Los representantes de la industria turística de Costa Rica, con el apoyo de la Cámara de Comercio, están nuevamente dispuestos a poner en riesgo el bienestar de todos en un esfuerzo equivocado por ganar más dinero.

El último ataque tuvo lugar la semana pasada cuando representantes de la industria acudieron a los tribunales para bloquear la política que exige que solo los adultos completamente vacunados puedan ingresar a la mayoría de los negocios, incluidos los hoteles, mediante la verificación de su estado de vacunación con un código QR. Aunque esta es una estrategia reconocida internacionalmente para garantizar que las empresas estén lo más seguras posible durante una pandemia, la industria del turismo y la Cámara se oponen a ella.

Su preocupación, esencialmente, es que exigir que los turistas estén vacunados desalentará el turismo y, por lo tanto, reducirá sus ingresos. Datos internos de la industria señalan que el 15% de las reservas turísticas se cancelaron desde el momento en que se anunció la política de QR en Costa Rica, una tasa de cancelación que se traduce en una pérdida de $3 millones. Bary Roberts Strachan, exvicepresidente del Instituto Costarricense de Turismo, agregó que solo el 53% de los turistas que llegaron este año estaban vacunados. La industria teme otro año de ingresos drásticamente deprimidos si se implementa la política del gobierno de exigir el código QR.

Sus temores son infundados. Si el 15% de los turistas potenciales deciden no vacacionar en Costa Rica debido al requisito de estar vacunados, muchos más optarán por vacacionar en Costa Rica por el mismo requisito. El turismo en Costa Rica no ha bajado este año porque el gobierno haya impuesto restricciones a los turistas, sino porque los turistas potenciales, reacios al riesgo, optaron por no visitar el país durante una pandemia devastadora. Para atraer a estos turistas de vuelta se requiere asegurar una experiencia de vacaciones segura, lo que se logra con la política del QR.

Tampoco tiene sentido extrapolar la baja tasa de vacunación de los turistas el año pasado a la tasa de vacunación de los turistas potenciales el próximo año. En el pico de la temporada turística de 2021, solo alrededor del 10% de la población de Estados Unidos —el principal mercado turístico de Costa Rica— estaba vacunada, simplemente porque las vacunas aún no estaban ampliamente disponibles. Hoy ese número es de alrededor del 60% y sigue aumentando. Entre los adultos en los Estados Unidos la proporción de vacunados completos pronto alcanzará el 75%. Esos son muchos turistas potenciales para quienes el requisito de estar vacunados no es un obstáculo para vacacionar en Costa Rica, e incluso pueden alentarlo.

Pero supongamos que eliminar el requisito de vacunación para los turistas aumentaría las llegadas de turistas en aproximadamente un 15% (el porcentaje de cancelaciones que la industria del turismo atribuye al requisito de vacunación). De un millón de llegadas de turistas esta próxima temporada alta, podríamos esperar que alrededor de 150.000 no estuvieran vacunados. Ante la dudosa baja tasa de contagio de turistas de uno por cada mil que admite el ministro de Turismo, Gustavo Segura, podríamos esperar unos 150 turistas infectados. Estos turistas infectados, a su vez, infectarían a ciudadanos y residentes. Si asumimos —gracias a las tasas de vacunación generalizadas en el país— que la tasa de contagio entre ciudadanos y residentes sería muy baja (digamos solo alrededor de 0,5) podríamos esperar que estos 150 turistas sean la fuente de infección para unos 150 ciudadanos y residentes después. De estos 150 ciudadanos y residentes infectados, se podría esperar que uno o dos mueran, otros tres o cuatro sufran síntomas debilitantes a largo plazo y quizás diez requieran hospitalización a un costo para los contribuyentes de decenas de miles de dólares.

Sin embargo, esto es así bajo el supuesto de que los brotes de infecciones causadas por turistas sean bien contenidos. No hay razón para esperar que lo sean. Los turistas salen regularmente a lugares públicos, la mayoría de los cuales emplean a muchos trabajadores de servicios, mientras que los lugares que atraen a los turistas son altamente concurridos. No importa qué tan seguros mantengan sus negocios los operadores turísticos, estos lugares son intrínsecamente riesgosos durante una pandemia. Un brote en un destino turístico puede convertirse fácilmente en un evento de superpropagación, y hay innumerables ejemplos de que esto ocurre.

Esta tampoco sería la primera vez que la industria turística de Costa Rica provocó brotes. El turismo mal regulado fue la causa tanto de las olas de mayo como de septiembre. El problema en ambos casos fue el cabildeo exitoso de la industria contra las pruebas a turistas antes de su llegada. Esta objeción a los testeos (que estaban haciendo casi todos los demás países del mundo) permitió que variantes más peligrosas del virus ingresaran a Costa Rica más rápido de lo que lo hubieran hecho de otra manera. A su vez, el país fue diezmado por oleadas de infecciones y muertes que podrían y deberían haberse evitado, realizando pruebas a los turistas antes de su llegada.

La primera muerte por una infección que evadió la protección de la vacuna (breakthrough infection) reportada en la prensa en Costa Rica fue la de un médico que murió durante el pico de la temporada turística del año pasado. Se descubrió que había sido infectado por una variante del virus que en ese momento era más mortal y que se originó en el estado estadounidense de California. Si el turista de California que trajo la variante a Costa Rica simplemente hubiera sido sometido a un test antes de su llegada, este médico todavía estaría vivo. La suya es la primera muerte que se puede atribuir a la industria del turismo irresponsablemente desregulada.

Ha habido muchos más. Como concesión a la industria del turismo, el gobierno otorgó a los empleados públicos vacaciones durante toda la Semana Santa, bajo la idea era incentivar el turismo interno: fue una idea terrible cuando se superpuso a turistas extranjeros no testeados que traían variantes más contagiosas. Los empleados públicos vacacionistas luego propagaron las nuevas variantes más contagiosas a todo el país y la ola que alcanzó su cresta en mayo y dejó cientos de muertos fue el resultado directo.

En julio, Costa Rica estaba amenazada por la llegada de la variante Delta, aún más contagiosa; las matemáticas simples demostraron que el país no pudo vacunar lo suficientemente rápido para resistir la rápida llegada de esta variante. La única forma de evitar otra ola era ralentizar la llegada de la variante Delta, y la única forma de ralentizar su llegada era testear a los turistas antes de su entrada al país. Los trabajadores de la salud abogaron por las pruebas, pero la industria del turismo una vez más se opuso, temiendo que una política en ese sentido deprimiera sus ingresos. La industria también ganó esa batalla política, y la ola de septiembre fue el resultado directo. Cientos más murieron innecesariamente.

Para justificar su demanda de estar exentos de la regulación responsable de la salud pública, los representantes de la industria del turismo señalan los datos que muestran que solo alrededor de uno de cada mil turistas se ha infectado. Pero este cálculo se basa en matemáticas engañosas. Para alcanzarlo, la industria utiliza el número total de turistas como base para calcular la tasa de infección, sin embargo, el turista típico solo está en el país un par de semanas: el número promedio de turistas en el país es la base correcta a partir de la cual calcular la tasa de infección, no el número total de turistas. Cuando la tasa de infección se calcula en función del número promedio de turistas en lugar del número total (que es como se calcula para los residentes), es mucho mayor. Además, la principal forma en que la industria conoce la cantidad de turistas infectados es contando a los que dan positivo mientras se encuentran en Costa Rica o al momento de su salida. No cuentan la cantidad de turistas que llegan infectados y se recuperan durante sus vacaciones.

Obviamente, los argumentos egoístas de la industria del turismo merecen ser recibidos con más sospechas de las que han sido. De hecho, entre estos argumentos egoístas se encuentra que el turismo es una industria especialmente importante que debe ser consultada antes de promulgar políticas de salud pública. Contribuyendo como lo hace alrededor del 10% al PIB del país, la industria del turismo es innegablemente importante, sin embargo, no es la única industria del país. Cuando mimar a la industria del turismo conduce a oleadas de infecciones —lo que ha sucedido dos veces— otras empresas se convierten en víctimas. Consultar con la industria del turismo la política de salud pública ha demostrado tener consecuencias catastróficas para el resto de la economía, sin mencionar el bienestar de los ciudadanos y residentes. No hay justificación para seguir inclinándose ante esta industria.

Nadie quiere obstaculizar indebidamente la capacidad de la industria del turismo para operar de manera rentable, pero también debemos proteger al resto del país. De hecho, parece que tenemos que proteger a la industria del turismo de sí misma: sus objeciones a la política de vacunación verificada por un código QR son inverosímiles, sus matemáticas son engañosas y su comprensión de la epidemiología está impregnada de negación.

El país debería continuar con el requisito de vacunas para ingresar a la mayoría de los negocios por el bienestar de todos, incluido, irónicamente, el bienestar de la industria del turismo.

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