Si bien es cierto, la pandemia por COVID-19 ha tenido, probablemente, el mayor impacto en materia logística y comercial de las últimas décadas, la realidad es que, como humanidad, nos enfrentamos a una serie de eventos desafortunados que han puesto en jaque los modelos productivos y, con ello, la seguridad alimentaria.
Las medidas para enfrentar la pandemia contribuyeron a la aceleración del incremento de precios a mediados del 2020. Este comportamiento fue impulsado, en su mayoría, por el comportamiento de los precios de mercado en los aceites vegetales y cereales. Cuando se esperaba llegar al punto en el que la presión inflacionaria inducida por la pandemia empezara a disminuir, otro evento impulsó su aceleración significativamente en 2022, la huella de la guerra en Ucrania y su afectación a nivel mundial empezó a ser el tema de mayor preocupación para los sectores productivos.
El índice de precios de los alimentos de la FAO, medido en términos reales, subió 64 puntos entre junio de 2020 y marzo del 2022 alcanzando el nivel máximo histórico de 156,3 puntos. Para enero de 2023, este se situó en 131,2 puntos, es decir, ha disminuido 25,1 puntos respecto al nivel máximo alcanzado. La caída del índice en enero obedeció al descenso de los índices de precios de los aceites vegetales, los productos lácteos y el azúcar, mientras que los de los cereales y la carne se mantuvieron prácticamente estables. Es importante tener presente que, a pesar de esta disminución, el índice sigue estando en un nivel más alto que los máximos alcanzados en las décadas pasadas.
Índice de precios de los alimentos de la FAO en términos reales, 2000-2023
En diciembre del año pasado fue publicado el informe Hacia una seguridad alimentaria y nutricional sostenible en América Latina y el Caribe en respuesta a la crisis alimentaria mundial, documento creado por la alianza generada entre la FAO, CEPAL y el Programa Mundial de Alimentos (WFP por sus siglas en inglés).
En este documento se destaca que, a pesar de que a nivel mundial se presenta una producción de granos adecuada, el incremento de los precios de los insumos y el transporte y las restricciones logísticas para acceder a la producción redundan en que los alimentos cuesten mucho más y consecuentemente, el mayor conflicto para los consumidores recae en el acceso debido al poder adquisitivo y no necesariamente, al momento, en la disponibilidad de alimentos.
En pocas palabras, el problema de nuestra región no es la escasez de alimentos sino su distribución. En América Latina, como países importadores netos de cereales, estamos pagando de una forma distinta, las consecuencias de la guerra que actualmente se desarrolla en el continente europeo. Mario Lubetkin, representante regional para América Latina y el Caribe de la FAO plantea que nos encontramos en una crisis alimentaria severa y como nunca se había planteado.
Contamos con el agravante de una crisis estructural sobre la situación de hambre sobre los sectores más vulnerables que se arrastra como una bola de nieve desde antes del COVID – 19. Los efectos de los últimos 3 años se están empezando a ver ahora especialmente en temas sociales. Datos de FAO señalan que hay cerca de 830 millones de personas que pasan hambre y 3000 millones de personas que no se nutren bien y estas son cifras que están en constante crecimiento.
El informe Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional de América Latina y el Caribe 2022 publicado por la FAO y otras agencias de Naciones Unidas, indica que en la región 56.5 millones de personas padecieron hambre en 2021, esto supone un aumento de 13.2 millones personas respecto a 2019. Además, en promedio, la región tiene el costo más alto de una dieta saludable en el mundo. Lo curioso y contradictorio es que, señala Lubetkin, las condiciones de producción alimenticia de la zona permitirían alimentar a más del doble de la población de la región.
No se pueden analizar los efectos sociales desenganchados de los efectos económicos. El aumento de la pobreza y pobreza extrema tienen una estrecha relación con temas de la alimentación y no alimentación. Hoy en día el tema alimenticio ya no es solo lograr el acceso a un tiempo de comida, el desafío es la transformación de los sistemas agroalimentarios que permitan la empleabilidad de las personas, producciones eficientes y sostenibles.
Los países con mayores problemas en nuestra región son aquellos con un menor desarrollo económico y una mayor dependencia de los factores de importación. El Caribe y Centro américa somos más vulnerables y requerimos mecanismos de solución especializados. Los productores directos son los más vulnerables a las afectaciones climáticas y, al mismo tiempo, son la fuente de alimentos de mayor calidad y nivel nutricional.
El agricultor enfrenta problemas reales y tangibles. Limitado acceso a líneas de crédito, cambio climático, niveles de mercado y capacidad para absorber escenarios de importación. Todos estas son barreras que construyen escenarios de repliegue que, de no resolver, solamente ampliará las franjas de pobreza y desigualdad.
En el informe de la FAO y CEPAL se destacan principalmente las necesidades de facilitar el comercio, transparentar la información, generar avances en la parte productiva desde la protección social y generar conciencia en los actores y la opinión pública para poder construir soluciones viables e inclusivas.
El centro del debate y reflexión es ¿Cómo solucionamos el problema? La realidad es que no existen opciones completas, el tema es buscar las salidas para no quedarnos paralizados.
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