El ejercicio de la medicina ya dejó atrás el modelo biológico de atención de la enfermedad y, desde hace algunas décadas, se convirtió en el análisis del paciente dentro de una esfera multidimensional. La pandemia por COVID-19 viene a recordarnos de nuevo que el paciente es parte de un sistema más grande, dinámico y complejo (de la misma forma que nos recuerda que no somos individuos aislados ya que estamos inmersos en entornos familiares, laborales, comunitarios).

El 26 de marzo de 2020, la fiscal del Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica, afirmó que los médicos “tenemos el deber ético, moral y cristiano de defender a la población vulnerable” aun cuando se carece del equipo de protección personal.  Probablemente hizo esta afirmación sin dimensionar sus consecuencias. El sector médico representa, eventualmente, un fuerte vector en la diseminación de la enfermedad y por ende, la protección de los profesionales de salud fortalece el control epidémico de COVID-19.  Nuestro deber también es protegernos. Piénselo así: cuando mantenemos el distanciamiento social y las medidas de cuarentena nos protegemos no solo a nosotros mismos, sino también a nuestros familiares, amigos, vecinos… Ahora bien, lo mismo sucede cuando un profesional en salud utiliza el equipo de protección personal y acata los lineamientos para minimizar el riesgo de exposición al virus: no solo cuida de su persona, sino que vela por todos sus eventuales pacientes y la comunidad en la que estos pacientes se desenvuelven.

Veamos algunos ejemplos:

  • En el 2003, durante el brote de SARS (otro tipo de coronavirus), se confirmaron 8098 casos, de los cuales el 21% correspondió a profesionales de la salud.
  • Solamente en China, para finales de febrero había aproximadamente 3387 profesionales de salud confirmados para COVID-19, de los cuales se reporta importante contagio a familiares.
  • Actualmente en Italia se reportan más de 5000 doctores, enfermeros, técnicos, transportistas y otros profesionales sanitarios y 41 muertes. La mayoría estos contrajo el virus al inicio del brote, cuando no contaban con equipo de protección adecuado. Italia se enfrenta ahora a una crisis de su sistema de salud y faltante de personal.

Tal vez el distanciamiento social ha puesto en pausa muchas de las actividades cotidianas, pero no así a las necesidades diarias en salud: el niño con apendicitis, la embarazada a punto de parir, el adulto que se está infartando  y el lactante con bronquiolitis, además de todas las personas con enfermedades crónicas, continúan requiriendo de atención médica (muchas veces inmediata).  Me permito recordar que estas personas (no tan) hipotéticas también son, en uno u otro momento, población vulnerable que necesita de médicos SANOS.

Podemos acelerar procesos de manufactura de equipo de protección personal y hospitalario. En este sentido la Universidad de Costa Rica se ha puesto al servicio de la CCSS con elaboración de protectores faciales y respiradores asistidos de bajo costo y fácil construcción. Sin embargo esta solución no aplica al faltante de personal médico. Es por esto que de las necesidades más tangibles e inmediatas que tenemos como nación es la de procurar las condiciones sanitarias adecuadas, el equipo de protección personal  (mascarillas, guantes, trajes impermeables, anteojos y gorros) y el tamizaje molecular, para que los profesionales en salud  continúen la atención de la emergencia por COVID-19, al mismo tiempo que sostienen la atención médica de aquellas condiciones de salud no relacionadas a la pandemia (y no por ello, menos urgentes).

Nuestro deber también es protegernos para proteger a nuestros pacientes y sus comunidades. La Medicina es, a fin de cuentas, una ciencia social.

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