¿Se han preguntado por qué es tan común hoy día que las personas no crean en Dios, pero si crean en cuestiones como el karma, la astrología, los chacras o inclusive la cienciología? Actualmente parece haber un consenso generacional de rechazo al Dios supernatural. Un Dios como el que conceptúa el cristianismo tradicional es incompatible con la modernidad. No puede haber una entidad sobrenatural todopoderosa, omnisciente y omnipotente que lo mejor que pudo ofrecernos es este mundo.

A estas alturas y por la cantidad de información que tenemos del universo, ya podríamos haber intuido que en este mundo no hay más que hechos. No hay nada que nos sugiera la existencia de una moralidad predeterminada o causalidad congruente que guíen las interacciones de los seres vivos. La naturaleza de la que formamos parte se nos representa como indiferente.

Sin embargo, el becerro de oro parece imprescindible para la existencia humana. Ahora los nuevos dioses del New Age han de florecer en la modernidad como apaciguadores del ser. Esto contribuye a una generación que rechaza a Dioses verticales, pero no a Dioses horizontales. Aceptamos a dioses que son parte (y no superiores) al mundo natural, un dios, por así decirlo, mucho más amigable y familiar.

Veamos el dogma antiguo de la astrología. No pretendiendo abundar en el tema, la creencia popular de la astrología occidental se basa en que la personalidad de cada uno de los aproximadamente siete billones de habitantes actuales de este planeta puede ser categorizada en doce signos zodiacales. Estos signos son definidos por el movimiento de la tierra con respecto al sol y la fecha de nacimiento de cada ser humano. Cada una de las personas nacidas en un espacio y tiempo determinado tendrán unas u otras características según su signo y serán compatibles o incompatibles con otros. Esta creencia actualmente es una de las más populares y se pinta como la “fe de moda”.

Por supuesto, esto suena irracional porque lo es. No existe prueba científica alguna que demuestre que la astrología sea plausible. Pero no es menos irracional que la metafísica existente en el cristianismo, hinduismo o budismo.

La misma lógica sigue la llamada justicia o ley kármica. De manera simple, la acción y efecto de esta "justicia universal" son determinados por la valoración moral de la acción que se realiza. Si se hacen cosas “buenas” el resultado (efecto) será bueno; por el contrario, si se hacen cosas “malas”, el resultado será negativo. Bajo la lógica del karma, el mundo es y siempre ha estado naturalmente predeterminado, el karma entonces pertenece al mundo natural (Dios horizontal).

¿Por qué saltamos con tanta seguridad de una irracionalidad a otra? Como ya he mencionado, hoy tenemos información suficiente como para saber que el mundo no parece funcionar de esta manera. ¿No deberíamos haber entendido ya, que toda creencia metafísica es fácticamente incomprobable y por tanto inalcanzable? A pesar de que esto sea una obviedad de hace siglos, de manera terca y constante nos apegamos a lo inteligible. Necesitamos de la irracionalidad para sobrevivir.

La explicación de que el humano es tan solo un hecho (como todo en el universo) y simplemente un hecho no puede ser suficiente para ninguna persona cuerda. Consecuentemente, Dios nunca puede morir. El placebo terapéutico que ocasionan las creencias modernas hacen lo mismo que hacía el antiguo Dios vertical. La astrología y el karma brindan una narrativa a la vida que justifica la causalidad y explica la existencia misma. Son puentes en donde la identidad del ser y el mundo indiferente pueden convivir.

Paradójicamente no podemos entender que no somos de este mundo. Después de todo, estamos aquí, existimos y somos parte de la naturaleza constatable. Nuestro martirio empieza al darnos cuenta de que somos la única especie capaz de reconocer este hecho. Nuestra soledad necesita de dioses. Como náufrago en isla desierta creando a su Wilson, Dios es al final de cuentas, una grata compañía.

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