El pasado 1 de octubre se celebró el “Día Internacional de las Personas de Edad”, conmemoración instaurada desde el 14 de diciembre de 1990, cuando La Asamblea General de las Naciones Unidas insta a “reconocer el valor de las personas de edad para la sociedad y la importante contribución que pueden aportar para el proceso de desarrollo”. Si bien los objetivos de este año se centraron en la inclusión, sensibilización y desarrollo de capacidades de los adultos de edad en tecnologías de la información, hubo quien de manera inadecuado intentó combinar el limpio espíritu de esta noble celebración, con una visión errónea de la bioética y la eutanasia.

“La eutanasia es un acto atroz” es el titulado que reza el ECO Católico de ese mismo día en su edición digital. El contenido del reporte periodístico versa sobre la entrevista realizada al Dr.  Román Garita, vicepresidente de la Asociación de Médicos por la Vida, donde explaya una serie de consideraciones de índole axiológico, a temas que intenta hacer pasar por referentes bioéticos, como lo es la eutanasia.

Ante todo, hay que recordar que el vocablo εὐθανασία (euthanasíā) proviene del griego: ευ que significa normal o bien, y θάνατος que significa muerte. En lo que respecta a la literatura bioética, que es relativamente reciente, desde principios de los sesenta cuando Van Rensselaer Potter (1911-2001) acuñó dicho neologismo, el concepto ha pasado a significar desde “muerte digna” a “muerte feliz”. Sin embargo, lejos de agregarle romanticismo al concepto como pudo haberlo hecho De Beauvoir en “Una muerte muy dulce” (1964), y desde el punto de vista bioético, el término engloba la idea de finiquitar una vida animal a fin de evitar un sufrimiento que es interminable e insoportable.

En lo que respecta al tema de la eutanasia, mares de tinta se han escrito de argumentos a favor y en contra de esta controversional práctica médica. Este no es el lugar para exponer un debate ideológico que funde opiniones encontradas, sino más bien, la propuesta es crear un espacio donde definamos principios necesarios para computar el tema de la eutanasia, desde el punto de vista de la bioética. En este sentido no se trata de exponer por qué sí debería ser válida dicha práctica, sino más bien fundamentar el principio de la discusión.

No es razonable disertar sobre el tema de la eutanasia, sin antes circunscribirlo en los linderos de la misma bioética, porque tal cosa provocaría una reflexión carente de sentido. Significaría vaciar de contenido el concepto, y por tanto la idea. Ello provocaría graves errores conceptuales que se traducen en sociedades confrontadas con pensamientos disputados. La bioética aporta argumentos racionales que apoyan o se oponen a decisiones propias de la relación médico-paciente.

El Dr. Roman aprovecha esta importante conmemoración a los adultos de edad, para disertar sobre el tema de la eutanasia. Uno de los nexos epistémicos que hace consiste en recordar el pensamiento del papa Francisco en la encíclica Laudato Si’ (2015), donde el pontífice hace una crítica importante a la cultura del descarte asociada con el medio ambiente. Desde este punto de vista, el galeno está en contra de aquella arcaica idea que asocia lo viejo con lo inservible y, por ende, desechable y descartable. Ciertamente, bien dice: “La dignidad humana es una condición inherente del ser humano tan solo por pertenecer a la especie humana, no importando la etapa del desarrollo (...) en que se encuentre la persona, siempre es digna de reconocimiento y de asistencia”. Más bien, debemos aprovechar la experiencia y sabiduría de los adultos de edad para construir sociedades justas y desarrolladas, debemos volver los ojos a nuestro pasado, donde el sabio no era aquel que más estudiaba, sino aquel que más había vivido y acumulado experiencias.

Sin embargo, luego trunca esta idea e introduce sutilmente el tema de la eutanasia que no aborda adecuada ni detalladamente, lo que resulta su entrevista una suerte de consideraciones axiológicas que pretende advertir desde la bioética. Conduciendo a malentendidos. Este es un tema sensible que merece ser tratado con detenimiento cuando se expone a la opinión pública.

Establece que, motivado por criterios utilitaristas, económicos o sociales, “la eutanasia es un acto atroz que trata de causar la muerte y que va en contra de todo principio del acto médico”. En primer lugar, como ya hemos advertido, la eutanasia propone evitar un sufrimiento interminable causando la muerte. No es una cuestión de “intentos posibles”, y por lo tanto no “trata”. Pone fin a un sufrimiento sin que, para conseguir ese fin, se cause otro sufrimiento más. Además, la eutanasia no es un concepto aplicable exclusivamente a personas de edad. Es entendido como una alternativa al cese del sufrimiento cuando la medicina paliativa no tiene más que ofrecer ante una enfermedad. La eutanasia es un concepto aplicable a cada etapa de la vida humana, siempre que medie un sufrimiento incurable y un consentimiento de la legislación y del paciente para aplicársela. Del modo en que es abordado el tema por el galeno, parece sospecharse que la eutanasia es una forma bioéticamente consensuada para liquidar a los adultos de edad, por aquellos que piensen que lo viejo es desechable. Esto desvirtúa el importante trabajo que ha hecho gran parte de la bioética académica. Y la ocasión, es desafortunada.

Luego, ciertamente esta práctica está en contra del principio del acto médico, como ya indicaba el juramento hipocrático. Y en este sentido, el mismo pensamiento de E. Pellegrino (1929-2013) afirma que “sería un error fatal fundar [la medicina] sobre las ciencias auxiliares, es decir, aquellas que proporcionan conocimientos de las funciones biológicas corporales. La medicina qua medicina no está configurada por los objetivos y fines de las ciencias auxiliares, dependientes de la filosofía de la ciencia, sino que utiliza sus datos para el diagnóstico y el tratamiento de los pacientes”. En este sentido se debe considerar que la medicina está configurada para asistir a la sanación de las enfermedades que aquejan al paciente. Pero, cuando abordamos temas propiamente humanos no todo es blanco o negro, existe un matiz cromático que no podemos dejar de lado.

El médico, en su función de médico debe abogar por curar la enfermedad. Pero, el problema es que la enfermedad no la tiene un cuerpo biológico, sino una persona que siente, desea y se expresa, un cuerpo biográfico que acumula experiencias de vida. Del mismo modo que en la relación médico-paciente no solamente actúan analgésicos, sino también sensaciones humanas como el dolor, la felicidad y las emociones. Una sonrisa de saludo al médico por la mañana, o unos ojos penetrantes y llorosos que expresan más que mil palabras antes de aplicar una anestesia general. Es por ello que la bioética surge como una disciplina auxiliar que aporta razones y justificaciones a situaciones controversiales de la relación médico-paciente. Esta disciplina no debe estar precedida por argumentos provenientes de la axiología, sino por justificaciones racionales para llevar a cabo determinada acción. Desde el punto de vista de la bioética, la eutanasia no se entiende como el exterminio de un cuerpo que intercambia oxígeno con el medio ambiente, sino como una forma de finiquitar el sufrimiento de un padre, madre, hijo o abuelo que padece una enfermedad para cual la medicina no tiene respuesta.

Algunos estudiosos (Kottow, 2009) proponen que debe “existir una vinculación entre filosofía y medicina sin perder ambas su identidad. En este sentido se debe establecer una reflexión teórica sobre los métodos diagnósticos y heurísticos de la medicina, su competencia en la definición de enfermedad y salud”. Por ello, existe la necesidad de establecer un retorno a las bases de las humanidades en la formación de los médicos. E interiorizar que la Medicina no debe estar apartada de las nociones curar, sanar, ayudar (curing, healing, helpin)

Lo realmente importante aquí es preguntarse: ¿Por qué la humanidad rehúye a discutir sobre la muerte? Siendo una condición intrínseca a la vida humana. Bien lo dice Pellegrino “la medicina revela desde sí una filosofía sobre el bien del enfermo y por extensión, sólo por extensión, de la sociedad”. 

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