Hoy reina la incertidumbre. No hay certeza de cuándo terminará la pandemia, de cuándo existirán posibilidades de volver a abrazar a nuestros seres queridos, de cuándo se podrá dar el visto bueno a la apertura normal de los distintos comercios para poder retomar muchos de los empleos. La realidad es compleja.

Las rutinas han cambiado de una forma abrupta, muchas de las actividades que antes hacíamos y disfrutamos, ahora no las podemos si quiera considerar. Estar expuestos a este tipo de cambios suele tener repercusiones en nuestra salud, tanto física como mental.

Cada día no sabemos qué nos espera. Estamos ante un panorama de crisis y las crisis de caracterizan porque sobrepasan nuestras capacidades de respuesta”, explica la psicóloga, Tatiana Vargas Piedra. 

Es común que emociones como tristeza, miedo y desamparo nos ganen. La sensación de impotencia, que provoca un sentimiento de nulo control de nuestras vidas, está presente.

La posibilidad de hablar nos permite aceptar nuestros sentimientos, validarlos y gestionar las emociones, es decir: manejarlas”, hace hincapié la profesional.

En este reportaje Delfino.cr presenta cinco diferentes realidades, a publicarse una por día: una estudiante universitaria indígena, un pesquero de la zona caribe, una profesional de la salud que ha tenido que lidiar con la emergencia en carne propia, una mujer no vidente y una profesora.

El hecho de conversar sobre cómo nos sentimos, permite entender y visibilizar lo que nos pasa. “Nos da la opción de comprender qué es lo que estamos sintiendo y sobre todo, y muy importante en esta coyuntura, aceptarlo”, agrega Vargas Piedra.

Darse cuenta de que otras personas también están sintiéndose de manera similar, ayuda a comprender al otro u otra y a sentirnos un poco más acompañados, explica la psicóloga.


Esmeralda Delgado/ Persona no vidente de 62 años / Reside entre un hospital y un cementerio

Ilustración por: Beatriz Castro Fernández @habito.cr

Esmeralda vive en el centro de San José, al lado de un cementerio, frente a una Iglesia evangélica, y a menos de 100 metros de un hospital. Hace varios años ya que perdió la vista, y que anda siguiendo el camino con su bastón.

Para ella, vivir ahí significa mucho en tiempos de pandemia. Escucha el “tac tac” de las tumbas siendo creadas, le huele a muerto, aunque le digan que son ideas de ella, y escucha el sonido de las ambulancias constantemente. Lo único que rescata es que ya no se hacen grupos de personas afuera de su casa los domingos de culto.

Antes, Esmeralda salía, al supermercado, o a tiendas de San José, acompañada de alguien que le ayudaba con sus pasos, ahora no puede, y no quiere salir. Con los vecinos, no se relaciona. Y si lo hace, es de lejos, “A grito pelado”, detrás del portón. El barrio es puro silencio, un desierto citadino, uno de tantos.

Hace un tiempo, le tocó ir al hospital, a una cita médica, y un señor hizo el intento de ayudarla, ella se resistió:

  • Mantenga la distancia. Le dijo Esmeralda.
  • No sea delicada, señora. Respondió él.
  • Por favor señor, estamos viviendo una tragedia. 

Tragedia. Es una palabra que define el presente para ella. Que ahora, su rutina es ir al patio, barrer el piso, sentarse en el sillón, levantarse, volverse a sentar, lavarse las manos, regañar a sus dos perritas por hacer algún reguero. Y así interminablemente por los meses de los meses, por esta pequeña eternidad a la que tanto le ha costado acostumbrarse.

Entre las cosas que más la afectan, está encender el televisor a medio día, y ver las noticias. Dice que escuchar las muertes, y los contagios, le revienta los ánimos, le pone mal las emociones. Malas noticias, tras malas noticias, los “jerarcas” hablando de planes, y economía, y la población descuidada, escuchando promesas. Y luego en la noche, vuelve a encender el televisor, y es lo mismo.

“Ya nos caímos, para mí que nosotros ya nos caímos”

Esmeralda piensa que vamos en caída a una crisis económica, y social muy dolorosa. Ella ha tenido, durante la pandemia, situaciones con familiares, que le han abatido el corazón por completo. Ya no puede ni siquiera sentarse afuera de su casa, por miedo. Sus amigos no videntes, le comentan que “Esmeraldita, nos quedamos sin trabajo, nos ha costado mucho esto, no hay trabajo ni para personas que ven, menos para uno”. Eso la pone muy triste. 

Lo que la mantiene en pie, es la fe y la esperanza. En un barrio sin salida con cementerios, hospitales, e iglesias, en el centro de San José, con un silencio casi fantasmal, ella dice que “Uno primero se agarra de la mano de Dios, y luego con miedillo, con temorsillo.”  Porque el miedo, y el temor, en tiempos como estos, no tienen a dónde irse, están albergados en todos, y todas, durmiendo en un colchón de incertidumbre, tiritando cada medio día al son de la peste.

Además de miedo, hay nostalgia, de todos los abrazos, y cariños que no se pueden dar. Pero Esmeralda quiere, que cuando todo esto pase, se abra una plaza, y que todos, y todas lleguen con pañuelos blancos, a aplaudir, abrazarse, y cantar, y como dice la canción Nos unirán los lazos de amistad.

Ahora nada se sabe, pero Esmeralda seguirá con el miedo, y la esperanza de que ese miedo se vaya, escuchando el tac tac del cementerio, y las sirenas de las ambulancias, y sintiendo la ausencia del barrio donde vive. Hasta que todo acabe, porque la esperanza de que va a acabar, está en ella, y en ella seguirá, hasta que ya no hayan sonidos de tumbas ni sirenas en el aire silencioso del centro de San José, ni del mundo entero.


Empatía, respeto y comprensión

Una montaña rusa emocional es la constante. Recibimos información diferente a diario; nuevas medidas, nuevos contagios, nuevas muertes, desempleo, etc. Es normal que en este panorama las emociones estén expuestas y suframos cambios.

Una atmósfera que valide los sentimientos y las emociones de los otros y otras, es fundamental para que las personas puedan expresarse. Ambiente respetuoso, comprensivo y una escucha empática, resalta Vargas Piedra.

Ahora bien, si una persona sufre de situaciones como depresión o síntomas muy acentuados de ansiedad, la recomendación de apoyo profesional es lo principal, siempre y cuando se pueda acceder económicamente a ello, lo que lamentablemente no suele ser el caso.

La idea de tener apoyo profesional también es para que la persona logre recuperar ese nivel de funcionamiento que tenía previo a la crisis”, argumenta la psicóloga. 

El aislamiento físico no implica aislarse emocionalmente de nuestros seres queridos, en caso de no convivir con ellos. Hoy en día la tecnología es una aliada que nos permite conectarnos con las personas cercanas.

Es importante recordar que lo que cada uno hace tiene un impacto en los demás. Si ha habido un momento en el cual debemos implementar la solidaridad, la empatía y la compresión, es este. Es la única forma en la que podemos ir llevando esta situación", finalizó.

Esta serie de es una colaboración entre los periodista Alonso Martinez Sequeira y Julián Zamora Mora, así como la ilustradora Beatriz Castro Ferández (@habito.cr en Instagram).

Lea la siguiente entrega: “Lo que más me desespera es pensar que la enfermedad llegue a mi comunidad”.