Hace algunos días nuestra Defensoría de los Habitantes renunció a participar del Proyecto de Contención del VIH en Costa Rica, del que formaba parte desde el 2016. Esto supone la desvinculación de la Defensoría con una iniciativa pionera y de vital importancia —vital incluso en términos literales—, cuyo principal objetivo consiste en contener y reducir la mortalidad asociada a ese virus.
Razonablemente, la Comisión Permanente de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa solicitó que la directora de la Defensoría, Catalina Crespo, ofreciera explicaciones al respecto. Además, tras remitir varias preguntas sobre la decisión de retirarse del proyecto y no haber recibido respuesta en el plazo que la ley dispone para esos efectos, el diputado Enrique Sánchez presentó un recurso de amparo contra la Defensoría por violación al derecho de acceso a la información pública.
Que la Defensoría se niegue a responder a estas preguntas es un mal signo. Que abandone a las poblaciones que están más expuestas al VIH en nuestro país es aún peor. ¿No es precisamente la Defensoría de los Habitantes la institución que está llamada a proteger a quienes sufren como consecuencia del abuso, el estigma social y la discriminación? ¿Quién defenderá de las acciones de la Defensoría a los más indefensos? La pregunta parece absurda, y tal vez lo sea, pero en cualquier caso coincide con el tono de la situación.
Todo sugiere que el VIH es, una vez más, la papa caliente entre jerarcas de gobierno que a todas luces están desprovistos de la formación, la información y la empatía requeridas para el desempeño de sus funciones.
VIH y sida
Contrario a la impresión generalizada, VIH y sida no son sinónimos. El virus de inmunodeficiencia humana, que conocemos por sus siglas como VIH, se transmite mediante el contacto sexual, la leche materna o el uso de jeringas y agujas y destruye a un tipo de glóbulo blanco que ayuda al cuerpo a combatir las infecciones. sida es el nombre de la enfermedad causada por ese virus (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida).
En 1981 se describieron los primeros casos de sida en los Estados Unidos. Cuatro años después el actor hollywoodense Rock Hudson anunció que era portador del VIH. Su muerte hizo pensar a quienes luchaban contra el sida que finalmente se comprendería la necesidad de combatir una epidemia que era vista por la mayoría como un problema de los marginales. Evidentemente, eso no ocurrió.
En 1988 Susan Sontag publicó El sida y sus metáforas, un ensayo en el que la escritora neoyorquina indagaba sobre las terminologías militar y religiosa que habían rodeado hasta entonces a la enfermedad, señalada por diversos grupos con términos apocalípticos como “plaga bíblica” y “castigo divino”.
Los primeros años de la década de los noventa representaron mayor apertura y conocimiento en relación con el VIH. En 1990 el escritor francés Hervé Guibert publicó Al amigo que no me salvó la vida: una novela autobiográfica que inicia cuando el protagonista descubre que es portador del VIH y muestra de forma minuciosa los signos de su deterioro físico.
El año siguiente el basquetbolista Earvin “Magic” Johnson y el cantante Freddie Mercury anunciaron que eran portadores del VIH. Johnson creó posteriormente una fundación para promover la lucha contra el sida. Mercury falleció algunas horas después del anuncio, como consecuencia de una bronconeumonía.
La muerte de Mercury afectó profundamente a sus seguidores y convirtió al cantante en el símbolo involuntario de millones de personas que hasta entonces habían sido afectadas por el sida. Todo sugería que, finalmente, la comunidad científica volvería los ojos hacia el VIH y emplearía sus mejores recursos para combatirlo. Hoy, 30 años después, no existe todavía una vacuna contra el virus.
Una larga espera
Desde 1981 el VIH ha infectado a más de 80 millones de personas. De acuerdo con el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida, alrededor de 38 millones de personas conviven actualmente con el VIH. En Costa Rica, el número de contagiados se estima en unas 12 mil personas.
En diciembre de 2020 se anunció que dos prototipos de vacuna contra el VIH habían alcanzado la última fase de ensayos. El tiempo necesario para determinar si esos prototipos funcionarán en condiciones reales será de dos a tres años. Los fármacos, desarrollados por Janssen, utilizan la misma tecnología que esa empresa farmacéutica ha empleado en su vacuna contra la COVID-19.
La mayoría de los científicos afirma que es difícil producir una vacuna contra el virus de inmunodeficiencia humana debido a su elevada variabilidad genética. Por otra parte, si se considera que las primeras vacunas contra el SARS-CoV-2 comenzaron a administrarse en un plazo menor a un año después de la identificación del virus, es fácil suponer que existen otras razones detrás de las casi cuatro décadas de retraso de la vacuna contra el VIH.
En un ensayo titulado La sabiduría de las putas (2012), la investigadora estadounidense Elizabeth Pisani afirma que una buena parte del dinero que se dedica a la lucha contra el sida se pierde como consecuencia de las políticas institucionales mal enfocadas, los tabúes morales, el dogmatismo religioso y las burocracias gubernamentales.
De acuerdo con Pisani, “la ciencia no existe aisladamente. Existe en un mundo de dinero y de votos, un mundo de ruedas de prensa y lobbies, de farmacéuticas, activismo medioambiental, religiones, ideologías políticas y todo el resto de complejidades de la vida humana”. Sus conclusiones afirman, en síntesis, que la ciencia requiere de claridad en relación con el problema y un interés generalizado para resolverlo. Hasta ahora no hemos contado con ninguna de esas condiciones.
Prejuicio y vulnerabilidad
A inicios de los años 80 más de 8 mil personas con hemofilia contrajeron el VIH después de haber sido expuestas a un factor de coagulación contaminado con el virus. En 2019 casi 3 millones de niños y adolescentes eran portadores del virus.
El VIH no ha sido nunca el problema de los homosexuales, como se propuso en algún momento con ignorancia y mezquindad inmensas. Es, en cambio, el virus de todos: mujeres y niños, drogadictos y amas de casa, agentes de ventas, abogadas, políticos, estudiantes, doctores, campesinas, panaderos, músicos y deportistas. Todos.
Sin embargo, una abrumadora mayoría cree que sólo ciertos grupos de personas pueden infectarse con el VIH, lo que ha dado lugar a grandes prejuicios y errores sobre cómo se transmite y qué significa convivir con el VIH. Muchos de esos prejuicios y errores alcanzan, tristemente, a nuestras instituciones gubernamentales.
Está claro que a la Defensoría de los Habitantes le corresponden las tareas de prevención de la discriminación y defensa de los derechos humanos. Si esa institución puede abandonar el trabajo que le corresponde por ley es seguramente un asunto que requerirá de múltiples gestiones a partir de ahora. Por otra parte, que la Defensoría debe defendernos a todos, y con mayor razón a los más vulnerables, es algo que no requiere de trámites. Sólo de una dosis mínima de sensatez y sentimientos.
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