Según el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, un punto fundamental de quien se define como intelectual es “detectar temas importantes, presentar tesis fértiles y ampliar el espectro de las cuestiones relevantes, con el fin de mejorar el deplorable nivel de los debates públicos”. Esto cobra una relevancia especial en el tiempo en que vivimos, donde el griterío, las medias verdades o las simples mentiras copan las redes sociales. Por lo anterior, sin asumir aquí un rol de pensador que me queda bastante grande, deseo hacer algunas anotaciones que den luz en torno a un lugar común que abunda en muchas personas y que se repite con pertinacia en el ciberespacio.
Así, en el libro Chi è fascista (Laterza, pp. 135), Emilio Gentile define a quién se le puede calificar con ese epíteto, si existe en realidad un retorno del fascismo actualmente y si la democracia se encuentra en peligro en nuestros días. El historiador, máximo estudioso del país transalpino, disputa con firmeza que este movimiento pueda considerarse como algo eterno y en cambio constante.
En su opinión, no se puede ignorar una definición precisa y una ubicación temporal del fenómeno. De lo contrario, se cae en el error de creer que la historia “nunca se repite, sino que vuelve en otras formas”. En tales circunstancias, se es presa de la “Astoriología”, un neologismo acuñado para describir una narrativa falseada, que parte de analogías imaginarias entre pasado y presente.
El autor aborda, pues, la esterilidad y el peligro de recurrir erróneamente al término hasta transformarlo en tópico. Evidencia la desconexión progresiva entre la palabra y la realidad. Dicho riesgo ya había sido denunciado por Benedetto Croce, para quien “la calificación de 'fascista' [corría] el riesgo de convertirse en un dicho simple y genérico de contumelia”.
Entonces, para definir al fascismo es imprescindible especificar su historia. La forma más fácil de comprenderlo es mediante un mapa conceptual que describa sus aspectos originales y específicos de su individualidad, como un fenómeno del siglo xx, que no tuvo predecesores ni podrá tener réplicas futuras.
El resumen aquí propuesto se compone de tres partes: la dimensión organizativa, que concierne a la composición social, la estructura y los métodos de lucha del partido. De seguido, aparece una dimensión cultural, que se refiere al modo de concebir al hombre, las masas y la política; esto es, a su ideología y el sistema subyacente de principios, valores y fines. Por último, la dimensión institucional, tiene que ver con el complejo de estructuras y relaciones institucionales que constituyen al régimen fascista de manera peculiar. Tal exploración tridimensional refleja, en la medida de lo posible, la parábola histórica del fascismo.
Dimensión organizativa
1. Un movimiento de masas con la agregación entre clases, pero en el que prevalecían los cuadros dirigentes. Los militantes, en su mayoría, se componían de jóvenes pertenecientes principalmente a los sectores medios, en gran parte nuevos en la actividad política, organizados en la forma inédita de «partido milicia». Basaban su identidad no en la jerarquía social o el origen de clase, sino en el sentido de camaradería. Sus componentes se consideraban investidos de una misión de regeneración nacional, en estado de guerra contra opositores políticos. Tenían como objetivo adquirir el monopolio del poder político utilizando el terror y la meta de crear un nuevo régimen, luego de destruir la democracia parlamentaria.
Dimensión cultural
2. Una cultura fundada en el pensamiento mítico, sobre el sentido trágico y activista de la vida. El vivir se concebía como una manifestación de la voluntad del poder. Descansaba sobre la juventud como forjadora de la Historia, la militarización de la política como modelo de vida y organización colectiva.
3. Una ideología de naturaleza antiideológica y pragmática, que se proclamaba a sí misma como antimaterialista, antiindividualista, antiliberal, antidemocrática, antimarxista, tendencialmente populista y anticapitalista. Se expresaba más estética que teóricamente, a través de mitos, rituales y símbolos de una religión secular. Se establecía según el proceso de aculturación y socialización de las masas para la creación de un «hombre nuevo».
4. Una concepción totalitaria de la política como una experiencia integral. Era, pues, una revolución continua para lograr, a través del Estado totalitario, la fusión del individuo y las masas en la unidad de la nación como comunidad. Adoptaba medidas de acoso contra aquellos que se consideraban fuera de la colectividad, pues eran enemigos del régimen o pertenecían a «razas inferiores» o, en cualquier caso, peligrosas para la integridad nacional.
5. Una ética civil fundada en la subordinación absoluta del ciudadano al Estado, en la dedicación total del individuo a la comunidad nacional, en la disciplina, en la virilidad, en la camaradería y en el espíritu guerrero.
Dimensión institucional.
6. Un aparato policial que prevenía, controlaba y reprimía, incluso con el uso del terror organizado, la disidencia y la oposición.
7. Un único partido que aseguraba, a través de su propia milicia, la defensa armada del régimen. Organizaba a las masas en el Estado totalitario, involucrándolas en un proceso pedagógico de movilización permanente. Operaba dentro del régimen como órgano de la «revolución continua» para la implementación permanente del mito del Estado totalitario en las instituciones, en la sociedad, en la mentalidad y en las costumbres.
8. Un sistema político, fundado en la simbiosis entre régimen y Estado, que se ordenaba de acuerdo con una jerarquía de funciones, nombrada desde arriba y dominada por la figura del líder. A este se le investía de santidad carismática: coordinaba las actividades del partido, del régimen y del Estado; sin olvidar su papel de árbitro supremo e indiscutible en los conflictos entre los potentados del régimen.
9. Una organización corporativa de la economía, que suprimía la libertad sindical y ampliaba la esfera de intervención estatal, con el objetivo de lograr, de acuerdo con los principios tecnocráticos y solidarios, la colaboración de las clases productivas bajo el control del régimen. Preservaba, eso sí, la propiedad privada y la división de clases.
10. Una política exterior inspirada en la búsqueda de la grandeza nacional, con ambiciones de expansión imperial, además de la intención de crear una nueva civilización.
Como podemos ver, si bien algunas de sus características son similares a los movimientos nacional-populistas del siglo XXI, no son precisamente una copia al carbón. De hecho, lo alarmante es que, al interpretar la realidad con categorías genéricas y anacrónicas, no sepamos reconocer los peligros reales.
El riesgo actual no viene del fascismo, sino de la escisión entre el método (elecciones) y el ideal democrático (democracia representativa), donde se conserve el método pero se abandone el ideal. En resumen, quienes nos acechan al presente no son los fascistas, verdaderos o encubiertos, sino los autoproclamados “demócratas” que defienden un concepto de gobierno alejado del Estado Social de Derecho.
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