De entrada, algo debe quedar bien claro: el Decreto de la UPAD fue inmediata y contundentemente rechazado y condenado por el Frente Amplio. Lo rechazó y condenó José María Villalta el propio día en el que se conoció en medios, y también el partido ha sido contundente en su rechazo, comunicando esto el fin de semana.

Pero a pesar de ese rechazo sin medias tintas, y a pesar de la defensa de la democracia que ha hecho la izquierda a la tica desde inicios del siglo pasado, el discurso hegemónico ha creado toda una teoría de la conspiración para vincular, sin sustento alguno, a la izquierda costarricense con ese inaceptable decreto que incorporaba portillos para un acceso inadecuado, ilegal e inconstitucional a datos confidenciales. Y a todo esto adicionan, desde las filas del conservadurismo fundamentalista, un ataque homofóbico contra una de las personas vinculadas.

El decreto pretendía que la UPAD accediera a información, incluida la de carácter confidencial, en poder de la Administración Pública (central y descentralizada). Y es evidente que exigir el traslado de información confidencial a esta unidad, mediante un decreto, entra en conflicto con lo que ordena el artículo 24 de la Constitución Política y con normas de rango legal que limitan los usos de información confidencial a la que accede la Administración Pública. Debe quedar claro que la información a la que accede el ICD es para investigar lavado y narcotráfico, y la información a la que accede Hacienda es para investigar evasión. Pretender acceder a esa misma información confidencial con fines políticos es inaceptable.

Los contenidos del decreto en cuestión merecen toda la atención pública. El potencial uso político inadecuado de información confidencial es un asunto que debe levantar alarmas y que requiere una indagación pública de fondo, con la mirada puesta en los derechos fundamentales. La discusión sobre la UPAD pudo y puede ser una discusión seria, intensa y de fondo.

Pero vistas las cosas, la discusión apunta de momento a otras direcciones. Bien pudimos tener un debate de fondo, pero de momento gana por goleada la disposición del tema marcada por el anticomunismo añejo y la homofobia. Hoy gana por goleada la politiquería conservadora que dejando la discusión pasó muy pronto a la politiquería conspirativa.

Lo acontecido bien merece ser estudiado. Porque es la puesta en práctica de una estrategia discursiva que no es novedosa, pero se sigue mostrando muy efectiva. En cuestión de horas lograron posicionar el tema de la UPAD como una cosa de la "pura izquierda" (aunque la izquierda frenteamplista condenó el decreto) y apuntando a la homofobia contra uno de los implicados. Así se construye el discurso del conservadurismo, así se ejerce el manualillo del miedo.

El conservadurismo económico apura siempre a utilizar el arsenal anticomunista en cualquiera de sus variantes. El conservadurismo fundamentalista pronto acude a utilizar la homofobia, atacando la dignidad de las personas en su afán politiquero. Y en ambos casos el objetivo es el mismo: satanizar a personas o grupos políticos para evitar debatir sus ideas de fondo. Evitar el debate de fondo, condenando a un desprestigio construido a cualquier mensajero con el que no coinciden. Es una estrategia cobarde, demagógica, violenta y antidemocrática. Pero también es una estrategia tristemente efectiva. Por eso la usan. Y por eso ciudadanos y ciudadanas deberíamos condenarla.

Y bueno, para cerrar y que no me dediquen cajita blanca: sé que muchos de quienes hoy padecen la aplicación de la estrategia del miedo anticomunista en el pasado callaron cuando esa estrategia se la aplicaron a otros (Frente Amplio incluido) o peor aún, hasta se sumaron a la comparsa del anticomunismo y de la implementación del panfletillo del miedo. Tengo claro que muchos se callaron o hasta se apuntaron para llevar agua a sus molinos. Y aun así lo que ocurre hoy no me alegra en absoluto. No me alegra porque la implementación del miedo no solo daña al Frente Amplio: daña a la calidad de la democracia y del debate público. Ojalá este daño sea cada vez más visible y condenado.

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