Mientras me encontraba en las entrevistas de mi proyecto final de graduación en el Reino Unido, cuyo objetivo era determinar el avance de las políticas de economía circular en el ámbito de la construcción de infraestructura pública en Londres, uno de los expertos europeos en el tema me enseñó que la economía circular ha convivido con nosotros por mucho tiempo. Cuando pensaba que la transición de una economía lineal a una con esquemas circulares sería el cambio más drástico desde la última Revolución Industrial, el entrevistado me corrigió diciendo: “Edgardo, te aseguro que tu abuela tiene años aplicando esquemas circulares en su vida cotidiana”.

¿Mi abuela? ¿Qué tiene que ver mi doña Cecilia Villalta con la economía circular? La conversación me dejó pensando por varios días, hasta que me di cuenta que aquella mujer cuya niñez y adolescencia habían transcurrido en medio de la Gran Depresión de 1930, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil de 1948, tenía mucho que enseñarme de economía circular.

Posiblemente para una parte de las personas que leen este artículo sea la primera vez que escuchan el término “economía circular”. Según la Fundación Ellen Macarthur la economía circular es una redefinición del crecimiento económico centrado en el beneficio de la sociedad y el medio ambiente. Lo anterior mediante los principios básicos de:

  1. Diseñar productos y servicios que reduzcan la cantidad de basura y contaminación generada.
  2. Asegurar que los materiales y productos se mantengan en uso.
  3. Contribuir a la regeneración de los sistemas naturales.

Lo anterior en contraposición al modelo de producción y consumo lineal que domina al planeta. Dicho de otra forma, mientras la “economía lineal” está diseñada para producir en masa, usar y desechar; la economía circular nos invita a producir de manera responsable, reutilizar y reciclar.

Pero volvamos a la pregunta de antes ¿y esto qué tiene que ver con mi abuela? Pues bien, uno a uno comenzaron a llegar los recuerdos de la capacidad de innovación de mi abuela tratando de maximizar el uso de cualquier objeto y reduciendo el desperdicio. Me vi en su jardín lleno de plantas sembradas en “macetas” hechas con latas de melocotones en almíbar; acomodadas encima de alguna mesa o silla que, al cumplir su vida útil en la sala de la casa, iniciaban su nueva etapa como “maceteros”.

Regresó la emoción que producía encontrar helados sabor “Galleta” en la nevera; emoción que daba paso a la decepción absoluta cuando al abrir el contenedor encontraba caldo de pollo, frijoles o lentejas congeladas. Esta situación se repetía cuando, rebuscando en el closet de doña Cecilia, encontraba una lata de galletas danesas que terminaban siendo hilos y agujas o, en el mejor de los casos, fotos en blanco y negro que dibujaban la historia familiar.

No estoy seguro de si la preocupación principal de la abuela se centraba en el cambio climático o en la lección que dejaron tiempos de escasez en donde el desperdicio era pecado mortal; cualquiera haya sido la motivación, lo cierto es que sus prácticas nunca han estado tan vigentes como hoy.

Según la Escuela de Bartlett de University College London, ocupando un 1% de la superficie del planeta, las ciudades consumen el 60% de los recursos naturales del planeta, convirtiendo a estos epicentros de consumo en productores masivos de basura. En el caso concreto de Costa Rica, el Ministerio de Salud reportó en 2018 que la sociedad costarricense generó ese año, 1 462 397 toneladas de residuos, lo que equivale a llenar 21 veces el Estadio Nacional de basura. Aún más preocupante es saber que cerca del 57% fue generado en la Gran Área Metropolitana (GAM).

Costa Rica ha alcanzado internacionalmente un rol protagónico en lo que respecta a conservación ambiental, incluso en días recientes fue anunciado que nuestro país lidera junto con Francia la “Coalición de Alta Ambición para la Naturaleza y las Personas”; iniciativa que cuenta con el apoyo de 50 países y aspira proteger 30% tanto de la superficie terrestre, como marítima del planeta. Sin embargo, la realidad urbana costarricense cae en una tremenda contradicción.

Costa Rica merece ciudades a la altura de su historia. Son varias las organizaciones y personas que desde diferentes trincheras han trabajado incansablemente para hacer de la GAM un lugar mucho más sostenible. Es hora de que esos llamados sean atendidos mediante políticas multi-nivel en diversas áreas que generen ciudades acorde a los esfuerzos de conservación del país. En este proceso la economía circular puede ser una alternativa posible que impactaría de manera positiva en todos los niveles de nuestro sistema económico y social.

¿Imposible? ¿No hay cultura para esto en el país? Ciertamente es un proceso complejo, pero antes de “auto-serrucharnos” el piso, al menos hagamos el intento en la pequeña escala de nuestros hogares. Reconozcamos la increíble capacidad de innovación de nuestros abuelos y abuelas y rescatemos esas prácticas de economía circular en casa. Con estas pequeñas acciones  contribuimos a construir los espacios urbanos que Costa Rica merece.

Nota a quienes lean este artículo: Me encantaría conocer sus prácticas de economía circular en casa y que de manera colectiva podamos construir una guía para que las personas de todo el país puedan replicarlas en sus hogares. Hágame llegar sus  “tips circulares” al correo: [email protected]

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