Desde el pasado 6 de marzo, el señor Carlos Alvarado, Presidente de Costa Rica, anunció al mundo que el país recibía el primer caso del coronavirus 2019.
Justamente las reacciones no se han hecho esperar en las diversas parcelas de la finca, para unos, las medidas han sido desproporcionadas, para otros tantos los aplausos van y vienen, pero lo que si resulta claro es que a la situación de crisis económica mundial y de salud pública referida por muchos de similitudes cercanas a la gran depresión de los años treinta, ha dejado como resultado contracciones que harían que unos cuantos bueyes con carreta quieran salir desbocados. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe especial sobre COVID-19 refiere que:
“desde antes de la pandemia, América Latina y el Caribe ya acumulaba casi siete años de bajo crecimiento, con un promedio de 0,4% entre 2014 y 2019. La crisis que sufre la región este año 2020, con una caída del PIB de -5,3%, será la peor en toda su historia. Para encontrar una contracción de magnitud comparable hace falta retroceder hasta la Gran Depresión de 1930 (-5%) o más aún hasta 1914 (-4,9%)”.
Entonces, el pueblo clama por una pronta reactivación económica que permita esfumar la gran incertidumbre en el mañana, situación que vive no solo el país, sino el mundo entero. Desde el año 2010, el economista Cristian Felber, viene planteando una economía del bien común que extiende en el tapete un giro radical de cómo se visualizan los principios de competencia y lucro por los de cooperación y solidaridad, como transformamos el beneficio financiero por una contribución al bien común, todo esto amparados a valores como la confianza, cooperación, solidaridad y la co-determinación. Lo curioso del modelo de Felber, es que estos valores son los que en primera instancia regulan nuestra conducta social. Será entonces que las organizaciones y las decisiones políticas deberán de empezarse a medirse en rendimientos sociales, ambientales, democráticos y de justicia social, que permitan contribuir al nuevo éxito del negocio acorde a las nuevas normalidades del mundo, en una economía que ve y va más allá de una riqueza repartida entre accionistas. La pandemia ha puesto una realidad absoluta, no solo lo poco preparado del ser humano para el distanciamiento social, si no para poner la mirada en el rostro humano de la economía, un rostro que puede plantear nuevos paradigmas de cómo se están haciendo las cosas.
Aquí no es cuestión de estar en contra de las empresas, la libertad civil, o del mismo mercado, sino de poner en una balanza en tiempos duros para la economía del mundo y la región, que el dinero y el capital se han vuelto un fin mismo olvidándose de las personas y del ambiente.
Michael Porter y Mark Kramer han referido que: la competitividad de una empresa y la salud de las comunidades donde opera están fuertemente entrelazadas. Una empresa necesita una comunidad exitosa, no sólo para crear demanda por sus productos, sino también para brindar activos públicos cruciales y un entorno que apoye al negocio. Esto va más allá de lo que partimos de los modelos propios de responsabilidad social, la tan temida filantropía y los paradigmas de sustentabilidad. Partimos del concepto de valor compartido del cual se enfoca en identificar y promover las relaciones entre el progreso económico y social.
Para algunos, este modelo podría ser el reflejo de una utopía desmedida, pero la realidad en países de Europa, es que un grupo de empresas en forma voluntaria han adoptado los principios de este modelo y se han convertido en un movimiento social y político clamando por operaciones comerciales éticas y responsables.
No es tiempo de sentarnos a esperar bonos y subsidios, no es tiempo de concentrar esfuerzos políticos en los parlamentos que arrojen medias tintas a la solución del hambre y la pobreza, es tiempo de plantear alternativas que reflejen menos desigualdad y más justicia social en un estado de derecho como el costarricense, y si la gran mayoría de contribuyentes desean y esperan no solo que sus impuestos se vean reflejados en grandes obras públicas y menos corrupción, es tiempo entonces de girar la mirada al Otro, de criticar y profundizar en quienes nos representan, en conocer al vecino, en respetar el medio ambiente, en aprender a tomar decisiones políticas, a consumir lo necesario y en sustituir algunos indicadores financieros por indicadores éticos que sobre todo contribuyan a la dignidad del ser humano.
Para nadie es un secreto que estamos en tiempos de vacas flacas, pero también es una realidad que la tan esperada reactivación económica puede salir de nuestras manos en conjunto con las empresas éticas y el involucramiento completo de la sociedad.
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