A propósito del Premio Nobel, reconocido galardón internacional que conmemora a personas o instituciones que hayan llevado a cabo descubrimientos, investigaciones o contribuciones importantes a la humanidad , y que se otorgan cada año desde Suecia. Pienso, en voz alta, en los indicadores de estos premios: ¿cuántos hombres y cuántas mujeres han recibido el premio en el campo literario desde su creación en 1901?

Según los datos de la organización 15 mujeres en total han ganado el Premio Nobel de

Literatura, incluida la primera latinoamericana Gabriela Mistral, en el año 1945. La única escritora en español que hasta hoy lo ha recibido. Frente a 101 hombres galardonados desde 1901. Claramente los resultados arrojan una disparidad entre los galardonados.

Me pregunto: ¿en dónde están las mujeres? No es que haya menos mujeres en el mundo. No. La realidad, es que la historia ha sido muy grosera y se ha inventado una interminable carrera de obstáculos para con la otra mitad del mundo, las mujeres.

Las mujeres están ocupadas con dobles jornadas de trabajo, cuidando de otros, con menos posibilidades para estudiar debido a un sistema atrofiado por una serie de eventos socio políticos, culturales e históricos.  Desde que el día nace hasta qué muere, las mujeres sostienen el mundo. Muchas en sumisión absoluta. Reclaman poco. Como diría la escritora Maria Velho da Costa «ellas chupan la punta del hilo para remendar la camisa, ellas llenan los platos, ellas encienden la lumbre, ellas cortan el pan y calientan el café ya frío».

Las mujeres, en definitiva, cuentan con menos tiempo para crear, apilar conocimientos, discernir y entreabrir oportunidades para meditar sobre sus propias condiciones humanas.

No voy a ahondar en datos estadísticos, pero tengo curiosidad, ¿por qué tantas escritoras, artistas y mujeres intelectuales viven con miedo, interrumpidas constantemente y con el tiempo limitado?

La historia ha evidenciado, en multitud de ocasiones, a escritoras que han asumido una identidad masculina falsa para poder publicar sus novelas, conscientes de que su trabajo sería ignorado. Por ejemplo, la escritora española Caterina Albert usaba el nombre de Victor Català , Cecilia Böhl de Faber se ocultó bajo la falsa identidad de Ferñan Caballero. Mary Ann Evans -George Eliot- o el caso más reciente, la británica Joanne Rowling -J.K. Rowling, Robert Galbraith-, autora de la saga Harry Potter.

Otras y, peor aún, cercanas a la locura, optan por el suicidio. Pero ¿por qué tantas mujeres brillantes en el campo literario y artístico han decidido despojarse de sus vidas?Son muchas las preguntas sin respuestas.

Acuden a mi mente imágenes y versos de Violeta Parra, Alfonsina Storni, Rosario Castellanos, Sylvia Plath, Virginia Wolf y Alejandra Pizarnik. Todas ellas se quitaron la vida. Así también, Anne Sexton, quien ganó el premio Pulitzer de poesía en 1967 y en 1974 acabó con su propia vida.

Otras, como Janet Frame, terminaron en un psiquiátrico. Frame fue  diagnosticada erróneamente con esquizofrenia y pasó ocho años en un hospital neuropsiquiátrico.

En el 2016 se publicó un artículo del periodista Juan Carlos Pérez Salazar en la BBC, que despertó mi atención , «Las mujeres no escriben. Y cuando escriben, se suicidan: las escritoras latinoamericanas durante el Boom». En este artículo, la escritora Elena Poniatowska menciona que «las mujeres que se salían del camino establecido eran satanizadas y tenían una vida muy dura. Y acababan en cierto momento enloqueciendo de tanto que sentían que eso era lo que el público quería que ellas fueran. Que demostraran con su vida que ellas no eran normales».

El año pasado la escritora Gioconda Belli también reconoce estos hechos en el artículo La pluma femenina reclama su importancia y denuncia de cierto modo los grandes premios literarios, esas grande catedrales literarias que continúan estancadas en una mirada masculina que ve con sospecha, o en el mejor de los casos, con benevolencia, la literatura femenina. Al mismo tiempo nos hace reflexionar sobre las pocas escritoras que han sido reconocidas con el Premio Nobel de Literatura a una avanzada edad-cuando se piensa que no amenazan a nadie y merecen un buen fin-.

“Cierto que las mujeres entramos tarde a la literatura...¿cuánto creen que nos ha costado llegar tan lejos? Pero ya hemos llegado, y es hora de que se nos reconozca la inmensa calidad y relevancia que, sin mezquindades, y con entusiasmo nos reconoce el público lector”. Concluye la autora.

Son precisamente las escritoras contemporáneas quienes nos cuentan qué tan difícil es y continúa siendo escribir en la actualidad. Hay un gran número de mujeres allá afuera con deseos de escribir. Millones de mujeres con el afán de estudiar, investigar, con sueños y ambiciones intelectuales.

El asunto de escribir o de leer no es cuestión de gustos, es un asunto de desventajas y jerarquías.  A pesar de que la gente lee menos en estos tiempos, las estadísticas coinciden en que las mujeres leen más libros que los hombres. En España el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) apunta que el 68,3% de mujeres lee más libros en su tiempo libre frente al 56% de los hombres.

¿Qué escriben las mujeres,  por qué y para quién escriben? Se dice que el lector lee a quien más extraña y creo que anhelo precisamente eso: escuchar más voces femeninas.

Con los años he podido concluir que realmente el tiempo de las mujeres creativas e inteligentes es muy valioso porque realmente no se cuenta con mucho para crear, debido a las obligaciones preexistentes.

Ciertamente, las sociedades contribuyen, muchas veces, a esta impotencia, miedo, confusión y limitadas esperanzas para la construcción de trayectos personales.

Mi propósito no es victimizar a la mujer; por el contrario, es crear lazos y romper con la indiferencia social y cultural. Poner en perspectiva realidades importantes y lograr niveles de consciencia más altos entre hombres y mujeres, siendo los mismos hombres esos motores de cambio para la apertura en cuanto a los roles importantes y digno de las mujeres.

Es urgente reflexionar sobre el equilibrio en nuestros hogares, centros educativos y espacios públicos. Educar a las futuras generaciones en complicidad absoluta, que beneficien íntegramente a los involucrados, a nuestros hijos e hijas, con apertura a las necesidades conjuntas del núcleo familiar y asumir colectivamente las actividades de la vida diaria.

Gestionemos las mismas oportunidades de educación para las niñas, más puestos de trabajos dignos para las mujeres, galardones y reconocimientos para las mujeres que aportan a la ciencia, la literatura, la medicina, la tecnología y muchos otros campos, hasta ahora, enrevesado para la mayoría de las mujeres. Que este tema de los Premios Nobel sirva como excusa para cambiar estas estadísticas.

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