El Festival de la Luz nació como una celebración popular, familiar y profundamente costarricense. Un evento pensado para unir a la ciudadanía, llenar de ilusión las calles de San José y cerrar el año con un mensaje de esperanza, cultura y convivencia. Sin embargo, la edición 2025, realizada el sábado 13 de diciembre desde horas de la tarde, con el inicio del pasacalles, dejó en evidencia una preocupante desconexión entre ese espíritu original y la realidad que vivieron miles de asistentes.
Lejos de ser un espectáculo deslumbrante, el Festival de la Luz de este año se percibió como una versión reducida, costosa y deslucida de lo que históricamente representó. Con una notoria disminución en la cantidad y calidad de carrozas, problemas evidentes de iluminación y una organización cuestionable, el evento no logró justificar la inversión realizada ni cumplir las expectativas de la ciudadanía.
El problema no fue únicamente estético. La deficiente iluminación en varios tramos, poquísimas carrozas, algunas poco llamativas, y un espectáculo visual limitado resultaron contradictorios para un evento cuyo eje central es, precisamente, la luz. A esto se sumó la decisión de experimentar con una nueva ruta, alejando el desfile del centro histórico de San José y rompiendo con una tradición que daba vida a la ciudad y beneficiaba a comercios, vecinos y familias.
Más grave aún fue la forma en que se trató a muchas bandas y agrupaciones culturales, varias de las cuales denunciaron públicamente mala logística, restricciones arbitrarias, falta de apoyo y desorganización. ¡Un festival que se sostiene gracias al trabajo artístico y cultural no puede permitirse menospreciar a quienes lo hacen posible!
El pasacalles, que debería ser una fiesta ordenada y alegre, terminó convirtiéndose en un ejemplo de improvisación, caos y descoordinación. Todo esto alimenta una percepción cada vez más extendida: el Festival de la Luz parece haber perdido su carácter popular y su conexión con la ciudadanía, convirtiéndose en un evento cada vez más distante, limitado y poco inclusivo.
Finalmente, queda una pregunta que no puede ignorarse: ¿vale la pena el costo del Festival de la Luz cuando el resultado es claramente inferior a ediciones anteriores? La ciudadanía merece transparencia, planificación y respeto por una tradición que forma parte del patrimonio cultural del país. Innovar no significa reducir ni improvisar; significa mejorar, escuchar y honrar la historia del evento.
El Festival de la Luz 2025 deja una sensación amarga: cuando se apagan la planificación, la transparencia y el respeto por la tradición, la luz no brilla. Y lo que queda, inevitablemente, son las sombras.
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