En el año 2000, el uso de fertilizantes en América Latina y el Caribe se encontraba en 96.085 kg por hectárea de tierras cultivables (BM, 2022). En 2018, esta cifra ya había ascendido más del 78%, ubicándose en 171.207 kg/ha de tierra cultivable.

Estos datos iniciales nos hablan no sólo del aumento masivo de la agroindustria en la región, sino también de los impactos ambientales derivados por un uso excesivo; por ejemplo, en la aceleración del proceso de eutrofización del agua y la emisión de gases a la atmósfera.

Respecto a los países que forman parte del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), el consumo se ha incrementado paulatinamente desde 2010, aunque este disminuyó como resultado de la crisis de 2008, a partir de entonces se ha reflejado un aumento anual de 6% en promedio, siendo Costa Rica (cebolla, chayote y ñampi), Belice (banano y caña de azúcar) y Guatemala (banano y café) (kg/ha de tierras cultivables) los países que muestran un mayor consumo.

La región SICA no es autosuficiente de fertilizantes, por lo que la importación de aquellos nitrogenados, fosfatados y potásicos se ha incrementado.

Aunque en 2021 vislumbramos una caída en la importación principalmente en los nitrogenados, el insumo de mayor uso a nivel regional, debemos tomar en cuenta que esta se debe al incremento en la inflación de precios durante el primer año de pandemia, a la incertidumbre en la producción regional, altos costos de transporte tras la imposición de restricciones a la exportación y debido a los fuertes aumentos en las tarifas de flete y contenedores, causados por la pandemia de COVID-19. Es decir: no fue resultado de una decisión directa para disminuir su importación.

La región es altamente dependiente de las exportaciones de Bielorrusia, Rusia y China, lo que nos habla de la enorme vulnerabilidad del sistema agroalimentario regional ante la estabilidad política de estos países, a las medidas proteccionistas y a la volatilidad de los precios internacionales de los fertilizantes.

Para ejemplificar, el precio de la urea se disparó 180% en abril de 2022, en comparación con el mismo mes en 2021 y el índice de precios de los fertilizantes del Banco Mundial marcó un incremento de 0.77 puntos, equivalente a 48% en el mismo periodo.

A finales del mes de abril, se mostró una dramática caída en su asequibilidad versus el incremento en el índice de precios de los alimentos de FAO.

Esta situación restringe el acceso a los fertilizantes y pone en riesgo la productividad de la siguiente temporada agrícola al presionar los costos de los productores del campo, en perjuicio de la economía de las familias productoras, pero también, del consumidor final.

A considerar, se prevé que los precios de los alimentos continúen incrementándose en todo el mundo al menos hasta 2030, lo que impactaría significativamente en la seguridad alimentaria de los países SICA, por la inflación en el precio de los alimentos, el bajo crecimiento, entre otros factores.

Entonces, ¿qué podemos hacer frente a este panorama?

Uno de los llamados más urgentes que hace la FAO es acelerar la implementación de estudios de suelos en la región SICA, que arrojen información suficiente y oportuna para explorar la transición o combinación con abonos orgánicos en las zonas y cultivos en los que sea posible.

De esta manera, se puede aportar a revertir la degradación de suelos, que en Centroamérica afecta al 32% de la tierra cultivable (FAO, 2018) y contribuiría a la disminución de emisiones (CO2, CH4 y N2O) por pre y post-producción de alimentos, que ha visto un considerable aumento de 49% en diez años.

Adicionalmente, la FAO recomienda, a nivel regional y mundial, 3 grandes acciones: primero, fomentar una producción de fertilizantes más asequible y ecológica, basada en energías renovables; segundo, promover la producción de fertilizantes ecológicos, especialmente el amoníaco verde, en sustitución de las materias primas energéticas tradicionales, como el gas y el carbón, por la energía solar, la eólica y el hidrógeno; y tercero, innovar para enfrentar la escasez y el alto precio de los fertilizantes sintéticos, y la diversificación de fuentes de nutrientes como una estrategia para una agricultura más resiliente.

Recordemos que los bioinsumos son hoy más que nunca un pilar fundamental para el desarrollo de la bioeconomía, estrechando una visión de desarrollo sustentable, para la región SICA y para todo el mundo.

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