Albert Einstein (1879-1955) decía que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.  Y cuando se habla de prejuicios políticos arraigados en creencias religiosas (iglesias), más todavía, por un lado, porque estos no solo revelan una ceguera ingenua, sino que, por otro, esta mentalidad acrítica, que es biológicamente enemiga de lo orgánico y de lo vivo (como Donald Trump, Jair Bolsonaro, entre otros), nos mancha a todos desde la infancia, debido a que nos unen las mismas circunstancias (contexto): una religiosidad oficial en un Estado confesional tras muchas décadas. Estas circunstancias nos responsabilizan y condenan a todos, y también me condenan a mí, pues desde el momento en que denunciamos esas contradicciones internas y externas (sociales), las hacemos nuestras y se convierten en una lucha contra nosotros mismos. En un futuro, si yo optara por ello, a consecuencia de que esas virtualidades sospechosas son posibles, no merecería ninguna consideración y, menos aún, después de todo el sufrimiento producido por las tendencias fascistas a lo largo del siglo XX.

En consecuencia,

  1. No a la política que mutila al ser humano (por ejemplo, la pentecostal del Partido Nueva República) que se apoya en una ideología —que ignora toda la tradición y reflexión teológica occidental cristiana— según un único supuesto: "solamente hay pecado", desde el cual quieren convertir en cenizas (=hoguera=guerra espiritual) a todos aquellos que son estigmatizados por su condición no pentecostal. La motivación detrás de este reduccionismo de la persona es una furia vengativa, propia de los tiempos de la Inquisición, la cual carece de toda excelencia moral. La torcida metáfora que ilustra ello es la permanente amenaza con fuego eterno del infierno a quienes no siguen sus creencias religiosas (iglesias), y el deseo de que todos se condenen, con lo cual reflejan un grado de crueldad superlativa.
  2. No a ese patriotismo bélico-religioso, predicado solapadamente, que hace naufragar la vida con un caciquismo que uniformiza a los seres humanos como una masa de súbditos incondicionalmente entregada, bendiciendo formas de violencia de un cristianismo postizo y mediante frases retóricas espiritualmente, tales como "Costa Rica debe ser grande otra vez", "este es nuestro tiempo", "hay que restaurar los valores", entre otras muchas frases ideologizadas y vacías. Este es un falso cielo de ideales.
  3. No a la floja ideología política violenta (pentecostal, también) que se avizora con una delgada capa de violencia (confrontación/polarización) y que homenajea desenfrenadamente el poder de líderes del hoy (como por ejemplo, Bolsonaro, con quien Fabricio Alvarado dijo tener similitudes tras la victoria del primero en 2018) que hieren a la humanidad con su inhumanidad. La inhumanidad produce miseria, y la miseria es un mal insólito.
  4. No a la manía de defender una pureza religiosa de unos cuantos autoproclamados 'elegidos', y que reza sin vergüenza desigualdades insalvables entre los seres humanos, cuando todos los que forman parte de nuestra nación, de norte a sur, de este a oeste, son hijos del mismo Dios y viven en el mismo planeta.
  5. No a los partidos políticos como representantes oficiales (líderes religiosos) de ninguna religión. No más creencias religiosas disfrazadas de partido político. Eso sí, todas las religiones tienen espacio para sus creencias en este país, pero ninguna para imponerse políticamente sobre las otras, valiéndose de manera inmoral de la tolerancia democrática y de las justas electorales, cuya razón de ser tiene que ver con la transparencia en el intercambio estrictamente político.
  6. No a los partidos políticos que destierran el diálogo y la crítica. Debemos conquistar el mundo mediante la inteligencia. Necesitamos que nuestras certezas desayunen dudas, a fin de que ningún ser humano sea convertido en amo o en vasallo, sino en quien elige ser, y para ello necesita apropiarse de posibilidades (políticas, económicas, sociales, culturales) a las que llega políticamente en sociedad, pues la libertad recae sobre él y sobre los otros, en virtud de lo cual se asocia con otros para que nazca una nueva sociedad, en igualdad de condiciones para absolutamente todas las personas, sin discriminar a nadie desde supuestos religiosos.
  7. Un manifiesto es una cordial invitación a pensar críticamente: No a los partidos políticos —o movimientos— fascistas o antifascistas.  Tampoco los partidos de izquierda (radicales) ni de derecha (republicanos ultraconservadores) que no aman la vida de las personas, porque aman más a la patria (=abstracción) que a las personas de carne y hueso que la integran, caras extremas de la misma moneda, aunque los partidos conservadores de derecha en América Latina tienen en su haber una larga tradición golpista, que salpicó con sangre la patria y exilió los abrazos.

El costarricense nuevo no sabemos si será ‘mejor’, pero no será soldado de nadie, se esforzará para no serruchar a nadie so pretexto del éxito, no comprará amor con dinero ni alegría religiosa, no temerá a nada ni a nadie, pues será libre porque, después de amarse a sí mismo, compartirá con empatía lo poco o mucho que posee sin juzgar y sin discriminar a nadie hasta entender que estamos profundamente unidos a la totalidad de los costarricenses y de la humanidad por ser nomás seres humanos, más allá de las creencias religiosas.

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