El tema alrededor de las criptomonedas, particularmente el anuncio del presidente Nayib Bukele en autorizar el bitcoin como moneda de curso legal, ha generado gran polémica en las últimas semanas. Mis amigos tecnólogos aplauden el espíritu de la decisión de Bukele, mientras que el “establishment financiero” lo descuenta como una tontería. En el momento en que reconocidos financistas o casas de inversión en Wall Street, empiezan a incorporar las criptomonedas en sus publicaciones y hasta en sus portafolios, es momento de ponerle atención al activo. Descontar sin entender, no se vale, y dado que muchas disrupciones tecnológicas se han acelerado con el COVID-19, me di a la tarea de estudiar el tema y compartir algunas reflexiones del impacto de esta decisión en El Salvador.

La cara que preocupa

Decir que la decisión de Bukele fue acelerada es, posiblemente, una gran subestimación. En una misma semana, anuncia en la Conferencia de Criptomonedas en Miami la decisión de convertir el bitcoin en moneda de curso legal. A escasos días, presenta una legislación escueta que en menos de 24 horas es aprobada por el Congreso y que, entre sus artículos, obliga a comercios a aceptar el bitcoin, aunque sus propietarios no sepan qué es, o sin considerar que sólo el 45% de los hogares salvadoreños cuentan con acceso al internet.

En segundo lugar, la virtud de una moneda es su estabilidad, y hablar de estabilidad en criptomonedas cuando, con un sólo tweet, personajes como Elon Musk pueden manipular sus precios, provoca el efecto opuesto: volatilidad asegurada. Encima, El Salvador tiene como moneda el dólar americano, con lo cual es impensable cómo va a ejercer una política monetaria cuando tiene dos monedas de curso legal sin el control de ninguna. Es cierto que la volatilidad se puede resolver con el uso de derivados financieros, pero esa no es la realidad del comerciante promedio. Adicionalmente, y en materia monetaria, hay un riesgo en poder garantizar la conversión entre monedas. El Banco Central deberá de tener suficientes fondos para proteger esta propuesta, y aunque establezca un fideicomiso de apoyo, no deja de ser vulnerable a especuladores financieros y volatilidades extremas.

En tercer lugar, el sistema bancario seguirá teniendo un rol fundamental —al menos en el mediano plazo— con lo cual no queda claro cómo se aprobarán o confirmarán transacciones financieras cuando las fuentes provienen de criptomonedas. O inclusive, cómo se controlarán los flujos provenientes de actividades ilícitas.

Los que apoyan estas monedas, defienden la transparencia de la tecnología blockchain, que ha demostrado ser confiable contra ataques cibernéticos. Sin embargo, en un país donde la violencia, la delincuencia organizada y hasta el mercado negro proliferan, dentro y fuera de sus fronteras, esta adopción podría facilitar los flujos ilícitos.

Finalmente, minar criptomonedas —la acción de certificar que nadie usa las monedas dos veces— se ha hecho cada vez más complejo ya que su minería se basa en la resolución de problemas matemáticos que consumen energía y por ende genera emisiones de carbono. En vistas de la concientización del cambio climático, las criptomonedas son altamente criticadas, una situación que se empeora con un implícito círculo vicioso: a mayor precio, mayor minería, mayor consumo de carbón, mayor precio.

La cara que alienta

En una sociedad en donde el 70% de la población no está bancarizada y con una dependencia tan profunda a las remesas provenientes de los Estado Unidos, las criptomonedas pueden ser una plataforma que lubrique el actual sistema financiero. Una moneda con costos transaccionales menores y sin dependencia a la infraestructura bancaria, podría ayudar al desarrollo de muchas familias dándoles instrumentos para emprender y comercializar. El SINPE Móvil en Costa Rica, por ejemplo, ha sido revolucionario para el pequeño emprendedor, y si bien no es una moneda, el tener mayores opciones para el intercambio comercial promueve mayor desarrollo sostenible, sobre todo en países con limitada infraestructura financiera. Lo mismo pasó en Kenya, en donde el 40% del Producto Interno Bruto (PIB) pasa por M-PESA, una solución de pagos móviles sin presencia física, diseñada para permitir a los usuarios realizar transacciones bancarias sin tener que visitar sucursales.

Otro beneficio, podría ser la atracción de la inversión extranjera directa, ya que al ser el bitcoin una moneda de curso legal, no estaría sujeta a ganancias de capital para especuladores, bolsas de criptomonedas o inversionistas. No está claro, y es poco probable, que esto tenga encadenamientos reales como la generación de empleo directo, pero si podría convertir a El Salvador en un cluster de innovación financiera si permite las condiciones jurídicas para lograrlo. Una estrategia bien ejecutada, podría darle a El Salvador una ventaja competitiva.

Todo dependerá del fondo, no la forma

Bukele es un político mediático, errático y autoritario. Que El Salvador bajo esta administración sea la primera nación en implementar el bitcoin como moneda de curso legal, genera inmensos riesgos operativos, que podrían crear un precedente peligroso o de fracaso inminente, atrasando una adecuada implementación del uso de criptomonedas en nuestras economías. La disrupción tecnológica ha creado enorme valor y las criptomonedas pueden ofrecer un gran número de posibilidades. El balance entre catalizar al pequeño emprendedor versus una plataforma que evada obligaciones fiscales o facilite flujos del crimen organizado, serán grandes retos en la implementación del bitcoin. La operativa monetaria y financiera será titánica. La educación al usuario y sistemas de control ante la volatilidad, serán críticas. Y la capacidad del gobierno en regular de manera sensata será clave.

El Salvador tiene en sus manos una gran responsabilidad y una inmensa carga. El hecho de que el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) lo esté acompañando e inversionistas sólidos le “hagan porras” nos da algo de tranquilidad. A Bukele, el ímpetu lo acompaña, mientras la desigualdad social le suplica opciones —va con viento en popa. El valor de un activo no solo depende de los números, sino de la narrativa, y por ahora la narrativa esta de su lado. Ojalá no se quede sólo en tweets y palabras.

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