Es un dogma común asumir que el crecimiento económico, por sí mismo, alivia el problema del desempleo. A principios de los 60s Arthur Okun identificó una correlación entre crecimiento económico y desempleo (un crecimiento económico de x resulta en una reducción del desempleo de y) y esa relación se adoptó como una ley con su nombre.

¿Sencillo verdad? ¡Se calcula y ya! Por ende, la solución a nuestro grave problema de desempleo es igual de simple, más crecimiento económico.

Como es a menudo el caso, la realidad es más compleja y tiene esa terca reticencia a seguir nuestras reglas. En el mundo real podemos encontrar crecimiento importante con insuficiente generación de empleo. Por ejemplo, este año el precio del café ha subido significativamente (más crecimiento), pero la cosecha del país es la misma y no requiere más empleados, así es que salvo el efecto marginal que el consumo de unos cafetaleros con más plata pueda tener, el impacto en empleo será casi nulo, pero el país tendrá un mayor crecimiento, pero igual desempleo (si no me cree lea los reportes del BCCR).

Más temible en nuestro tiempo es el incremento en la producción (más crecimiento otra vez) logrado por medio de mayor productividad (cero nuevos empleos), o peor aún, producimos lo mismo o hasta más, ¡con menos empleados!

Pensemos en un ejemplo de una realidad no muy lejana, los peajes pasan a ser todos electrónicos. Mucho más eficiente. ¿Creación de empleo? Todo lo contrario ¿Cuánto empleo se destruye? El de los cobradores, el de los que recogen la plata en los peajes, el de los que cuentan el efectivo y lo trasladan al banco, donde lo reciben y lo cuentan de nuevo. Esto no nos debe asustar por sí solo, es parte del ciclo normal de la economía, pero desde el mundo micro de todas esas personas, eso es escaso consuelo, si la economía no es capaz de generarle otras alternativas.

Además, agreguemos a la mezcla que no todo el crecimiento económico genera igual demanda de empleo. Estudios de la CEPAL, por ejemplo, demuestran como el crecimiento económico atribuible a las Pymes genera mucho más empleo que el logrado por grandes empresas. También, el crecimiento alcanzado en industrias con alto contenido de conocimiento genera menos empleo que el de industrias más básicas. Por ejemplo, Intel anuncia una inversión de $600 millones para reactivar su producción de chips en Costa Rica y generar con eso… 600 nuevos empleos, o sea cada nuevo empleo requirió una inversión de $1 millones de dólares. Se imaginan cuantos empleos se generarían invirtiendo $600 millones en la construcción de casas de interés social (peones, albañiles, electricistas, bodegueros, choferes).

Es por eso que, en Costa Rica, perfectamente podemos seguir teniendo un respetable crecimiento económico y relativamente alto desempleo. Si nuestro crecimiento nos llega sobre todo de las zonas francas (grandes empresas, intensivas en capital, relativo poco personal con relación a la inversión) este crecimiento, por sí solo, no logrará cerrar la brecha del desempleo. Esta es la realidad que ya experimentábamos prepandemia.

Agrava todo lo anterior el escaso o nulo margen de acción para estimular los sectores que lo requieren vía gasto público, siendo que nuestra realidad fiscal no nos lo permite.

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