene más probabilidades de morir de un atracón en Mc Donald’s que a consecuencia de una sequía, el ébola o un ataque de al-Qaeda”.

Y, con un dato más contundente aun, señala el israelí:

En 2014, más de 2.100 millones de personas tenían sobrepeso, frente a los 850 millones que padecían desnutrición. Se espera que la mitad de la humanidad sea obesa en 2030. En 2010, la suma de las hambrunas y la desnutrición mató alrededor de un millón de personas, mientras que la obesidad mató a tres millones”.

Lo que despierta mi curiosidad es lo siguiente: ¿por qué la publicidad de bebidas alcohólicas en los deportes ha de significar una puesta en peligro a la salud pública —sobre todo a menores de edad—, pero no así la publicidad de la fast-food?

Los datos para pensar que el consumo de esa comida es un puente para llegar a la obesidad y, en consecuencia, un peligro a la salud pública están a la vuelta de la esquina: Un estudio publicado en el American Journal of Preventive Medicine refleja que el consumo de comida rápida está asociado con un mayor índice de masa corporal, un mayor porcentaje de grasa corporal y una mayor probabilidad de ser obeso.

Entonces, ¿por qué censurar una y no la otra? Queridos lectores, lamento en esta ocasión ser portador de malas noticias.

Calamandrei afirmaba en su famoso Elogio, que Los jueces son como los que pertenecen a una orden religiosa. Cada uno de ellos tiene que ser un ejemplo de virtud, si no quieren que los creyentes pierdan la fe.

Esta visión, de corte minimalista, reduce el trabajo de los operadores jurídicos a un ejercicio de la profesión que es esencialmente “honesto” y algo apegado siempre a las reglas de la moral dominante en su entorno. Y así, una vez más, caemos en el poder vivificante de la ilusión.

¡Nada más alejado de la realidad!

En alguna ocasión dijo un profesor, de cuyo nombre no quiero acordarme, que El Derecho constituye un crisol donde se conjugan, de maneras intrincadas y contradictorias, muy diversos ideales, aspiraciones y esperanzas.

Las decisiones que se toman en este campo, más que obedecer a un proceso lógico o “científico”, están inclinadas por decisiones previamente adoptadas, construidas bajo los más elementales pre-juicios que adopta la sociedad, para lo cual se valen de elementos extrajudiciales, como los valores, la política y la moral, la cual en otras ocasiones —a conveniencia— se convierte en una brújula altamente flexible.

La censura de ciertas propuestas y la omisión de otras, obedece, entre muchas otras cosas, a una de las emociones más fuertes en el ser humano, una de sus pulsiones más elementales: el autoengaño. Esto viene acompañado de unos u otros vicios del pensamiento que se imponen en la sociedad, como la magia verbal, donde se cree que las palabras ejercen un poder absoluto sobre la realidad, y así, cual receta médica, nos bebemos las palabras que nos ofrecen un consuelo mental, aquellas que se ajustan a nuestros propios deseos y a nuestros más profundos anhelos.

Así las cosas, queda en cada persona la decisión de permanecer o desviarse -si sus aptitudes se lo permiten- en el sendero del autoengaño y las ilusiones. El enemigo también duerme en nuestra cama, sueña con nosotros y nos arrulla en sus brazos. El embrujo de la distancia nos muestra paraísos, que luego se desvanecen como espejismos, tan pronto como nos hayamos dejado ridiculizar por ellos. A. SCHOPENHAUER.

El mundo quiere ser engañado…

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