Hay una serie de lecciones que como costarricenses deberíamos aprender de los últimos procesos electorales de nuestro país, aunque podrían ser más.
El primero y fundamental es que no existe hoy una fuerza política a nivel nacional que pueda sentir que es poderosa y ser líder por excelencia del favor costarricense; algunas agrupaciones demuestran que siguen teniendo un poderoso músculo electoral, pero carecen de un liderazgo que pueda marcar la diferencia y se deben conformar con desenterrar figuras caudillistas del pasado o con tener mayoría parlamentaria ya que además la tendencia actual es de quebrar el voto, algo que no beneficia porque ni siquiera se conoce bien a todos los candidatos a diputados.
De cara al balotaje en la campaña costarricense 2022, se nota lo dividida que está el electorado, los porcentajes de diferencia en primera ronda entre la tercera y quinta fuerza política estuvieron por debajo del 3% del total, la segunda fuerza electoral tuvo casi 17% de los 40% necesarios para ser elegido directamente y el primero casi 30%, no solo muestran debilidad política, sino que resulta hasta preocupante.
Como segundo aspecto, el músculo político con el que se llega a la Asamblea Legislativa es en ocasiones tan ineficiente que obliga a conformar bloques, cediendo incluso en temas que estuvieron presentes en las promesas de campaña.
Ese nivel de negociación sería envidiable entre los países con sistemas parlamentarios con la conformación de bloques legislativos que compiten por dominar las agendas más importantes de la política nacional y negociar el avance o estancamiento nacional, por supuesto que, en la falta de objetividad de nuestra asamblea, es posible que en varias ocasiones ya se habría disuelto el parlamento ante la falta de consenso.
En tercer lugar, un fenómeno reiterativo en Costa Rica en las últimas dos elecciones nacionales (2018 – 2022 / 2022 – 2026) ha sido la polarización de la opinión pública en temas importantes pero que dividen a la población. Se ha dejado que asuntos que se deben garantizar en nuestro país que defiende los derechos humanos se transformen en botín político; poblaciones diversas y la protección de la mujer, por ejemplo, el discurso incluso ha llegado a ataques “ad hominem” sin que esto sea realmente valioso para toda la larga lista de temas que un país con problemas estructurales y una economía deprimida necesita para salir adelante.
Lo anterior por el contrario divide a la población y pone de rodillas el honor de aquellas poblaciones que deberían de ser protegidas, y las transforman en una moneda de cambio de tácticas politiqueras, de poses políticas de “super humanos” que creen defender lo “honesto” y “correcto”, algo que en verdad la propia madurez democrática debería garantizar y no empeñar para objetivos turbios.
El cuarto aspecto es que en Costa Rica como en el resto de Latinoamérica nos estamos acostumbrando a partidos políticos franquicia donde aparece una figura cuasi “mesiánica” o salvadora que se presenta como “anti-establishment” que jura al electorado convertir al país en un “paraíso en la tierra”, algo que además es raro que decidan comprar considerando que la sociedad posmoderna no cree en esas quimeras, lo que me lleva al quinto punto.
Este aspecto es relevante, no solo porque sean figuras fuera del contexto político tradicional (outsiders les llaman en inglés) sino porque en ese discurso “redentorista”, terminan incluso utilizando un lenguaje al alcance de las masas, queriendo ser uno con ellos.
Es decir, que se terminan adoptando políticos populistas que creen que por mimetizarse con una parte del electorado molesto por la cultura política manchada por la huella de la corrupción realmente traen bajo el brazo las soluciones a todos los problemas estructurales del país y en verdad resultan ser elementos polarizadores divisores de la sociedad y provocar mayores inestabilidades que las existentes hoy.
Casos en América Latina, Europa y hasta en los Estados Unidos han mostrado el enorme agujero en la confianza social que termina acarreando la elección de este tipo de figuras que infligen severas heridas que ponen en riesgo hasta los valores democráticos de un país al poner entredicho la separación de poderes, la institucionalidad e inclusive las libertades individuales.
Costa Rica ha tenido al menos dos procesos electorales donde outsiders han tenido la posibilidad de llegar a dirigir el ejecutivo, y que han logrado grandes réditos en el legislativo y vemos como la polarización nacional ha quedado claramente marcada y hasta profundamente herida.
Será que de verdad se necesita a un populista “antisistema” que crea que por señalar únicamente lo malo que se ha hecho se solucione mágicamente, cuando quizás el camino sea exigir más de quienes piden nuestro voto.
El efecto inmediato sobre estas lecciones se marca en primer lugar en el altísimo abstencionismo que crece en cada proceso y, en segundo lugar, una apatía que abre portillos para que como en otros países de la región terminemos siendo gobernados por un líder que nos lleve a un despeñadero, no crean mis palabras, vean los resultados por ustedes mismos en otros países donde incluso la población se ha visto obligada a migrar por perder la fe en la democracia y permitir que la desconfianza y el odio tome las riendas del poder.
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