A partir de 1988, la UNESCO promovió el 23 de abril como el “Día Internacional del Libro”, y en el caso específico de nuestro país, se conmemoran también los Derechos de Autor y los Derechos Conexos. Debería ser una fecha, que aparte de realizar actividades festivas sobre esa “extensión de la memoria” que es el libro —como con absoluta certeza lo definió Jorge Luis Borges—, debería llevarnos a reflexionar sobre la necesidad y pertinencia de establecer políticas y programas de lectura en Costa Rica.
Bien se sabe que los alentadores datos estadísticos relacionado con la alfabetización no indican, de manera necesaria, que la población sea lectora. Y eso es lo que pasa en Costa Rica, podríamos señalar sin temor a equivocarnos que alrededor del 95% de nuestra población sabe leer, pero no por ello se caracteriza por practicar la lectura con regularidad, visitar bibliotecas o ser clientes asiduos de librerías.
No es un problema nuevo, por ejemplo, en 1954 se inauguró la Primera Feria del Libro en nuestro país y en el discurso de apertura, la Dra. Emma Gamboa, decana de la Escuela de Pedagogía de la Universidad de Costa Rica, aseguró que el 44% de las escuelas no poseía un solo libro que no fuera dedicado al estudio y que apenas un 4% tenía un número considerable de volúmenes. Más de medio siglo después, en 2017, tampoco encontramos datos que inviten a la algarabía: en el informe del Estado de la Educación se evidencia que, en un estudio cualitativo, en una muestra de 184 docentes de Educación Preescolar: 63% nunca leyeron en voz alta a la niñez y 37% apenas lo hizo en alguna ocasión. Por eso, resulta imperativo aunar esfuerzos de instituciones como el Ministerio de Educación Pública, el Ministerio de Cultura y Juventud, las universidades públicas y empresas educativas y editoriales pues cada una de ellas actúa por su propia cuenta y sin la protección de un documento necesario y urgente: una Política Nacional de Fomento de la Lectura, un texto que otorgue sentido, coherencia y que permita pensar en una población que incluya al libro y la lectura en sus prácticas cotidianas.
Preocupa que, hasta hace un par de años, el Día del Libro se celebraba en algunos centros educativos sin mayor conciencia de su significado. Estudiantes y docentes vestían coloridos disfraces, que no siempre evocaban personajes literarios; autores hablaban en tribunas sin que sus obras fueran leídas y hasta se caía en una competencia: ¡Quién se llevaba una figura reconocida, de este pequeño mundo editorial, a su escuela! El Día del Libro era una especie de “Halloween” mañanero, una pasarela de trajes para lucirse, olvidando así ese solitario e íntimo placer de la lectura.
En estos tiempos de pandemia, muchos autores recibimos solicitudes para grabar videos que luego se colgarán en las páginas electrónicas de escuelas y colegios… la competencia es más ruda, hay que capturar nombres de la literatura costarricense actual para que hablen de sus obras. Sin embargo, se olvidan de que todo eso pierde sentido pues las jóvenes generaciones desconocen esos libros, y en muchas ocasiones, tales discursos pueden parecen carentes de sentido. Esos videos sirven para complacer el ego de docentes y funcionan como vitrina para promover textos, que lamentablemente tal vez no lleguen ser comprados y mucho menos, leídos.
Es vano celebrar el libro el 23 de abril si no se lee durante todo el año. Por eso, leamos diariamente con las jóvenes generaciones, y si no se tenemos libros a la mano, contemos historias, recitemos poemas, que la palabra se convierta en el gozo de cada día. Aprendamos a crecer, soñar, amar, enojarnos y reconciliarnos con la lectura, que su seducción sea perdurable.
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