Antes de volver al típico debate religioso/ideológico detrás de poner impuestos y recortar gasto, se debe pensar qué vamos a producir. Sin producción y empleo no hay dónde recaudar impuestos ni base sobre la cuál mantener gasto público. Además, el endeudamiento supone expectativas positivas en el futuro. Eso no parece estar en el debate. El modelo de producción es la decisión fundamental que debe tomar el gobierno; una decisión urgente.
La COVID-19 ató de manos a la oferta y a la demanda. En Costa Rica salieron a relucir los problemas que ya arrastrábamos: desempleo, deuda pública, una sociedad polarizada, desigualdad y descontento con el gobierno, ineficiencia y conflictos de interés. La pandemia destruyó líneas de producción, empresas y trabajo. Poblaciones de bajo ingreso y personas vulnerables (mujeres, empleados informales, trabajos subvaluados, etcétera) han resultado afectadas. El caos y la incertidumbre no se han hecho esperar.
Con la puesta en marcha de las negociaciones del préstamo con el FMI y las propuestas del Gobierno surgen escenarios simplistas en la opinión pública: el recorte al gasto implica menos programas sociales, todas son políticas neoliberales de finales del siglo XX, más desigualdad, el crudo capitalismo y más impuestos para el pueblo cuando estos solo deben aplicarse a las utilidades de los grandes empresarios. A su vez, la queja del sector empresarial reclama que los impuestos desincentivan la inversión, la demanda de empleo y reactivación económica. La misma historia de siempre. Se debe abandonar esta visión dicotómica simplista y vaga que frena cualquier progreso. Antes de ahondar en este punto, voy a dejar claro mi idea.
Pecaría de inocencia quién ignore que el capitalismo en las sociedades más desarrolladas tiene cientos de problemas. Las empresas han llegado a generar tasas de ganancias sobre el capital inmorales; los trabajadores no han tenido la misma suerte con sus salarios. El sentido de pertenencia a una sociedad, característica fundamental del homo sapiens, se ha desboronado[i]. El individualismo y la soledad se han convertido en el método de sobrevivencia. La eficiencia del sistema no muestra robustez para afrontar impactos climáticos como el que vivimos. Los esfuerzos por disminuir las emisiones de carbono han sido débiles. La injusticia social sigue afectando a poblaciones trabajadoras con salarios precarios y endeudamientos insostenibles. Los gobiernos se han hecho a un lado, dejado su papel de benefactor social a lo mínimo, y es ahora quién viene a salvar las empresas ante la crisis[ii]. Ante la crisis, las personas quieren un cambio. Costa Rica puede aprender de esto.
La importancia de un Gobierno surge de la necesidad de establecer el marco legal de las dinámicas económicas. Es decir, velar por la justicia social, los derechos y la sostenibilidad ambiental. Es momento de repensar la generación de valor, la creatividad y dirección de la productividad. Costa Rica tiene herramientas para dar incentivos condicionales. La venta de activos, apertura de los mercados, incentivos fiscales, tasas de interés y la reducción de costos pueden estar condicionado en salarios justos, formalidad, mejorar recaudación tributaria, protección social, educación, salud, apoyo a las Pymes y responsabilidad con el cambio climático. Esto puede justificar ahorros en el gasto y mejorar la eficiencia. Pero hay que invertir en algo para alcanzar estos objetivos. Sin producción no hay nada que repartirse.
El gasto público no puede ser justificado por grupos ideológicos, la costumbre y un “siempre ha sido así”. Un terror a lo privado, por un lado, y por el otro el miedo a la competencia de unas pocas familias con intereses y grupos monopolísticos. Romper con esos focos de interés es necesario para eliminar las asimetrías de información que esconden poder. Además, el gasto público no es un instrumento que se debe sostener constante en el tiempo, debe funcionar como medida contra cíclica respaldada con investigaciones de eficacia y eficiencia, que reflejen un verdadero impacto en el bienestar social. No para jactarse de una cifra alta. Suficiente con buscar la calificación de la fuerza laboral, la informalidad, el desempleo del año pasado, la pobreza, la baja esperanza de vida de las empresas[iii], evasiones fiscales, ineficiencias públicas y un largo etcétera para saber que algo anda mal.
La deuda no ha sido una inversión, solo ha mantenido un sueño del cual no queremos despertarnos y topar con la realidad. Para dirigir un país se deben mostrar datos, proyecciones, metas, argumentar con razones técnicas y lógicas sus decisiones. Su contraparte, el ocultismo y la incertidumbre provocan inestabilidad social que daña el diálogo, nacen posiciones extremistas en la que cada quién llega a su propia conclusión y es así como muere toda posibilidad de cooperar hacia un bien común.
[i] Mazzucato, Mariana. We Socialize Bailouts. We Should Socialize Succeses, Too. New York Times. 01 de Julio de 2020.
[ii] Caccioppo, John. Loneliness. New York : W.W. Norton & Company, 2008
[iii] Avendaño, Manuel. ¿Cuántas empresas sobreviven en Costa Rica? 19.200 murieron entre 2005 y 2017. El Financiero. 2019.
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