En su Repaso Dominical del 16 de junio recién pasado, Diego Delfino hace un poderoso y muy oportuno llamado a la sensatez en el debate público y en el reporteo noticioso de los medios de comunicación tradicionales y alternativos. Advierte, con meridiana claridad, que el caos es una escalera para el populismo y el autoritarismo, por lo cual debemos evitar caer en la trampa de quienes intentan provocarlo con fines políticos —o, mejor dicho, politiqueros—. Pero cae él mismo en otra trampa que es, en alguna medida, la imagen de espejo de la que critica: negar la existencia de una crisis económica que es real, medible y de severas consecuencias.

No se vale, en aras de promover un ambiente más distendido y conducente a un debate de altura, esconder bajo la alfombra aquellos eventos que provocan la ansiedad del público. Si bien es deseable evitar los discursos apocalípticos, estridentes y fronterizamente sediciosos —y los hay en a abundancia—, evitar hablar de los problemas que agobian a la ciudadanía, negarlos o minimizarlos solo sirve de combustible para quienes quieren provocar el caos.

Dice Diego que “inventarnos una crisis económica que no existe, por ejemplo, no va en detrimento de la imagen del Gobierno: va en detrimento de cada uno de nuestros hogares.” ¿Una crisis económica que no existe? Veamos algunos datos.

En los 21 trimestres transcurridos desde enero del 2014 hasta marzo del 2019 el desempleo promedió 9,75% de la fuerza laboral, usando los datos de la Encuesta Continua de Empleo (ECE) del INEC. Más de cinco años seguidos con un desempleo promedio cercano al 10% es un claro indicador de la existencia de una crisis que impide la generación de suficientes empleos adecuados para las condiciones de la fuerza laboral existente. Y eso sin hablar de subempleo (aquellas personas que tienen un trabajo por debajo de sus capacidades o por una jornada menor a la que desean trabajar) y la nueva palabra de moda, los desalentados: aquellos que se cansaron de buscar empleo y, por ende, no son capturados por la medición del desempleo.

Traducido a número de almas, el desempleo para el primer trimestre del 2019, que se ubicó en 11,3%, afecta a 276.000 personas. Para agravar la situación, el empleo informal alcanzó su nivel más alto desde que se mide: 46% de la fuerza laboral. Cerca de un millón de personas que no tienen acceso a los servicios de salud públicos, no cotizan para una pensión, y trabajan en condiciones de precariedad en cuanto a sus derechos laborales. Esto no es solo una crisis, es una tragedia humana.

Según el Banco Central, el Índice Mensual de Actividad Económica (IMAE) “mide la evolución de la actividad económica, aproximando el comportamiento mensual del valor agregado de las diferentes industrias incluidas en el cálculo del Producto Interno Bruto […] y refleja básicamente las variaciones reales que se dan en la producción”.

El IMAE-TC (tendencia ciclo) alcanzó una cima en julio del 2015, cuando llegó a ubicarse en 5,01% de crecimiento interanual. A partir de esa fecha inició un largo descenso que dura ya 46 meses, ubicándose en un magro 1,6% en abril del presente año, último mes para el que hay datos.

La desaceleración es más que evidente en el último año; en mayo del 2018 el IMAE se ubicaba en 3,2% de crecimiento interanual. Y aunque esa cifra suena bastante mejor que el 1,6% actual, ya en abril del año pasado el IMAE revelaba una desaceleración en 12 de las 15 industrias a las que da seguimiento, y la cosa ha seguido deteriorándose: a abril de 2019 son 13 las industrias que muestran desaceleración o están en franca contracción.

El déficit fiscal acumulado a mayo del 2019 fue mayor al del mismo período del 2018, a pesar de que con la aprobación de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas el Ministerio de Hacienda tuvo una recaudación extraordinaria del orden del 0,35% del PIB, por concepto de amnistía tributaria, en los meses de enero y febrero. Claro indicador de que tampoco hemos superado la crisis fiscal, por lo que el nivel de endeudamiento sigue creciendo y, con ello, el servicio de la deuda.

En el presupuesto del 2019, un 42% del gasto autorizado se destinará al pago de la deuda y sus intereses. Visto de otra forma, de cada 100 colones que gastará el gobierno central en 2019, tan solo 58 irán a pagar salarios, alquileres, viáticos, escuelas y colegios, clínicas y hospitales, puentes, carreteras, puertos y aeródromos. Peor aún, tan solo el 4,6% del presupuesto está destinado a inversión en proyectos de infraestructura, lo cual representa menos del 1,5% del PIB.

En la medida que la deuda siga creciendo, cada año tendremos que destinar una mayor proporción del gasto a su servicio, y una menor proporción a lo que se supone que el gobierno debe hacer. De acuerdo con las estimaciones de Hacienda, avaladas por el BCCR, con la aprobación del plan fiscal la deuda pública seguirá creciendo hasta el año 2023, llegando a superar el 65% del PIB.

Dichas proyecciones son muy optimistas; para el presente año asumieron un crecimiento del PIB del 2,4%, pero si por la víspera (IMAE) se saca el día, el crecimiento real se va a situar por debajo de esa cifra. No está demás recordar que menor crecimiento se traduce en menor recaudación y, dado que el gasto sigue creciendo (aunque menos que antes), mayor déficit y mayor endeudamiento.

Podría seguir llenando a los lectores de datos, pero estos son suficientes para demostrar que la crisis económica es real. Para demostrarlo no hace falta recurrir a las fotos de los malls semivacíos que, como bien señala Diego, no son prueba de una crisis económica porque antes habría que limpiar los datos de la posibilidad que parte del cierre de locales se deba a la obsolescencia del concepto del centro comercial y otros factores.

En lógica formal, el uso de la fotografía de los locales cerrados para demostrar que existe una crisis se denomina falacia de non sequitur. La conclusión de Diego de que se trata de “una crisis que por ahora está más en la mente que en la calle” no es, sin embargo, menos falaz. Debería prestarse más atención a sí mismo: “No es hora de “inferir”, es hora de “concluir” a partir de datos, hechos y números, no de anécdotas”. La narrativa de la no crisis no se sostiene.

Los datos demuestran que la crisis es real, es palpable, es tangible, es medible y es cuantificable. Negarla en nada contribuye a enaltecer el nivel del debate.

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