La última tendencia en redes de telecomunicaciones es la 5G y para muchos actores en el mercado de las telecomunicaciones es una “urgencia” desplegar esta red que es más rápida y ofrece más banda ancha. Detrás de esta aparente evidencia, actores del mercado de las telecomunicaciones afirman que Costa Rica estaría atrasada en la adopción de esta tecnología móvil de quinta generación. Sin embargo, esta preocupación con el retraso tecnológico yace en la promesa de que el Internet de las Cosas, la tendencia de que los objetos estén conectados los unos con los otros, es inminente y deseable. Ninguna de estas suposiciones son evidencia, al contrario, las ventajas y desventajas de esta tecnología ameritan ser debatidas.

El hecho es que la prioridad de los entes reguladores en nuestro país debe ser reducir la brecha digital, es decir las desigualdades entre grupos sociales en el acceso y uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. La 5G permite solamente un aumento de la banda ancha en espacios de cobertura limitados (más pequeños que los de la 4G), por lo cual la adopción de esta tecnología no contribuirá a nuestra prioridad más apremiante en este contexto de pandemia, que es garantizar un acceso fiable e igualitario a la sociedad de la información para todos los ciudadanos. Para los que aseveran que Costa Rica debe apresurarse a instalar la 5G para poder conectar los objetos entre sí, debemos recordarles que nuestra prioridad como país es conectar a las personas.

Para los actores que alegan que los objetos conectados son una demanda real de los consumidores, independientemente de las necesidades del resto de la población, se les debe recordar que las externalidades negativas de la 5G, es decir sus impactos negativos, que no están calculados en su precio de mercado, si conciernen al conjunto de la población. Debido a que el área de cobertura de la 5G es más pequeña que el de la 4G, esta requiere más torres de transmisión de frecuencias, y si bien los estudios sobre los riesgos de la radiación electromagnética en humanos no son concluyentes, la fantasía del Internet de las Cosas necesitaría un aumento exponencial del número de torres, poniendo eventualmente en peligro nuestro medio ambiente ya que no comprendemos todavía el impacto que pueden llegar a tener las altas frecuencias en abejas y polinizadores. ¿Acaso no sería absurdo sacrificar nuestro ecosistema para garantizarle un internet más rápido a unos cuantos?

Ahora bien, es innegable que a pesar de las limitaciones en términos de fiabilidad y de área de cobertura de la 5G, esta resulta más eficiente en términos energéticos que la 4G. Sin embargo, sabemos con certeza que un aumento de la eficiencia de la conexión implica también un aumento de su uso, resultando en un incremento del flujo de datos y de los objetos conectados,  lo cual desemboca paradójicamente en un aumento del consumo energético de las redes de telecomunicaciones. Algunos expertos estiman que el consumo energético de las redes de telecomunicaciones aumentaría en el periodo de 2019 al 2025 en un 35%, entonces cabe preguntarse si vale la pena acrecentar nuestra huella de carbono por darle el lujo al consumidor particular de conectar un objeto a su celular.

No obstante, podemos estar seguros que más de algún actor se atreverá a afirmar que la 5G aumentaría la productividad de las industrias garantizando así que los beneficios que estás aportan a la economía superen el costo de las externalidades negativas. Incluso así el  uso de la 5G sería injustificable ya que el Internet de las Cosas representa también un riesgo cuantificable en términos de ciberseguridad para las empresas. Por ejemplo, en 2019 el costo promedio estimado de un ciberataque para una corporación era de $1.64 millones. Tomando en consideración que entre más dispositivos conectados existan más puertas de entradas hay para un ciberataque, el uso del Internet de las Cosas, y por ende de la 5G,  no resulta cuantitativamente beneficioso para las industrias que se verían cada vez más vulnerables al conectar más objetos a su red.

En última instancia habrá aquellos que afirmaran que se trata de avanzar con el progreso tecnológico ineluctable, y que aquellos que no se adapten fracasarán. A estos solo les puede responder con la certeza de que en el mundo de la innovación no es aquel que llega primero quien llega más lejos. La idea de que instalar las redes de 5G es una urgencia está íntimamente ligada a la voluntad del sector privado de expandir su mercado, cuando en realidad nuestro interés como país es ver a largo plazo y velar por todos. No nos ofusquemos bajo esa narrativa de urgencia, pensemos estratégicamente el futuro de nuestras redes de telecomunicaciones.

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