En Costa Rica, se necesita elevar el nivel de la discusión. Pasar del “coyol quebrado, coyol comido” a una visión estratégica de mediano y largo plazo. Solo así podremos retomar la senda del crecimiento y el desarrollo que en el pasado nos colocó en una posición privilegiada en América Latina y el mundo, en temas como la democracia, los derechos humanos, la educación, la salud, la seguridad social, la protección del medio ambiente, entre otros.
En el 2022, después de dos años trágicos para las economías del mundo producto de la pandemia del COVID-19, don Eduardo Lizano Fait, en un documento de la Academia de Centroamérica titulado “Después de la pandemia: una visión de largo plazo”, de una manera sabia y visionaria nos recuerda el valor de escapar del paradigma del cortoplacismo y pensar en el largo plazo.
Muy atinadamente el Dr. Lizano señala que “para los responsables de tomar las decisiones (los políticos electos democráticamente, la tecnocracia de turno, así como quienes influyen sobre ellos) se abre un amplio abanico de posibilidades y opciones. Es indispensable tener claro, eso sí, que no existe un solo camino para llegar a Roma. Se puede viajar en tren o en avión, en autobús o en bicicleta. Cada uno escogerá́. Es más, no faltará quien opte por hacer una parte del trayecto en un medio de transporte y la otra en otro. La decisión depende de la preferencia por ahorrar tiempo, economizar dinero, contemplar el paisaje o dormir durante el viaje. Pero el destino siempre será́ Roma, es decir, fortalecer la democracia liberal. Lo anterior pone en evidencia la necesitad del pragmatismo. Es decir, de tener presente las circunstancias siempre cambiantes y la evidencia empírica a la hora de tomar las decisiones sobre políticas económicas. De ahí, la futilidad de aferrarse a determinados dogmas.”
Sin lugar a dudas, la analogía usada por don Eduardo, partiendo de la frase “todos los caminos van a Roma”, nos ayuda a comprender mejor que en un mundo complejo, altamente cambiante y saturado de desafíos, pero también de oportunidades, no debemos perder de vista la meta, tomando decisiones en políticas públicas, racionales, informadas, inteligentes y pragmáticas, cuyos alcances estén enfocados en asuntos que atañen a la colectividad y no a grupos particulares. La democracia, la igualdad y el bienestar social nos deben guiar, sin que los dogmas, axiomas o ideas preconcebidas se constituyan en una barrera mental que “nos alejen de Roma”.
A sabiendas de que el crecimiento económico sin distribución de la riqueza erosiona el contrato social que amalgama a la sociedad costarricense, de manera preclara Don Eduardo argumenta que “producir y distribuir, en definitiva, no son dos procesos diferentes sino uno solo: crecer más permite distribuir mejor y, simultáneamente, distribuir mejor, facilita crecer más. En última instancia, en el mediano y largo plazo, no se puede crecer más sin distribuir mejor y no se puede tampoco distribuir mejor si no se crece más”.
En materia de comercio internacional, Don Eduardo pone a flote un tema muy relevante, a saber, el coeficiente de apertura comercial que se utiliza para medir el grado de apertura de la economía de un país, considerando su comercio exterior en comparación con el resto de la actividad económica. Es decir, la principal función que cumple este indicador es ayudar a identificar la influencia que tiene el comercio internacional para la economía de un país.
Sobre ese particular, Lizano llama nuestra atención, ya que mientras la OCDE pasó de un coeficiente de apertura de 97% (periodo 2000-2007) al 115% (período 2010-2019), Costa Rica, por el contrario, involucionó en ese mismo indicador, al pasar del 85,2% (periodo 2000-2007) al 65,2% (período 2010-2019). Es decir, en la primera década de los años 2000 estábamos a 12 puntos de los países de la OCDE, sin embargo actualmente estamos a 50 puntos de distancia.
Para retomar la senda del crecimiento, en la línea que sugiere el señor Lizano Fait, se deben redoblar esfuerzos para atraer más inversión extranjera e incrementar el grado de inserción del país a la economía internacional, a través de nuevos tratados de libre comercio, así como mediante el remozamiento y modernización de los tratados comerciales existentes.
A ese respecto, muy acertadamente, Don Eduardo añade, “cuanto mayor sea el grado de competencia mayor será́ la urgencia de los agentes económicos por aumentar, permanentemente, su productividad. Solo así́ podrán sobrevivir y progresar en la economía local y en los mercados internacionales. En definitiva, la acción conjunta de la oferta y la demanda por nuevos conocimientos y nuevas tecnologías hará́ posible impulsar el aumento de la productividad de la economía nacional.”
En síntesis, en el documento de 51 páginas “Después de la pandemia: una visión de largo plazo”, don Eduardo hace una invitación a la reflexión sesuda que nos debe conducir a hacer ajustes para retomar la senda del crecimiento y del bienestar social en democracia. Es una especie de recordatorio de la célebre frase del cantante James Dean, “no puedo cambiar la dirección del viento, pero sí ajustar las velas para llegar a mi destino.”
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