Últimamente, he visto a muchos hombres con sombrilla.

O paraguas, pues, en función de sombrilla; es decir, para taparse del sol.

Ignoro si existen estadísticas sobre los cambios en las costumbres de uso del paraguas entre los hombres (no encontré ninguna) e igual no sé si alguien se tomaría la molestia de efectuar un estudio sobre un tema en apariencia tan menor. Sin embargo, con los años que tengo, que no son pocos ni muchos, creo que antes era bastante difícil ver hombres con sombrilla. Hay ciertas cosas que uno recuerda bien que solían ser muy poco comunes entre los hombres. Por ejemplo, cuando estaba en el colegio, a uno de los poquísimos compañeros que se teñía el cabello le decían “agua oxigenada” y por supuesto que estaba bajo sospecha de ser gay. Algo similar podría decir de las camisas rosadas y ahora, si mi memoria no me falla, de los hombres con sombrilla.

En nuestro idioma, la propia configuración de las palabras nos da pistas sobre el fundamento machista que encierran. Las mujeres no usan paraguas; usan sombrilla, porque son delicadas y tienen que protegerse del sol. Los hombres, en cambio, usan paraguas, porque son resistentes a los rayos solares y en cambio deben protegerse de la lluvia porque trabajan y hacen cosas importantes que requieren salir, aunque llueva. Las mujeres, que no hacen nada relevante y nada les urge, pueden quedarse en la casa si llueve y salir cuando hace solcito. Ni hablemos de los coloridos diseños de las sombrillas, en contraste con los oscuros y masculinos tonos de los paraguas.

Como hombre que aún está en un proceso quizá interminable de erradicar sus conductas machistas, confieso que hasta hace poco me acomplejaba sacar mi paraguas para protegerme del sol. Sin embargo, finalmente me quité el complejo y lo hago cada vez que lo necesite, además de usar bloqueador solar de bebé porque soy blanco como la yuca y el sol no me broncea: me tuesta. Desde entonces, no sé si es porque ahora presto más atención o porque en verdad ha habido un cambio, pero veo más hombres con sombrilla.

Seamos optimistas y pensemos que hay un cambio y que poco a poco va a haber más hombres que se protejan del sol, que no se queden callados si algo les duele, que no acudan al doctor solo cuando ya no aguantan más, que no se traguen y acumulen sus problemas por años y años hasta que exploten por dentro; que no se estrellen, se corten, se caigan, se quemen, se quiebren o ya de plano se maten por hacer cosas idiotas, por exhibir su fuerza, por retarse, competir y demostrar la hombría; que no quieran ser conquistadores ni dueños de nadie; que no compren el discursito del “éxito”; que no crean esa mentira de que tener un montón de broncas es cosa normal para un hombre; que no se desgracien ni desgracien a otros por demostrar que son buenos al volante; que lloren; que no se suiciden o se mueran de un infarto por tratar de resolver y controlar todo, y colapsar cuando caigan en cuenta de que nadie puede resolver y controlar todo; que no sean “militares”; que no se abrumen por demostrar que pueden afrontar lo que sea sin ayuda, sin contarle a nadie, sin quejas; que hagan todo lo que Paul Rudd y Seth Rogen se dicen en su escena de “¿Sabes cómo sé que eres gay?” de Virgen a los 40; que sepan decir que son débiles; que no tengan “necesidades”, que no agredan porque aman; que no se sientan fracasados porque no fueron esto o lo otro; que no pongan en sus redes sociales una foto con sonrisa impostada y frases hiperbólicas para decir lo increíblemente bien que les va; que no estén siempre tratando de demostrar, demostrar y demostrar; que no admiren a tiranos porque sean sus ídolos, ni quieran llegar a ser tiranos; que no vayan a la guerra, que no sean la carne de cañón de otros hombres que hacen la guerra y no ponen un pie en el campo de batalla; que vivan bien, sin esa presión mutua y permanente encima.

Muchos hombres, gais o no, viven interpretando un papel a tiempo completo: hablan, caminan y se mueven de una forma que no es la suya; opinan cosas que en realidad no es lo que piensan, dicen cosas que no quieren decir, se ríen de chistes que no les hacen gracia, dicen creer en lo que no creen, se visten de formas que no quieren, van a donde no quieren, están con quien no quieren estar, trabajan en algo que no les gusta, hacen miles de cosas que no quieren hacer y llevan una vida que es una farsa, todo para demostrar la hombría y salvarse de las consecuencias sociales, familiares, laborales e incluso, dependiendo, legales y mortales de no dejar bien clara esa hombría tan manoseada, por la cual y gracias a la cual se cometen delitos, se hacen las guerras y nos quemamos con el sol.

Si está en nuestras manos vivir como queramos y dejar vivir a los otros como quieran, vivamos bien y seamos hombres con sombrilla: despreocupados, tranquilos, ligeros como Mary Poppins, con vidas auténticas y no demostraciones.

Más fácil decirlo que hacerlo, yo sé.

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