Una amiga me comentó esta semana que tuvo la intención de abandonar un libro porque la lectura no la conectaba, pero que existieron factores que la instaron a seguir avanzando. Sin embargo, al finalizar la historia, no sintió que hubiese leído algo que le llenase ni que la hubiese hecho partícipe de las páginas que recorrió.

Este evento me recordó la importancia de la lectura y la inevitable obligatoriedad que se asocia con la literatura en escuelas y colegios. Leer desarrolla y fomenta la creatividad, pero leer por obligación erosiona poco a poco la belleza de recorrer páginas llenas de tinta en forma de historias.

Esta erosión se queda con los años y los potenciales lectores, por lo general, no se asoman ni a la puerta de una librería, pues se asocia la lectura con algo tedioso en lugar de pensar en los libros como algo que nos da placer y entretenimiento.

Ya habrá algunos que me van a saltar (siempre hay) y me van a tachar de escritor mediocre por lo que voy a proponer, pero quisiera acuñar el término de “deslectura” (yo me deslecturo, tú te deslecturas, el/ella se deslectura, vosotros os deslecturais. Creo que se entiende). Piensen que es un neologismo (un giro nuevo o término en la lengua española. Tranquilos, siempre explicaré palabrillas de domingo. No me tomen por un elitista literario de esos que sobran en este país) que se entiende como “leer al revés”, algo así como “desleer” algo con lo que no conectamos.

Sí, todos los libros son importante. Sí, todas las historias nos enseñan algo. No, no necesitamos leer algo que no nos esté gustando. Dejar de leer un libro no es un fracaso. Es una señal de autoconocimiento, de que sabemos en qué nos gusta invertir el tiempo de lectura. Recuerden que el tiempo de leer debe ser un tiempo para disfrutar.

La lectura debería ser un refugio, un sitio mental donde peleamos con dragones, escapamos del asesino, nos enamoramos, encontramos al familiar perdido, el tesoro es hallado, la magia tiene su estructura de funcionamiento y los buenos ganan a los malos. Si no logramos conectar con esas emociones y nos damos la oportunidad de movernos al siguiente libro sin sentir remordimiento, comenzaremos a entender más nuestros gustos literarios y leeremos más por placer que por obligación. Porque al final, leer debería ser un acto de libertad, y dejar un libro, un gesto de amor propio. Si nos atrapan o no nos conectan, nunca es nuestra culpa…la culpa es del arte.