Todavía se me hace difícil entender la humanidad de algunas personas. Creen que con sus acciones interpelan o perjudican a las personas tomadoras de decisión, y no se dan cuenta de que, al final del día, a quienes verdaderamente hacen daño es a quienes dicen defender: a la gente, a la Patria y a la Constitución.
El sistema penitenciario, desde inicio de marzo, en y desde su complejidad, ha realizado, día a día, acciones para darle vida al primer plan de contingencia para atender la emergencia sanitaria ocasionada por la pandemia. Gracias a esto, al trabajo tesonero, comprometido y corajudo de tantas personas funcionarias, es que podemos presumir que, de las casi 17.000 personas privadas de libertad, a la fecha no tenemos un solo caso positivo por COVID-19; y que de las más de 5.000 personas funcionarias, únicamente una persona haya salido positiva en la prueba. Esto es 0,018%; ni siquiera el uno por ciento.
Entonces, me pregunto: ¿es esto posible si no se contara con un plan de contingencia o si no se hubiesen tomado medidas a tiempo? Pues no, no es posible sin habérselo propuesto y mucho menos sin haber hecho algo al respecto. Para que las cosas sucedan, no basta con tener iniciativa; hay que tomarla.
Aún desde la complejidad que significa mover a todo un sistema enorme (18 centros de atención institucional y 11 centros de atención semi institucional, para que se den una idea), como lo es el sistema penitenciario, la clave ha sido sencilla:
prevenir + sensibilizar + educar + aprender
Desde el 4 de marzo (dato curioso: el primer caso positivo en el país fue detectado el 6 de marzo, solo para que no se nos olvide) empezamos a trabajar en el primer plan de contingencia. Decidimos reunir a todas las personas que dirigen los centros y que coordinan los niveles de atención para escuchar de ellas mismas las ideas que serían el insumo para la construcción de ese primer documento. Instalamos la mesa institucional de atención a la emergencia y es desde esta mesa que toda acción, todo lineamiento, toda normativa interna se ha creado.
Toda esa gente, ese miércoles se fue con algo de temor. Para ser sincera, yo también, pero con la información suficiente para hacerle frente a esta pandemia que está transformando a la humanidad.
Al día siguiente ya los centros penitenciarios estaban llenos de afiches ¡tan creativos!, llenos de información sobre el virus, las medidas de prevención y los lineamientos que se habían definido para garantizar que el virus no entrara a los centros. Las fotos llegaban a los chats y era hermoso ver el compromiso materializado.
Ese mismo día nos informaron de las reuniones con la población privada de libertad en las que compartieron información, tomaron su parecer y se definieron acciones conjuntas. Empezaron las campañas de higiene y limpieza… es decir, nos pusimos manos a la obra. Poco a poco nos hemos ido especializando: desde alfombras para desinfectar calzado, lavamanos en la entrada de cada centro, mamparas transportables en algunas oficinas, caretas plásticas –donadas, por cierto–, y hoy en día hasta le estamos confeccionando material textil a la Caja Costarricense de Seguro Social para sus hospitales.
Hemos recortado gastos solidariamente; hemos celebrado cada prueba cuyo resultado ha sido negativo; estuvimos en cuarentena en una de las UAI, momento que fue crucial, porque se sintió en todo el sistema, despertó tantos sentimientos de solidaridad, compañerismo, incluso angustia y hasta temor.
No hemos dejado de trabajar, trabajar y trabajar para cuidar y resguardar la salud de cada persona privada de libertad, de quienes trabajan en el Ministerio de Justicia y Paz, y de sus familias.
Aún recuerdo con cierta nostalgia ese día –con cierto orgullo también– cuando nos juntamos con expertos del Ministerio de Salud, de la Caja y de la OPS. Fue una linda mañana en la que conjuntamente creamos un proceso que hoy nos tiene como el único, en Centroamérica y de los pocos en el continente, sistemas penitenciarios sin casos positivos de COVID-19 en la población penitenciaria.
Y sí, debemos sentir mucho orgullo por eso. No ha caído del cielo, hemos trabajado mucho y hemos hecho con lo que sí viene del cielo: la sabiduría, la entereza y el discernimiento, lo que se debe hacer: servir; servir bien.
Nuestro verdadero enemigo no está en las personas que lideran o toman decisiones; no en este caso, no en este momento. Tampoco en las instituciones. El enemigo es solo uno: se llama SARS-CoV-2, que produce la enfermedad COVID-19 y en nuestro país ha cobrado 12 vidas. La única forma en que podemos garantizar que el virus no entre a ningún centro penitenciario, evitar contagios masivos y salir adelante es siendo una sociedad solidaria, educada, propositiva, amorosa y respetuosa. Ahí sí podremos decir: ¡Ganamos!
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