¿Alguna vez han pensado en por qué los edificios de condominios se fotografían vacíos? Es decir, sin uso, sin personas, sin humanizar.

Como es entendido, nuestra sociedad actual tiene una gran necesidad de vivienda, y el espacio en el área metropolitana o cercano a núcleos urbanos es cada vez más escaso. Sumado a esto, las grandes desarrolladoras, con su concepto de viviendas, intentan suplir la necesidad de arquitectura como un bien de consumo, y el producto son esos condominios que no paramos de ver alzándose en el paisaje, donde las decenas de viviendas construidas son todas iguales, carentes de alma, rechazo a la historia, contribuyendo a la desaparición de lo “local”. Bajo su sombra el valor de uso y el valor de cambio no son diferenciables, algo así como los celulares que cambiamos cada año cuando nos aburrimos.

¿Es la arquitectura un producto más? Los arquitectos, en esta sociedad donde las humanidades son relegadas, se abstraen de planteamientos políticos, económicos o sociales, refugiándose en argumentos teóricos y pseudointelectuales con fines económicos. Se vuelven generadores de formas e imágenes, no de bienestar, no de solución habitacional, a medida que el sistema económico absorbe los conceptos de diseño para aplicarlos a la producción en masa con la finalidad de volverse un objeto de venta rápida.

Es necesario poder entender, y hacer ver, que la vivienda es un bien de primera necesidad, básico para el desarrollo humano, y que por lo tanto el valor que en ella encierra debe estar protegido de procesos especulativos.

Es de suma importancia enaltecer el valor de uso y de pertenencia a la vivienda, en lugar de evocar la preponderancia al valor comercial, es decir, recuperar el simbolismo de “la casa”, todavía presente en otras culturas, pero en peligro de ser absorbidas por el ojo depredador del capitalismo. Quizá sería razonable cambiar la mentalidad de que una vivienda solo es un lugar de paso para la rutina diaria, que solo es un dormitorio o una muralla que nos protege de un hostil exterior que nosotros mismos creamos en nuestro deseo de aislamiento, pues estos mercados de valores sistemáticamente trituran y excluyen ciertos sectores sociales, quedando al margen de la gran mayoría de la población mundial, la desfavorecida que no tiene acceso a esa necesidad primaria: una vivienda digna.

El Movimiento Moderno, con su preocupación obsesiva por la imagen y su “matrimonio” con los medios y la publicidad, tocaron y hundiero a la arquitectura. El rechazo a la Historia, el destierro de todo rasgo identificador local, autóctono, dando paso a la incorporación de técnicas industriales en la construcción, y la necesidad de erigir y reconstruir rápidamente para obtener ganancias mas rápidas, produjo un estilo limpio en el que logros indiscutibles (salubridad, higiene), se vieron eclipsados por la monotonía y la indefinición. Además, los intentos de solucionar el problema de la vivienda mediante “grandes contenedores de estantería y estandarizados”, no hacen más que desvincular aún más a los habitantes de la tierra con respecto a los lugares que habitan.

Esta estrecha relación entre Arquitectura y Publicidad generan un estilo internacional en el que un edificio es idéntico en Bombay que en Nueva York. La imagen del edificio cobra una importancia desmedida, centrando la atención en el recubrimiento, independientemente de que en el interior se reproduzcan una y otra vez las mismas tipologías y soluciones, similar al esfuerzo destinado a la venta de algún nuevo celular, enfocándose a deleitar el sentido de la vista, dejando de lado el factor sensorial.

Es urgente romper estos vínculos viciosos, otorgar a la vivienda un valor de uso exclusivo, recuperando el simbolismo perdido. Así mismo es necesario recuperar a las personas como elementos fundamentales de la habitabilidad. La arquitectura debe ser un elemento que cumpla con todas las condiciones para la personalización de la vivienda.

Algo está saliendo mal, la forma en que habitamos este planeta está destruyéndolo y destruyéndonos. La mentalidad extractora, consumista y despilfarradora nos ha llevado a un punto de no retorno. Las miles de voces unidas y en marcha que hemos estado presenciando nos hacen darnos cuenta que caemos y que el suelo está más cerca de lo que pensábamos.

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