En mi trabajo diario pienso en cómo resolver varios de los impactos negativos que la acción humana ha tenido sobre los ecosistemas marinos. La principal acción que afecta los ecosistemas que estudio es el cambio climático, el cual aumenta las temperaturas del agua y su acidez. Estas condiciones hacen mucho más difícil la vida en el mar, impactando no solo a los organismos que viven ahí, sino a las comunidades que dependen de ellos. Al vivir con esos y otros potenciales impactos de forma diaria, no es de sorprender que comenzara a ir a terapia por ansiedad climática hace unos años.
La ansiedad climática (también conocida como ecoansiedad) es una condición de preocupación y miedo por los impactos que traen el cambio climático. Aunque no es reconocida como un trastorno psicológico, sus síntomas son similares a los de la ansiedad, como por ejemplo dificultad de respirar, ataques de pánico e incapacidad de concentrarse. Esta condición puede surgir ante una sensación de impotencia e incertidumbre del futuro ante la crisis climática que estamos viviendo. Quienes sufrimos de ecoansiedad debemos saber que nuestras acciones pueden permitirnos no solo tener un impacto verdadero, sino ayudarnos a combatir esos sentimientos que afectan nuestro diario vivir.
Es bastante complicado dimensionar qué tanto impacto puede tener nuestras acciones como individuos. Quienes vivimos durante la década de los 2000 escuchamos el mito de la huella de carbono personal. Este concepto alega que las decisiones individuales (reducir el consumo de carne, usar menos el carro, reciclar, entre muchas otras) son la clave para frenar el cambio climático. A pesar de que esas decisiones individuales tienen su nivel de importancia, por sí solas son incapaces de frenarlo. Parafraseando a la Dra. Leah Stokes en la antología All We Can Save: el año pasado la pandemia nos forzó a dejar de usar el carro y volar y aun así las emisiones solo bajaron en un 7%. Sumado a esto, el ver cómo año con año las emisiones de carbono siguen aumentando a pesar de nuestras acciones personales puede incrementar esta sensación de impotencia, aumentando en muchos esta sensación de ansiedad.
Y es que esta sensación de impotencia está diseñada para hacernos sentir culpables de lo que sucede en el mundo y por tanto nos hace sentir que no podemos hacer nada al respecto. Al mismo tiempo, esto trata de minimizar el impacto que tienen las petroleras, las cuales son responsables de por lo menos una tercera parte de las emisiones mundiales. No es sorprendente entonces que el principal promotor de la huella de carbono personal es BP, una de las petroleras más grandes del mundo.
La pregunta es entonces: si reducir nuestra huella de carbono personal no es la solución, ¿qué podemos hacer para combatir el cambio climático y la ansiedad que produce? Para empezar, debemos ver hacia dentro, reconocer nuestros sentimientos y entender que son válidos. Nuestros cerebros no están diseñados para comprender la magnitud del problema que tenemos en frente, lo cual puede traer consigo una sensación de miedo. Este proceso puede ser diferente para cada uno y lo mejor es buscar ayuda profesional para llevarlo.
Personalmente me causa ira saber que el problema es causado por factores fuera de mi control. A pesar de mi miedo e ira, también quiero un buen futuro para la humanidad. Canalizar mis emociones hacia este deseo me hace querer tomar acción. Así también lo ven otras activistas ambientales, quienes abogan por canalizar nuestra ira en acción en lugar de transformarla en culpa.
Independientemente de nuestra formación profesional, ¿qué podemos hacer desde Costa Rica para enfrentar la crisis climática? Debemos participar activamente en democracia. Más allá de votar por candidatos que planeen actuar contra el cambio climático, debemos exigirle a la clase política que Costa Rica siga liderando los procesos de descarbonización. Casi toda la tecnología para alcanzar la carbono-neutralidad existe, solo debemos impulsar su implementación. Aunque nuestro país sea pequeño, ya somos ejemplo en el mundo de cómo reforestar nuestros bosques y adoptar energías renovables.
Segundo, debemos reconocer que la crisis climática es una crisis no solo ambiental, sino económica y social. La crisis ambiental afecta en mayor medida a las personas más vulnerables de la sociedad. En nuestro país lo podemos ver cómo el aumento en la intensidad de las lluvias y las sequías afecta principalmente las zonas rurales. Debemos exigir el desarrollo infraestructura que permita adaptar a nuestras comunidades rurales a dichos efectos.
Más allá de exigirle a la clase política, podemos comenzar por nuestros propios círculos. Debemos dejar ir rasgos propios una cultura hiperindividualista patriarcal como la arrogancia y el egoísmo e inculcar la apertura y la cooperación. Debemos enseñar de forma transparente los retos que enfrentamos y qué podemos hacer al respecto. El crecimiento mutuo y la cooperación es lo que nos va a permitir combatir la crisis climática. Además, debemos reconocer que esta lucha no la podemos llevar solos. Todos tenemos la capacidad de educar y exigir un mejor futuro.
Finalmente, debemos procesar que la crisis climática no es el fin del mundo, aunque a veces se sienta así. La crisis climática nos ha quitado mucho, pero aún queda mucho que podemos salvar. Sin importar si logramos frenar nuestras emisiones de carbono o no, la sociedad humana va a experimentar un cambio radical durante este siglo a causa de la lucha contra el cambio climático. Queda entonces en nosotros decidir cómo queremos que sea esa sociedad.
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