Enfrentar la crisis actual del COVID-19 plantea enormes desafíos tanto para la salud pública como para la seguridad alimentaria y nutricional (SAN) de la población. Se ha reconocido que la enfermedad COVID-19 tiene repercusiones en la SAN, por sus consecuencias directamente en el sistema alimentario, mediante impacto en la oferta y demanda de alimentos, e indirectamente a través de la disminución del poder adquisitivo, la capacidad de producir y la de distribuir alimentos.

Debido a las medidas de distanciamiento social y prevención del contagio del COVID-19 en el país, en un primer momento, se dio un incremento en la demanda de los alimentos, por las “compras de pánico”. Posteriormente, se ha estado viviendo una tendencia decreciente en la demanda, tanto en términos de capacidad física como de capacidad económica para acceder a alimentos por la pérdida de empleos y la “congelación” de los sectores económicos.

Adicionalmente, los patrones de compra y consumo de alimentos se han modificado, y con ello la calidad nutricional de la dieta de la población se ha visto afectada, por el reemplazo de los alimentos más saludables y frescos como son las frutas, vegetales, por alimentos más accesibles, por su bajo precio, de mayor vida útil, preenvasados e industrializados, que se caracterizan algunos por ser productos con un perfil nutricional desfavorable por su alto contenido de nutrientes críticos (sodio, azúcar y grasa) que aumentan el riesgo de desarrollar enfermedades no transmisibles tales como obesidad, hipertensión y diabetes.

Esta situación afecta a la población más vulnerable –las de bajo nivel socioeconómico- porque tienen menos recursos para hacer frente a la pérdida de empleo e ingresos. Por otra parte, el aumento de los precios de los alimentos y la inestabilidad en la disponibilidad, presentan dificultades de acceso de alimentos sanos y seguros, y por lo tanto tienen menos capacidad para adaptarse a la crisis.

En este sentido, la crisis por COVID-19, para los más privilegiados ha representado tener más tiempo para estar en casa con electricidad, agua potable, descanso, tiempo para ejercicios, cocinar en familia comida más saludable y estar menos expuestos a condiciones de vida obesogénicas y se ha convertido en una oportunidad para adquirir estilos de vida más saludables.

Sin embargo, para muchos, o la gran mayoría de los costarricenses, esta pandemia ha significado hacinamiento, falta de higiene, agua potable, violencia intrafamiliar, sedentarismo, alcoholismo, empobrecimiento y menor acceso físico y económico a alimentos saludables, inocuos y seguros para su consumo.

Esta “paradoja” probablemente agrava las inequidades sociales y aumenta la inseguridad alimentaria en la población, tanto en términos de cantidad de alimentos disponibles, como de la calidad nutricional (más calóricos, con más azúcares, sodio y grasas saturadas), fomentando la doble carga de enfermedad: obesidad y desnutrición o deficiencia de micronutrientes.

Si bien es cierto que la COVID-19, puede ingresar al organismo de cualquier persona, en términos socioeconómicos no a todos les afecta por igual. Quienes no mantengan una alimentación saludable que incluya frutas, vegetales, proteínas de alto valor biológico, podrían tener un sistema inmunológico débil y un incremento de la prevalencia de obesidad y otras enfermedades no transmisibles, que son los principales factores de riesgo del COVID-19, por lo tanto, se exponen a un mayor contagio, y gravedad de la enfermedad y mortalidad.

Es importante tener presente que la causa y solución de la obesidad no es “una elección individual”. El exceso de peso en Costa Rica del más del 30% en adolescentes y un 34 % en escolares, es el producto de la interrelación compleja de factores genéticos, personales, así como de factores del entorno, ambiente alimentario, económicos, sociales, políticos, elementos de los sistemas de salud, servicios de nutrición, la pobreza, el desempleo y la inequidad traen consigo menor acceso a una alimentación saludable, asequible, variada, inocua y segura para su consumo.

Hoy más que nunca podemos decir que la obesidad es el resultados de las inequidades sociales y que en este momento se están agravando como consecuencia de la crisis del COVID 19 y del ambiente alimentario obesogénico que estamos expuesto.

Expertos salud pública han referido que estamos viviendo una sindemia, causada por la interacción de epidemias que hacen sinergia, en este caso COVID-19, y enfermedades no transmisibles como la obesidad, que se retroalimentan. Esta sindemia es el producto de la sinergia de un mal infeccioso y una enfermedad crónica no transmisible (obesidad - diabetes mellitus - hipertensión). Estas condiciones se están agrupando dentro de los grupos sociales de acuerdo con patrones de desigualdad profundamente arraigados en nuestra sociedad. La agregación de estas enfermedades en un contexto de disparidad social y económica exacerba los efectos adversos de cada enfermedad por separado y aumenta el riesgo de contagio, complicaciones y morbilidad por COVID-19 en la población más vulnerable. En este contexto, se ha reconocido que, una sindemia no es simplemente una comorbilidad, se caracterizan por ser el producto de interacciones biológicas y sociales, que aumentan la susceptibilidad de una persona a sufrir daños o empeoran sus resultados de salud. En el caso de COVID-19, enfrentar las enfermedades no transmisibles (ENT) será un requisito previo para una contención exitosa. Por lo tanto, abordar el COVID-19 significa abordar la hipertensión, la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y respiratorias crónicas y el cáncer.

Para hacerle frente a la crisis del COVID-19 y mitigar sus efectos se requiere una intervención inmediata con enfoque integrado y una visión más amplia, considerando las desigualdades socieconómico y no únicamente controlar la enfermedad o tratar a pacientes individuales. La crisis económica y social que presenta el país, no se resolverá con un fármaco, ni con una vacuna. Se necesita una intervención que abarque la educación, el empleo, la vivienda, la alimentación y el medio ambiente y de esta manera revertir las profundas disparidades.

Al reconocer que la alimentación no saludable constituye el principal factor de riesgo de las Enfermedades no transmisibles (ENT) como la obesidad, para hacerle frente a este gran reto, aparte de una coordinación y trabajo sinérgico con todos los sectores en distintos niveles, se requiere urgentemente, la Intervención del Estado. Existe consenso político internacional sobre la necesidad de implementar medidas poblacionales costo-efectivas que contribuyan a promover la creación de un ambiente alimentario saludable-sostenible facilitando a la población hacer elecciones alimentarias más saludables.

Algunas medidas son:

  • Implementación de un etiquetado nutricional obligatorio y un etiquetado nutricional frontal de advertencia, es una herramienta práctica para que la población pueda identificar, de una forma rápida y fácil, alimentos alto de nutrientes críticos (azúcares, sodio y grasa). El etiquetado nutricional frontal ha sido reconocido como una de las políticas recomendadas por organismos internacionales como la OMS, UNICEF y FAO para la prevención de las ENT como el sobrepeso y obesidad. En este sentido, es muy oportuno el proyecto de ley (22.065), de la diputada María José Corrales.
  • Hacer más accesibles los alimentos saludables a los costarricenses, en otras palabras, que los alimentos saludables como las frutas, vegetales, sean más baratos. Para lograr lo anterior, se requiere en el país una Canasta Básica de Alimentos con criterios nutricionales y eliminar los impuestos a los alimentos saludables y de esta manera contribuir a garantizar la seguridad alimentaria y nutricional y el derecho humano a la alimentación en la población.
  • Regular la publicidad y mercadeo de alimentos no saludables, por su influencia en las decisiones de compra y consumo de la población.
  • Continuar fortaleciendo el proceso de educación nutricional en el país para que la población tenga los conocimientos, prácticas y actitudes que favorezcan tener una alimentación saludable. Para esto se puede compartir el enlace de las Recomendaciones nutricionales ante la pandemia del Ministerio de Salud.

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