Después de uno de los procesos más largos y controversiales en el diseño de un edificio público y gracias a una inversión multimillonaria (para la que sí había mucho presupuesto), hace unos días se inauguró en San José un nuevo edificio para la Asamblea Legislativa. El monumental edificio, se estrena en una de las más graves crisis sanitarias, económicas, sociales, y políticas, que ha tenido que enfrentar el país en muchas décadas. En medio de la pandemia, del descontento social, y de fuertes y selectivos recortes presupuestarios, se inauguró la gigantesca mole de concreto.
Podría haber sido una ocasión de oro para dar un nuevo valor al espacio público de la ciudad. Un espacio que se comenzó a gestar con los liberales a finales del siglo XIX y que dio origen a la creación de una nueva zona de poder en la capital, alrededor de los primeros parques (Morazán, Nacional, España), de la primera avenida arborizada (Avenida de las Damas), la vía de entrada a la ciudad, en ese entonces. En el mismo espacio se erigieron, desde finales del siglo XIX, los monumentos que intentaron forjar un sentido de esa nación que estaba en construcción. Se trataba de nuevo espacio público que luego se consolidó como eje cívico, dónde se construyeron algunas de las más importantes instituciones públicas de la República a lo largo del siglo XX.
Sí, el diseño y construcción del nuevo edificio para la Asamblea Legislativa podría haber sido ese momento clave para crear un edificio emblemático, abierto hacia el espacio público y en diálogo y armonía con su entorno y con sus habitantes. Podría haber sido el momento que tanto anhelábamos para dar un nuevo valor remozado al centro cívico de la capital costarricense. Podría haber sido un edificio, que al contemplarlo nos inspirara, nos identificara, nos enorgulleciera y diera sentido y razón como país, que sumara, que incluyera.
Existe una estrecha relación entre la arquitectura y el poder. Los edificios públicos no sólo cumplen un valor funcional, sino que también tienen un gran valor simbólico. Estos, son la representación arquitectónica del poder político, de su ejercicio y se convierten también en los símbolos de la identidad nacional. En principio, un edificio como el de la Asamblea Legislativa, tendría que dar legitimidad a las autoridades que lo conciben, lo construyen y que lo usan. La arquitectura y el diseño urbano son la manifestación del espacio en su sentido politizado, el espacio publico manipulado por los intereses políticos. Como lo ha señalado Henri Lefebvre, el espacio no es neutral, el espacio es poder. Y ese poder está espacialmente localizado en una sociedad, como la poderosa torre panóptica de la Asamblea Legislativa que ahora la observamos —o, más bien ella nos observa—irreverente, desde cualquier punto de la ciudad.
Un edificio que encarna al primer poder de la república y que además representa al pueblo de Costa Rica, debe inspirar integración social, sentido de pertenencia a una comunidad política imaginada, en este caso, la nación costarricense. Son muchas las lecturas que se pueden hacer del nuevo edificio. Según sus creadores, su diseño responde a cinco principios: solidez, raíces, democracia, libertad y transparencia. ¿Representa el diseño del nuevo edificio de la Asamblea Legislativa esos valores? ¡Un edificio en un país tropical y democrático, que más parece un bunker fortificado y que mira hacia adentro!
¿De qué forma, todo el proceso de construcción del edificio y de imposición de un nuevo diseño arquitectónico, por decisión arbitraria de un pequeño grupo de diputados, se refleja en una específica politización del espacio como reflejo de esa propia política? Como lo han estudiado en el libro Parliament, producido por la oficina de arquitectura XML, que analiza 193 edificios de parlamentos alrededor del mundo, la arquitectura de los espacios de congregación política no sólo es una expresión de la cultura política, sino que también da forma a esa cultura. Un análisis del diseño del nuevo edificio, como expresión de poder y revaloración del espacio público, será un tema interesante y central en las agendas de investigación futuras.
Habemus Asamblea Legislativa, contra viento y marea. Su arquitectura aplastante es ya un “hito” arquitectónico de poder, desde cualquier punto cardinal y de vista que se le vea, para bien o para mal. Irónicamente, el mismo día de su inauguración, sus paredes de concreto se han convertido en la pantalla perfecta donde se proyectaron mensajes con láser de protesta. El descontento e indignación se origina en la reducción, que algunos diputados que ahora disfrutan de flamantes asientos de lujo, intentan llevar a cabo en el ya raquítico presupuesto del Ministerio de Cultura. Los valores y prioridades son muy claros para algunos “representantes” del pueblo. Por ello, es bueno recordarles, a alta voz que: “La cultura NO es un gasto. La cultura es inversión en comunidad, identidad, trabajo y dignidad”. Esperamos que los diputados lo entiendan, desde la comodidad de sus nuevas, privilegiadas y elegantes oficinas, con las mejores vistas a la capital.
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