La homofobia es un problema real y grave. La sufren todos los días, especialmente los "obvios", los que viven abiertamente sus relaciones de pareja o los que no calzan en los estereotipos que la misma comunidad LGBTIQ+ a veces promueve para normalizarse a sí misma en la heteronormatividad dominante. Quienes minimizan las dimensiones de la homofobia es porque de seguro tienen el privilegio de "ser invisibles".

Los heterosexuales suelen dar por sentado este privilegio, vedado para los "gais", de la invisibilidad. Salir a la calle de la mano de la pareja o bien en soledad con una expresión de género distinta es, en el mejor de los casos, un trago amargo de miradas y prejuicios, pero en otros, también de gritos, burlas, acoso y otras formas de violencia, incluyendo la muerte. Dicen que tenemos "plumas" y que hacemos mucha "bulla", pero el problema en realidad es su mundo monocromático y silencioso, incapaz de abrazar la diferencia.

¿Quiénes son los homófobos? Aquellas personas que se siente incómodas con la sola presencia de una pareja homosexual; la gente que no quiere ver invadido su espacio por el "otro", el "diferente", el "raro"; aquellos quienes se queja con el gerente porque hay dos "playos" de la mano; guardas y meseros que acosan y expulsan a parejas por “manifestaciones públicas de afecto”; incluso son también las familias que preferirían sus reuniones sin su pariente "rarito" y su pareja. Miradas de sorna, resoplidos de burla, silbidos de humillación: notoriedad constante.

Todo esto no lo vivía yo en la seguridad del clóset ni en la comodidad de mi soltería, y hoy lo vivo, continuamente. No me victimizo ni me doy por menos: solo quiero exponer una realidad.

¿Por qué creen que existe el clóset? Porque es un espacio seguro. En el clóset muchos gais pueden "vestir" la ropa de la normalidad, de lo que se espera de ellos, y pasar desapercibidos. Pero el clóset tiene un precio: la propia identidad. Se cede la identidad a cambio de paz e invisibilidad. Muchos pagan ese precio a cambio de no sufrir, muchos más de los que ustedes creen. En serio. Puede ser su hermano, su primo, su tío o su amigo.

Y lo peor de todo es que eso de "salir del clóset" no debería ni siquiera existir. ¡Ni siquiera el mismo clóset debería existir! Pero la vida es como es y no como debería ser.

Por eso en este mundo salir del clóset es una decisión que un gay tiene que tomar cada día: la decisión de ser quien se quiere ser, la conciencia de no deberle nada a nadie, la satisfacción de darse cuenta de que no es menos, ni más. Es igual y merece un espacio seguro donde pueda ser invisible como todos, donde se mezcle con la muchedumbre y no sea un bicho raro, donde no lo acosen por existir.

Podrán pasar 20 mil leyes que aprueben el matrimonio igualitario y eso es un avance increíble, pero la homofobia habita nuestra cotidianidad como un demonio silencioso y destructivo, incluso dentro del mismo colectivo.

Nos tocará salir con orgullo de la mano todos los días, con terquedad, hasta el día en que al fin seamos invisibles como todos.

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