Se debate en la Asamblea Legislativa una reforma a la Ley de Armas y Explosivos que busca un mayor control sobre las armas de fuego. Se reduce el debate a dos posiciones. Por un lado, el oficialismo aduce que menos armas en la calle significa menos crímenes con armas. En el bando opuesto se encuentra el argumento que regular la tenencia de armas reduce la capacidad de la ciudanía a la defensa propia, y expone a los costarricenses a las inseguridades del incremento de los crímenes violentos.
Es fácil perderse en las tecnicidades del debate. Tantos homicidios prevenidos por armas, tantos homicidios causados por armas. Tantas armas ilegales decomisadas, tantas armas legales robadas. Datos van y vienen, agregando en favor o en contra de la portación de armas. Se pierde en la discusión una variable crítica para entender el porqué no deberíamos incentivar la tenencia de armas en Costa Rica, y es la de género. El debate debe entenderse en el contexto más amplio de la cultura de violencia en la que vivimos, incluida aquí la promulgación por parte de la sociedad a la violencia perpetuada por hombres. Esta peligrosa combinación de armas de fuego y la masculinidad tóxica solo pueden llevar a un incremento de la inseguridad.
NOTA: El término masculinidad tóxica hace referencia a los efectos dañinos de las expectativas de masculinidad en la sociedad. Algunos ejemplos incluyen rasgos “masculinos” socialmente aceptables (varía de lugar en lugar), como la poca valoración de las mujeres, la represión de las emociones, la homofobia, y la violencia. En otras palabras, la sociedad enseña a los hombres a expresar su dominio y poder a través de la violencia para validar su masculinidad.
Los origines de la masculinidad toxica son múltiples, y es fácil apuntar a lo genético y lo hormonal como las razones más evidentes, sin embargo, en investigaciones recientes se sugiere que las influencias sociales desempeñan un papel más importante en la violencia que los factores biológicos. Nuestra sociedad está llena de mensajes ocultos y no tan ocultos que distorsionadamente refuerzan una visión de la masculinidad en la cual se tiende a valorar y fomentar las expresiones de agresión. Vivimos en una cultura que idolatra a los hombres fuertes con armas. Nos la pasamos disfrutando de héroes como Rambo, y 007, entre otros “salvadores” con pistolas grandes y chicas. También se nos refuerza a través de los juegos y videojuegos que las armas y la violencia hay que celebrarlas como una fuente de masculinidad. La lista es larga, y no es la razón de este articulo explorar con detalle aquello que nos empuja hacia actitudes machistas violentas, sino exponer que la raíz de este problema no es algo meramente genético, sino algo sistémico, y que la tenencia de armas se ha convertido en un marcador cultural de lo que es ser masculino.
A lo contrario, se convierte a la oposición de las armas en algo femenino, muy real en el ámbito local, donde dos de las exponentes más importantes en este debate en contra de las armas son mujeres (Laura Chinchilla y Patricia Mora). El resultado es una participación masculina baja en los movimientos para exigir el control de armas, y tasas desproporcionadas de posesión de armas por parte de hombres y asociación de estas armas con violencia.
Dado que casi todos los que disparan y reciben las balas son hombres, ambos víctimas de la masculinidad tóxica, resolver este problema significa examinar las fuerzas culturales que asocian a un hombre con la violencia. Para detener la violencia con armas de fuego, que es lo que ambos bandos del debate buscan, el país tiene que empezar a virar de una sociedad que celebra la violencia (especialmente la violencia perpetuada por los hombres) a una que repudia todos los tipos de violencia. Las leyes y reformas deben enfocar su mirada no solo a las políticas regulatorias de la tenencia de armas, sino también a la prevención de la violencia y al rol del género en la perpetuación de las diferentes formas de la violencia. La masculinidad tóxica exige ser vista como un problema de salud pública, y como tal requiere la atención desde edades tempranas de la salud mental, la autoestima y la inteligencia emocional. Solo con acciones coordinadas e intersectoriales podremos hacerle frente a la creciente oleada de violencia que se nos encima en Costa Rica.
No es mi intención estereotipar o categorizar a todos los hombres por igual, ni tampoco quisiera generalizar que todos los hombres que debaten a favor de las armas son machistas, sino más bien, escribo este artículo para dar a entender, de que la masculinidad tóxica es un problema cultural que hace que nuestro país esté menos seguro, y que una mayor tenencia de armas, solo hará este problema peor.
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