En la escena política nacional, el duelo “Rodrigo vs Rodrigo” trasciende lo anecdótico de compartir un nombre en dos de los poderes de la República; encarna un choque entre dos formas opuestas de entender el poder, con estilos profundamente disímiles. Por ello, vale la pena contrastar sus liderazgos.
Rodrigo Chaves Robles encarna la impaciencia frente a la institucionalidad, especialmente cuando esta limita sus objetivos. Su actitud refleja un abierto repudio por las formas constitucionales, al punto de convertir la confrontación y el insulto en parte de su sello personal. Prueba de ello son sus ataques directos contra el fiscal General de la República y la Contralora General de la República, quienes, en el mero cumplimiento de su deber, han desatado un odio inusitado por parte del mandatario. Ni qué decir del acoso sistemático contra los medios de comunicación, a quienes Chaves califica de “canallas” o “sicarios”. El nivel de hostigamiento ha sido tal que la Sala Constitucional se vio obligada a intervenir, resolviendo que el lenguaje “irrespetuoso y ofensivo” del presidente lesiona la libertad de prensa y “podría promover el hostigamiento” contra periodistas.
En cuanto a logros y promesas, Chaves asumió su mandato con la oferta de mejorar la economía, combatir la corrupción y recuperar la seguridad ciudadana. Si bien ha impulsado algunas iniciativas populares, como un discurso duro contra el crimen (inspirado en medidas tipo Bukele), su estilo personal ha opacado su agenda de gobierno.
Varios de sus errores más notables están ligados justamente a su forma de ejercer el poder: en lugar de construir puentes con el Legislativo para aprobar reformas, ha dinamitado el diálogo y se ha negado a negociar. Esto se agrava por haber nombrado operadores políticos sin capacidad ni experiencia, lo cual ha generado un aislamiento que deja al Poder Ejecutivo sin peso real para impulsar su propia agenda.
Del otro lado de la acera, Rodrigo Arias Sánchez, uno de los políticos más experimentados del país, se ha caracterizado por su moderación, su vocación por el acuerdo y su defensa constante de la institucionalidad. Ha reiterado su “puerta abierta” para reunirse con el presidente y coordinar una agenda de interés nacional. En múltiples ocasiones ha pedido retomar las reuniones periódicas entre los jefes de los Supremos Poderes de la República, especialmente para atender crisis urgentes como la inseguridad. Esta postura conciliadora contrasta con la respuesta que recibió de Chaves, quien rechazó el ofrecimiento y llegó a decir que no se reuniría con Arias “hasta que sepa qué es negociación”. A pesar de ello, Arias no se apartó de su línea y lejos de responder con más polémica, continuó tendiendo la mano, demostrando así su madurez política. Su liderazgo ha sido clave para canalizar diferencias dentro del cauce constitucional y ha sido exitoso en la conducción del Congreso.
De la confrontación entre Chaves y Arias quedan lecciones claras. La primera es que, en Costa Rica, la división de poderes sigue viva: los intentos por socavarla activan de inmediato los mecanismos de defensa democrática —tribunales, prensa independiente y oposición parlamentaria—. La segunda tiene que ver con los estilos de liderazgo. El populismo confrontativo de Chaves puede darle notoriedad y cierto respaldo popular a corto plazo, pero con un alto costo en gobernabilidad y en reputación internacional. En cambio, el estilo conciliador de Arias ha contribuido a sostener la estabilidad institucional y a generar avances mediante el consenso. Por ahora, el gran ganador del duelo es Arias, quien, como presidente del Congreso, cosecha logros más visibles que el propio mandatario, que no solo se ha aislado políticamente, sino que además nos advirtió —con total indiferencia— que no contaríamos con él para enfrentar el mayor problema del país: la seguridad.
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