El desarrollo de una civilización se relaciona directamente con su capacidad de producción; con el paso de los años, la cadena de valor de los bienes y servicios se ha ido globalizando, evidenciando la importancia de la eficiencia logística que debe tener una corporación —sea pública o privada— con la finalidad de ser más competitiva en un océano, ya teñido de rojo con la sangre de aquellos que han caído en la lucha comercial. El transporte es parte fundamental del costo final de los bienes y servicios que adquirimos.

De manera simplificada e indistinta a la ideología que se tenga, se puede sentenciar que un país debería de ofrecer un ecosistema apropiado para el desarrollo productivo de sus representados, visto como una oportunidad de ganar-ganar tanto para el sector público y privado que lo compone. Claro está, debe primar la democracia y los intereses colectivos sobre los particulares.

La competitividad es uno de los indicadores con el que se puede revisar dicho ecosistema. Por su parte, el Foro Económico Mundial al publicar el ranking de competitividad mundial ubicó en el año 2019 a Costa Rica en el puesto 62 de 141 naciones. Dentro de este ranking se consideran diferentes pilares para establecer la comparación, y uno de estos pilares es la infraestructura (en el cual el país se situa en la posición 63 de 141). Este hecho no responde a una situación particular, sino que es el producto de las decisiones que hemos venido tomando, nuestro índice de competitividad futuro dependerá de elecciones que estamos tomando y las que tomaremos.

Costa Rica es un país con un sistema productivo con bienes y servicios muy claramente definidos, de tal manera que con poco investigar podemos encontrar que la mayor parte de exportaciones se agrupan en pocos bienes. Ahora, aunque la posición en un ranking es simplemente una pincelada de la situación, estos resultados claramente nos deberían ocupar en retroalimentarnos y mejorar los aspectos que podemos. De nada nos sirve entender en qué estamos fallando si no hacemos algo al respecto. Y uno de los puntos en que fallamos para brindar el ecosistema ideal es el contar con infraestructura para la demanda actual y futura.

En la situación económica que enfrenta nuestra República, se ha discutido sobre tantísimos ejes —y todos muy interesantes—, pero uno que, a criterio del suscrito, se ha quedado rezagado en la mesa de negociación es la necesidad de dotar al país sistemas de infraestructura que permitan ser más atractivo para generar desarrollo interno. Y si debe aclararse que no se pretende utilizar por el suscrito propuestas como las gestadas por Hjalmar Schacht hace casi cien años atrás. No se trata de hacer y hacer calles, tenemos que ir un paso más allá. ¿Infraestructura para qué sistema? En efecto se deben generar obras en carreteras, pasos desniveles, aeropuertos, puentes y un sinfín de obras públicas que demandan nuestras exigencias actuales, aun así, se debería fortalecer la perspectiva de optimizar los sistemas de transporte público y mejor uso del suelo. ¿Carreteras con mayores capacidades o menos carros circulando? Sin duda, ambas. Desde la antigüedad, el sistema de transporte ha tenido la misión de permitir el acceso a sus usuarios, grosso modo, debería buscar beneficiar a la sociedad, facilitándole acceder a la salud, educación, insumos de consumo, entretenimiento, canales de trabajo y producción y, sobre todo, promoviendo la equidad e igualdad de oportunidades.

Actualmente el sistema particular (carro privado) tiene muchísimos más incentivos de uso que lo que vaya a ofrecer un sistema de transporte público, en el cual para trasladarse diez kilómetros puede implicar tres rutas de buses diferentes, ubicadas con estaciones muy separadas, y con una comodidad de servicio para el usuario no tan atractiva.  Las inversiones deberían buscar atender como balancear esta situación, no obstante, no deben ser inversiones antojadizas, sino que respondan a las políticas nacionales que nos hemos trazado en materia de transporte. No cabe duda de que las últimas dos décadas, la globalización y el auge de tecnologías disruptivas generaron una nueva era en temas de sistemas de transporte que debemos aprovechar con el fin de facilitar la gestión.

La disyuntiva del uso de recursos siempre ha existido, pero hoy se hace mucho aún más fundamental aplicar las políticas de desarrollo con una visión del sistema deseado en el mediano y largo plazo, más que cortoplacistas. Como sociedad debemos comprender la necesidad de mejorar el sistema de transporte público, mejor uso del suelo, facilitar el tránsito con fines industriales y comerciales.

Ante el déficit fiscal que tenemos, los diferentes sectores planteamos recortes de programas, mismos que se deben traer a la mesa del diálogo. Lo que si nos debería preocupar es detener la inversión en infraestructura clave para el desafío del mañana. Con esto no me refiero a un cobro o no del marchamo, va más allá. Va en la línea de darle la importancia presupuestaria a un elemento clave en el motor país y si bien es necesario contar una gestión constructiva más eficiente que la actual, es necesario fortalecer los sistemas de contratación administrativa, también es obligatorio incluir los sistemas de financiamiento en el contexto. Lastimosamente, un satanismo ha ido asociándose a la palabra concesión, donde ellas deberían ser parte modular en los modelos econométricos que deberíamos estar elaborando para el desarrollo.

¿Será que podemos estudiar casos de países como Colombia y México sobre los casos de éxitos en concesión? Solo por mencionar algunos. Requerimos vislumbrar los mecanismos existentes para fomentar las alianzas público-privadas, las cuales se traduce, normalmente, en una relación ganar-ganar. Las oportunidades y amenazas que como nación tenemos posterior a esta pandemia y situación fiscal son muchísimas; se debe mirar con detalle la inversión en infraestructura, propuestas agiles y eficientes para dinamizar los sistemas de transporte público y animarnos a buscar sistemas alternos de financiamiento como las concesiones con el fin de poder resolver las necesidades que podrían ser el talón de Aquiles de nuestra competitividad en el corto y mediano plazo.

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