En este 2022, Costa Rica se enfrenta a una de las más interesantes campañas electorales de su historia. Las mayores particularidades apuntan a la cantidad de postulantes; veinticinco partidos y de esos una sola candidata de corte conservador.  Por otro lado, también podemos distinguir en el abanico de posibilidades, personajes políticos que han estado expuestos a cuestionamientos relacionados con corrupción de larga data e incluso delitos sexuales.

Ante este intrincado contexto electoral, es pertinente preguntarse cuál es el papel de las mujeres en esta campaña. En términos de igualdad de género en la política, Costa Rica muestra una subrepresentación de mujeres en puestos de toma de poder, muy a pesar de los esfuerzos y mecanismos de paridad obligatoria y de la enorme cantidad de mujeres preparadas y educadas con las que cuenta el país. Muestra de lo anterior son los datos del Programa Estado de la Nación 2020, en donde el 57% de las mujeres cuentan con un título universitario, sin embargo, solo un 38% de las personas con trabajo son mujeres.

El reto del siglo XXI en términos de derechos civiles y políticos ya no es la lucha por una reforma electoral, sino por hacer efectivo el cambio de paradigma de “votante” a “elegida”. La participación política de las mujeres implica una visión de las demandas y necesidades desde el lente femenino. En este mismo sentido, la eliminación de brechas de género es sinónimo de una democracia sana, por lo tanto, resulta imprescindible ejercer el voto de manera informada y cuestionando los planes de gobierno, en relación con sus políticas para mejorar la situación de las mujeres en el país.

Sin perjuicio de lo anterior, el ejercicio del poder político en un Estado de Derecho va mucho más allá del sufragio cada cuatro años, implica, además, tener consciencia de que los problemas que sufrimos las mujeres son producto de un sistema estructural de violencia que no nos permite avanzar como sociedad. No basta con discursillos genéricos de que “vamos a proteger a nuestras mujeres”. Exigimos propuestas reales ante problemas que son impostergables, que vivimos día a día y que parece que no son la prioridad para cada gobierno de turno.

El espacio público y político debe ser tomado también como un espacio susceptible de análisis en tanto a género. Ha quedado reflejado que los gobiernos que procuran una igualdad real de género y una mayor participación femenina, son más exitosos. Ejemplo de esto son los países dirigidos por mandatarias como Nueva Zelanda, Islandia y Dinamarca, puesto que queda evidenciada la especial preocupación que tienen las mujeres en el poder por la cooperación, la protección de grupos vulnerables, educación y salud, todo ello traducido en mayores índices de desarrollo económico y social.

Según datos del Banco Mundial, la igualdad de género es un potente motor para el crecimiento económico de los países. “Si a lo largo de su vida las mujeres pudiesen obtener los mismos ingresos que los hombres, la riqueza mundial aumentaría en USD 172 billones, y la riqueza en términos de capital humano se incrementaría en alrededor de un quinto en todo el mundo”.

Una de las banderas que ha estado más presente en la campaña electoral costarricense es la del énfasis en el crecimiento económico, haciendo especial alusión a las reformas tributarias que ha impulsado el actual gobierno, a la reducción de la tasa de impuesto al valor agregado, gravar las zonas francas, etc. Parece olvidarse que una de las herramientas más indispensables del crecimiento social es la democracia paritaria y la implementación de la igualdad de género. Es decir, un país que garantiza la seguridad y los derechos humanos de las mujeres, es un país que se dirige al aumento de su bienestar general.

En otro orden de ideas, la pluralidad de posturas políticas no deberían ser la justificación para disminuir el goce de los derechos humanos de ciertos grupos sociales, en este caso, de las mujeres. La imposición de una verdad en el espacio público implica un freno en la conversación que dirige precisamente al fanatismo, a la disidencia. Bien recordaba Hannah Arendt que el poder político prospera a partir del diálogo y la comunicación, en el planteamiento de debates. Por lo tanto, lo recomendable es analizar las propuestas de la y los candidatos, desde la información más objetiva y de fuentes lo más diversas posibles.

En síntesis, ¿cuál es la Costa Rica que anhelamos? ¿Es acaso una en donde poco más de la mitad de la población se siente insegura, cuyos intereses y necesidades no parecen ser importantes para el gobierno, un país en donde los delitos contra las mujeres quedan impunes, un país en donde un potencial mandatario agrede mujeres y pretende salir indemne?

No podemos permitir que el miedo y la intolerancia sean el medio por el cual el poder político sea establecido, sino que debemos construir colectivamente el proyecto de país y democracia que buscamos para Costa Rica.

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