En diciembre anterior la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó que, a partir de este año, el calendario político de las naciones tendría un día para recordar la importancia de la educación alrededor el mundo. Hoy, 24 de enero del 2019, celebramos el primer Día Internacional de la Educación. Marina dice que nos acordamos de la educación como de Santa Bárbara, solo cuando truena; y bueno, parece que los últimos meses hemos vivido tiempos tormentosos y los truenos nos han tocado a todos. Así es la educación, una cosa de todos.

Los retos de la educación son los retos de la democracia, de la paz y la justicia. Una buena educación nos prepara para la vida en sociedad y nos ayuda a construir -con solidaridad y pertinencia- nuestras aspiraciones en el ámbito individual y colectivo, de allí su importancia para nuestro presente y futuro. Educamos con recetas del pasado para una vida y un mundo que cambia a una velocidad impresionante, en medio de una sorprendente cantidad de información tan diversa como dudosa. Las verdades son muchas y las mentiras también. Pero, ¿les estamos contando a nuestros niños las historias del mundo real o queremos que vivan en una eterna fantasía? La ficción puede enseñarnos lecciones maravillosas pero debemos ser honestos siempre. Ni la educación formal ni la prensa pueden mentirnos.

Queremos que las historias nos expliquen las cosas tal como son, pero al mismo tiempo les pedimos que nos ayuden a escapar de la realidad, de las cosas tal como son. A veces queremos escuchar historias para entender el mundo, otras veces queremos escucharlas para escapar del mundo. Pero hay un mundo del que no podemos escapar y ese es el que la educación y el buen periodismo nos pueden ayudar a comprender. La educación trasciende las aulas y el gremio docente, nos toca a todos, como el aire; si contaminamos la educación nos envenenamos.

Recientes investigaciones en el ámbito de la neurociencia demuestran algo que ya suponíamos: la gran importancia que tienen los relatos y la ficción en la construcción de la psique humana. La ficción es algo universal a todas las culturas de la humanidad. La tradición oral, los relatos, existen y permanecen en los imaginarios de todas las culturas para ponderar unos valores sobre otros, para producir pactos y construir aspiraciones, para fundar las sociedades. Desde tiempos inmemoriales aprendemos y enseñamos contándonos historias, de allí la importancia de cuidarlas siempre que esté a nuestro alcance. La educación debe ayudarnos a identificar cuándo una historia es real y cuándo no, sin importar quién la cuente. Debe ayudarnos a desarrollar el pensamiento crítico para forjar la libertad de pensamiento y de expresión, una libertad bien asumida.

En la práctica docente y en la periodística existe una ética, en la legislación internacional existe el interés superior del niño, y en todas las personas existe el derecho a vivir en paz, a crecer y realizarse en ambientes sanos, justos. ¿Parece un cuento, cierto? Bueno, pues es la realidad que la educación puede construir si todos hacemos nuestra parte. No podemos despreciar la ciencia, los datos, ni los derechos humanos propios y de los otros.  Estos esos no viven en el mundo de la ficción sino en el mundo real, en el que todos habitamos gracias al pacto social que una buena educación de los ciudadanos sostiene. Los profesores y los periodistas no pueden mentirnos. Su servicio a la educación ciudadana debe pasar por ayudarnos a ver la verdad siempre.

Las historias que cuenta la buena prensa deben ser reales y los niños tienen derecho a comprenderlas, más aún cuando son ellos los principales afectados con esa realidad. La prensa cumple un papel educativo innegable y sus historias también son importantes para los niños. Seamos honestos siempre: digámosle a los niños cuando hablamos de ficción y cuándo de realidad. No les mintamos. ¿o es que acaso las huelgas de servicios esenciales no los afectan a ellos más que a nosotros los adultos? Ellos confían en nosotros dentro y fuera de las aulas.

La ignorancia también mata, nos aleja de la libertad, destruye familias y Estados. Bien lo dijo el gran Sabato, “privar a un niño de su derecho a la educación es amputarlo de esa primera comunidad donde los pueblos van madurando sus utopías”.

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