Uno de los lemas que más me ha gustado y que resuena con la forma en que veo el mundo, es el de la agenda 2030 de Naciones Unidas: no dejar a nadie atrás. No dejar a nadie atrás requiere una visión que ayude a equiparar desigualdades sistémicas y que guíe la acción colectiva con una perspectiva de bienestar compartido, en una acciones armoniosas y coherentes.

La línea de partida de cara al próximo ciclo electoral nos muestra grandes retos como sociedad: una clase media que se ha ido empequeñeciendo y un impacto de la pandemia que nos va a dejar con mayor pobreza; un sistema de salud que es maravilloso, pero que necesita que lo repensemos, para que nos lleve a una verdadera universalización de la cobertura (actuando decididamente contra los tentáculos de la corrupción, que se siguen asomando en varios temas); un sistema educativo robusto pero que no muestra avances significativos y que se resiste, no sólo al cambio, sino a la evaluación; una sociedad que no termina de incorporar acciones decisivas para la igualdad de género, comenzando por igualdad en la paga y garantizando una incorporación más paritaria y justa a la estructura productiva; un sistema de justicia que garantice el acceso igual y oportuno a todas las personas, proactivo y que resuelva de manera pronta. Asimismo,  una agenda verde que sea coherente y no solo acciones desarticuladas, que priorice el buen manejo ambiental, energías limpias, transporte público masivo y sostenible, reducción de la huella, protección proactiva de nuestra flora y fauna y de nuestras zonas protegidas; una agenda de derechos humanos que nos acerque a los ideales democráticos de la igualdad y la justicia social, que se traduzca en acciones concretas en áreas como los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; una agenda migratoria sensata y humanista y una cultura de paz y no violencia, promovida desde las primeras instancias de nuestro sistema educativo.

Debemos pensar en cómo fortalecemos nuestro potencial económico, haciendo del sector privado y del sector civil aliados de nuestra visión país y cómo logramos volver a insertar al país en el concierto de las naciones, en un mundo transformado por la tecnología y movido por la innovación.

Hoy, más que nunca, debemos pensar en la agenda a futuro como una acción colectiva interpretada por el pensamiento sistémico: el poder de saber interpretar que las cosas efectivamente están interrelacionadas y que las acciones deben tener una coherencia de conjunto y una lógica conectada. Los académicos Ray Ison y Ed Straw, en su libro publicado recientemente, advierten que los tomadores de decisión que quieran hacer un cambio transformador, que camine hacia un mundo sostenible y justo, deben considerar la perspectiva y metodología sistémica en su quehacer: poco sirve dar un paso en la dirección correcta en un tema, si a la vez se retrocede en otros.

No podría estar más de acuerdo, y espero que quienes aspiren a los más altos puestos de elección popular en este ciclo, puedan ver más allá del árbol: que puedan ver el bosque e interpretar la importancia de cada uno de sus elementos. Como dijo don Pepe en 1955:

Cuando un país está viviendo una etapa histórica importante, como la que ahora atraviesa Costa Rica, si quienes no la comprenden se ciegan, quienes la apoyan están en el deber de mirar con doble claridad”.

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