Mañana se cumplen cinco meses desde que estalló la crisis política y humanitaria en Nicaragua. El conflicto ya cobra centenares de vidas y deja estelas de familias deshechas.

Los jóvenes asediados se cuentan por miles y los padres que pasan las noches sin dormir y sin saber dónde están sus hijos e hijas se cuentan por igual.

El drama humano lo he vivido casi en primera persona. David, mi compañero de redacción en Interferencia, fue el primer periodista costarricense en ir a Nicaragua a cubrir la crisis que recién iniciaba en abril.

Nadie podía augurar lo que sucedería. El brazo represor y brutal de Daniel Ortega y Rosario Murillo se ha embarrado con la sangre de sus paisanos.

Hablar de número de personas fallecidas es aventurado, diversas organizaciones contabilizan al umbral de 400, pero también existe la ingrata zozobra de los desaparecidos y el enjuiciamiento de cientos más.

En medio de la crisis, Ortega aprobó la ley conocida como “Ley del Terrorismo”, con la que logra la excusa perfecta para procesar a diestra y siniestra a sus opositores. Naciones Unidas ha denunciado que esta ley podría usarse para criminalizar a los manifestantes. "El texto es muy vago y permite una amplia interpretación que podría provocar que se incluyera (en la definición de terrorista) a personas que simplemente están ejerciendo su derecho a la protesta", dicen.

Aun con este panorama en Nicaragua, en Costa Rica algunos han avivado —irresponsablemente— el movimiento contra migrantes nicaragüenses que buscan resguardo en nuestro suelo. Al mismo tiempo, se ha intensificado el trabajo particular de David, quien también es mi amigo.

Siempre discreto pero dispuesto a ayudar, ha hecho algunas rifas, recolecta de ropa y bienes en buen estado, para repartir y compartir. La mayoría de los beneficiados son jóvenes que hacinados viven en las cuarterías de San José centro. De esas realidades poco sabemos.

Poco sabemos, también, de lo que fue de los jóvenes que valientemente se enfrentaron cara a cara con el dictador. En la discreción personal del periodista amigo sigo preguntándome, ¿qué fue lo que vio, qué fue lo que le impactó tanto que se hizo padrino de algunas personas que hoy buscan refugio aquí?

Hoy tengo la oportunidad de hablar con Madelaine Caracas, representante de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia, Nicaragua,y Ludwing Moncada, representante de la Articulación de Movimientos Sociales y Organismos de la Sociedad Civil. Ellos son dos veinteañeros que buscan refugio político en Costa Rica. Se les busca por desafiar a Ortega y a Murillo. Por participar en protestas. Por ser jóvenes.

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Era 16 de mayo. Cuando Ortega todavía parecía tener algo de vergüenza cedió a participar en una mesa de “diálogo” nacional. No imaginó que decenas de jóvenes sin miedo se plantarían frente a él y le dirían que aquella mesa no era para negociar otra cosa que no fuera su salida.

Los jóvenes reclamaron el cese total e inmediato del uso de la fuerza armada contra los estudiantes de las universidades.

Ortega en un acto arrogante e irrespetuoso preguntó: ¿dónde están los muertos? Entonces, una voz femenina y desgarrada firmemente enunció cada nombre. Durante tres minutos y medio en aquel salón solo se escuchó la protesta de Madelaine Caracas, quien mencionó a cada joven asesinado y asesinada durante el mes de manifestaciones que corría.

Tengo 20 años, soy estudiante de comunicación, de la UCA; soy activista feminista. Antes de este conflicto sociopolítico y crisis humanitaria me dedicaba a hacer arte. Desde los espacios de arte me dedicaba a hacer denuncia sobre los diferentes contextos en los que violencia hacia las mujeres y acoso callejero. Mi involucramiento en marchas y foros siempre estuvo enfocado en defender los derechos de las mujeres, hablar desde otro lugar, como el arte”.

La joven veinteañera está marcada. Está completamente sumida en un papel político que le dio la historia. Cuando le pregunto cosas como quién es y qué le gusta hacer, parece tener dificultad para ponerlo en palabras. Algo tan sencillo diría uno.

Pero, el abordaje mediático y político respecto a su figura no ha sido otro que el de la joven que desafió al presidente Ortega. Parece que no se le hace sencillo compartir otro mensaje que no sea justicia y democracia para Nicaragua.

¿Desde que edad te involucraste en el activismo?

—Como a la entrada de la universidad, 17 años, cuando el arte significó algo más que retratar de forma estética algo, sino de llevar contenido social y ser un espacio de denuncia.

¿Cómo fue crecer en Nicaragua?

—Siempre lo voy a hablar desde el ser mujer. Y no lo hablo desde la revictimización. Nicaragua es un país totalmente inseguro para las mujeres en el cual hay riesgos de ataques sexuales desde que crecés. También serias limitantes en el acceso a la educación. El Estado no tiene ninguna preocupación por la vida de las mujeres. Hay centenares de femicidios anuales, las niñas son vendidas o prostituidas por una cantidad absurda o por lo que sea, violentando cualquier derecho tanto de ser mujer, como de ser niña. Desde un contexto así te hablo, sabiendo como sé que estoy bajo privilegios que no tienen otras niñas, que probablemente no tienen acceso a la educación... Sólo como el 2% podemos llegar a la universidad. Yo fui a la universidad por una beca del 100%, probablemente sin la beca no hubiese estudiado.

Entonces, ese tipo de cosas me ponen en un contexto diferente y me hacen entender que tengo ciertos privilegios respecto a otras realidades con las que crecí, como las que tuvieron mi madre, mi abuela, etc., creo que eso ha sido fundamental para entender el contexto y ser más crítica con lo que está a mi alrededor. Ya sean las mujeres, ya sea el medio ambiente, ya sea el derecho a estar en un país con democracia y justicia...

Si pudieses devolverte algunos años y mirar atrás y poner en un espejo tus metas y sueños de antes, ¿son las mismas metas y sueños de ahora?, ¿qué cambió la crisis en vos?

—Mis aspiraciones siempre estaban involucradas en el activismo. Siempre estuve involucrada en arteterapia con niños.

Yo pintaba desde muy pequeña entonces, siempre mis metas estuvieron enfocadas en algo relacionado al arte, pero el arte para transformar, para comunicar, para ayudar.

Pero, ¿de dónde sale esa inquietud social por ayudar? Uno no pensaría que una niña piense así, ¿qué sucedió en tu entorno que te hizo pensar que debías hacer algo?

—Bueno, yo no vengo de una familia que sea “acomodada” en todo el sentido. Tengo padres muy trabajadores, gracias a eso he tenido la mejor educación que puedo tener, y ha sido la mejor herencia que me han podido dar.

Entonces, en este panorama también vivo con otras realidades como la de mi bisabuela, por ejemplo, ella tenía pocos recursos y tuvo poca educación, apenas aprendió a leer y escribir. También en mi casa miraba machismo, miraba violencia.

Creo que vivir cosas tan fuertes en torno a la violencia y específicamente violencia hacia la mujer es algo que a cierta edad te hace reflexionar, aunque tengas 10 años.

Yo crecí en Managua y, creo que, al igual que la mayoría de nicaragüenses, criada por mis abuelas. Porque mientras los padres trabajan todo el día los abuelos crían a los nietos.

Crecí en una colonia como muchas, con casitas juntas con muchos muchos andenes repetitivos. [Una colonia] donde todos se hablaban con todos porque es lugar pequeño y en la cual podría convivir con muchos muchos niños; con muchas realidades. Crecí en ese ambiente pues, me desarrollé en un pequeño barrio.

Probablemente sigue siendo igual, un barrio inseguro de Managua. Pero, realmente te hace crecer de forma distinta, se crece en comunidad por el hecho de que están tan pegadas, tan juntas las casas. Te hace relacionarte con muchas más personas.

A Madeleine le gusta la música clásica, por parte de su mamá y la música revolucionaria por el lado de su papá. De su personalidad desarrolló un gusto particular por el jazz y el blues. Cantantes como Billie Holiday y Miles Davis son con los que se siente conectada. Sus papás están escondidos y desempleados, pero ciertamente mejor que cuando empezó la crisis.

“Ellos tuvieron que salir de mi casa debido a las amenazas y al asedio [policial]. Tuvieron que dejar nuestra casa para esconderse en un lugar y estar seguros.  Ahorita no tienen trabajo. Mi papá era el único que trabajaba y fue despedido por la crisis, entonces hay incertidumbre y miedo. Pero, al haber salido de mi casa, creo que ahorita están un poco más seguros. Tengo un hermano, pero es super mayor porque mi mamá lo tuvo cuando tenía 16 años. Él tiene un perfil mucho más bajo, él no está involucrado en ninguna de estas cosas y tiene su posición política, pero es alguien que simplemente está tratando de vivir su vida y está lejos del conflicto, lejos de las protestas. Él está lejos de todo, entonces está más seguro”.

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Al lado de la joven está sentado Lud, un chico delgado de cabello largo. Él es más pensativo y pausado para hablar que Madelaine. Él mira a la nada cuando contesta alguna de mis preguntas y recuerda con nostalgia su pasado en Nicaragua.

Recuerda que su juventud cobró sentido al sentirse útil, y que si bien la crisis le ha arrebatado, momentáneamente, sus anhelos, espera recuperar el camino. Él está dispuesto a ser paciente, aún sueña con su maestría y volver al Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica.

A diferencia de su compañera de lucha, Lud es más introspectivo. Él intenta no perder contacto con quien era antes de la crisis. Aún así, pronto se queda sin palabras.

“Yo soy Ludwick Moncada. Tengo 23 años. He tenido muchas fases en las que me he propuesto muchas cosas, algunas se mantienen otras solamente han sido pospuestas en el tiempo. Me gusta… me gusta entrenar. Hacer ejercicios, tenemos que hacer ejercicio. Me gusta mucho saltar la cuerda.

A mí me gustan los videojuegos, y me gusta leer. No me gusta la literatura como novelas sino, textos académicos. He intentado disfrutar poesía y novela pero no he sentido esa misma pasión. Pero, sí he leído un par que me han gustado mucho, Ensayo Sobre la Lucidez, de Saramago y el otro es la Silla del Águila, de Carlos Fuentes.

Se me hace bien difícil hablar con preguntas tan abiertas (¿quién sos vos?, le pregunté). Porque no sé qué decir.

Antes de la crisis yo tenía aspiraciones de seguir estudiando una maestría. Apliqué al programa Chevening [programa de becas del Reino Unido], pero no quedé. Entonces estaba un poco en el limbo de no saber qué hacer. Sobre todo porque en Nicaragua me habían quitado la única trinchera en la que podía sentirme cómodo, que era el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA), en el cual prácticamente yo me formé.

Entré ahí como en tercer año por recomendación de un gran amigo, Antonio Montes. Él me llevó a un grupo de estudios que había en el Instituto de Historia. Yo era un chavalo desorientado que no hacía las tareas y me había metido a estudiar alemán, ahí fue donde lo conocí [a Montes]... y nada…

Entonces en el IHNCA comencé a despertar un gran interés [por lo social], me acuerdo que en el primer módulo lo que estudiamos fue masculinidades y fue complejo. Esa fue mi inmersión en el mundo académico.

Estudiar un tema tan complejo siendo hombre, sobre todo cuando comienzas a cuestionarte lo que son las masculinidades, el machismo, el patriarcado; y era tan confuso... Luego asistí a Antonio en investigaciones hasta que llegó un proyecto del Programa del Estado de la Nación (PEN) que era sobre la construcción de una base de datos de las instituciones de Nicaragua y yo asumí este proyecto.

Por un año fue mi proyecto investigación en el IHNCA, era para hacer un análisis comparativo entre Costa rica y Nicaragua. Había encontrado mi trinchera... en este espacio me sentía útil y sentía que podía militar.

Por toda la crisis que había en Nicaragua, de partidos, de represión a las manifestaciones, y este sentimiento... esta falta de esperanza, o de indignación que sentías de no poder hacer nada, ahí [en el IHNCA] yo encontré un espacio, y ahí fue donde me terminé de formar.

Entonces, yo era un chavalo que aspiraba a seguir estudiando, sacar una maestría en Ciencias Políticas, de base estudié Relaciones Internacionales. Yo quería estudiar una maestría en Ciencias Políticas y, quizá, un doctorado en Estudios Latinoamericanos.

Pero al final las cosas cambian… entré como en esa crisis de la adolescencia, o más bien de la joven adultez y nada... entonces comencé a entrenar [ejercitarse] y eso me ayudó un poco.

Ya luego comencé a trabajar por un periodo muy corto en Cancillería, estuve tres meses,  y mientras estaba ahí estaba haciendo otra cosa”.

Vos que estuviste "del lado del gobierno" en Cancillería, ¿cómo ves que es el proceso de adoctrinamiento de funcionarios, si es que lo hay?

—Yo no generalizaría lo del adoctrinamiento. Porque sé que hay muchas voces disidentes en las instituciones, pero callan no por adoctrinamiento, sino porque el régimen vulnera la dignidad de los trabajadores a través de la represión, con amenazas mudas, “si haces algo te despido”.

Entonces no es que haya un adoctrinamiento en el sector público, es que hay una obligación del servidor público a que cumpla con las directrices del gobierno. No obstante, sí hay un sector que está totalmente a favor de los beneficios y privilegios que el régimen tiene.

¿Cómo visualizas que será tu vida de ahora en adelante?

—No puedo visualizar. Es totalmente incierto, porque todo cambia tan rápido, los escenarios cambian tan rápido.

Sí tenemos la esperanza del cambio y sabemos que se va a ir [Ortega] solo que todavía no sabemos cómo ni cuándo, y eso genera demasiada incertidumbre, mientras él siga [en el poder] muchas personas no vamos a poder regresar a Nicaragua, muchas personas van a seguir siendo encarceladas o enjuiciadas, como muchos de nuestros amigos que hoy están siendo procesados por asesinato, incendios, terrorismo, crimen organizado.

Parece como una novela distópica fusionada con gore, esa es la realidad de allá".

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Frente a mi tengo a dos jóvenes, una de 20 y otro de 23 años, que siendo perseguidos políticos buscan refugio en nuestro país.

Los tres compartimos una mesa de una soda universitaria en San Pedro. A nuestro alrededor hay también decenas de otros estudiantes, pero costarricenses que viven una realidad mucho menos intensa. Acá realmente no sabemos qué es represión al estudiantado, no al menos al nivel de Madelaine y Lud. 

Aquella tarde Madelaine tuvo mucho dolor de cabeza y mientras tomaba un batido de frutas, nosotros tomamos café. A los dos les pregunté ¿qué había cambiado dentro de ellos en lo más esencial?, ¿qué no había antes de la crisis que ahora sí hay?, ¿cuáles metas persiguen ahora que antes nunca se les hubiese pasado por la cabeza? el joven se apresura a contestar...

“Yo creo que, a menos a nivel personal, toda la indignación que tenía por este sentimiento de inutilidad, de no poder hacer nada por el cambio realmente ahora siento que todos hemos aportado nuestro grano de arena al cambio... Y eso nos ha traído esperanza. Yo diría que, lo que ha cambiado es que ahora tenemos esperanza.

Mis metas se mantienen, yo solamente quiero que esto acabe para buscar una maestría y seguir estudiando. A la vez, quiero regresar, es decir, quiero estudiar porque quiero ampliar los conocimientos y las herramientas para regresar a Nicaragua y seguir apoyando al cambio final.

El cambio no será cuando se va Daniel y Rosario, sino, ese será apenas el comienzo del cambio”.

Con el batido de frutas casi terminado, Madelaine dice que le ha tocado madurar a la fuerza, que a los 20 años “no te esperas ciertas cosas”. Su mirada intensa y su fortaleza emocional hacen que sus palabras cobren aún más sentido.

“Creo que probablemente hay muchas cosas que me tocaron cambiar, desde mi vida profesional, hasta la personal.

La independencia absoluta en la soledad, que es una forma de llevar cosas. El [hecho] de que me tocó ir de gira por Europa, fue algo muy importante en mi vida que no pensé tenerlo a esta edad. Encajar en un papel casi diplomático, al cual ninguno estábamos preparados; no tengo ningún conocimiento de oratoria, pero que en el camino, en la crisis, me ha tocado madurar mucho y reflexionar aún más sobre mi vida, sobre los propósitos, sobre qué quiero.

Creo que el arte sigue siendo mi sueño. Creo que los estudios también siguen siendo parte de eso. Yo siempre planeé no quedarme solo con comunicación, esto sólo era una excusa para luego estudiar algo referente a sociología y poder unir esos ámbitos, y creo que sigo esperando…

Igual quisiera educarme más, terminar mi carrera, porque no la he terminado, ahorita estaba en el último año.

Espero continuar estudiando. Espero continuar aprendiendo. Quisiera llevar todos estos conocimientos a Nicaragua, y es algo que también pensaba cuando estaba en mi casa, era mi meta. Ir a estudiar [al extranjero] y regresar. Creo que esas siguen siendo mis metas, mis sueños.

Creo que los cambios  van más allá de estar realmente comprometida con asumir este papel y dedicarme 24/7 a una causa, o dejar muchas cosas y aprender a soltar muchas otras, esto es por algo mucho más grande [por la democracia].

Creo que, a esta edad lo más fuerte es decir “ok mi vida está en esto y quiero dedicarme a este compromiso”, que tal vez podés esperar [que esto suceda] a los 26 o 30.

Ha sido muy fuerte este hecho, comprometerte a una causa. Que tu vida sea Nicaragua 24/7, que de tu vida sea esto, porque creés que todos los que estamos en esto asumimos el compromiso".

DE CÓMO SE INVOLUCRARON EN LA CRISIS Y POR QUÉ HUYERON

Lud: “Creo que para explicar cómo me involucro en la crisis debería contar que como muchos y muchas de nosotros, los jóvenes, crecimos bajo el metarelato de la revolución popular sandinista y, como comentaba Madelaine, de alguna u otra manera en nuestras casas siempre había música revolucionaria; siempre estaban los valores de la revolución sandinista, pero así como soy hijo de un combatiente revolucionario soy hijo de una madre que sufrió los abusos de la revolución en los años 80.

Soy hijo de una familia que se vio involucrada en la contrarrevolución, por tanto, yo soy hijo de un revolucionario y de una contrarrevolucionaria, esa mixtura, y esa confusión, que me generaba este choque de historias, de memorias y contra memorias, me formó mucho.

Esto me ayudó a tener las cosas claras en el IHNCA. Por tanto, cuando se dan las primeras represiones, el 18 de abril, yo estoy desde los oficinas viendo todo desde el teléfono y me desato a llorar, sobre todo porque una semana antes a los trabajadores de Cancillería nos habían obligado a marchar, en una contramarcha por Indio Maíz, en ese momento yo le escribo a un compañero que está en la Alianza Civil y le digo “hay que hacer algo” y él me mete a un grupo de chat, recuerdo se llamaba Junta Frente a Problemática Nacional, y quedamos de hacer una reunión.

Ese día de esta reunión, él lleva un comunicado. Recuerdo que otro día en la noche yo le digo “escribamos una carta en auxilio” y yo hice una carta, un borrador de una carta… y nada... entonces nos reunimos como a los dos días.

Cuando estamos ahí reunidos nos llega un mensaje de otro grupo que se había reunido y nos dicen que se van a reunir en la casa de otro compañero que se llama Camilo. Nos reunimos ahí y comenzamos a hacer un comunicado, en esa reunión estaban los compañeros que están ahora en en la Alianza y así (entre ellos Madelaine).

Nos fuimos afuera a grabar un comunicado a la UPOLI, y así me fui involucrando hasta que fuimos conformando la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia

Yo trabajaba en horario de oficina y en las noches asistía a las reuniones con un gran miedo de que me descubrieran. Varias veces no hice nada en la oficina para hacer informes porque estaba en la mesa diálogo nacional, recuerdo que hice un informe de argumentos y contraargumentos que me tomó un día.

Ocupaba mi día laboral en la causa, con miedo a generar sospechas y que me miraran raro, lo cual era cierto, me miraban raro. Ya me decía en contra.

Tuve que controlar lo que escribía en Facebook en Twitter porque eso estaba bajo revisión siempre y nada... Hasta que un día puse algo sobre Pedro Sánchez, de la moción de censura en España. Hice una comparación entre cómo un proceso democrático podría sacar a un presidente que era ineficiente y Nicaragua.

Ya llevábamos más de 40 muertos y eso valió mi despido”. 

Cuando Lud dice “y eso valió mi despido”, lo dice con una gran sonrisa y satisfacción. Dice haber estado feliz. Jura no haber dudado dos veces irse de Cancillería. Según él, ese mismo día, el primero de junio, se fue de su casa, por razones de seguridad, pues ya lo “habían descubierto”.

Después de estar dos meses en la clandestinidad, decidió involucrarse de lleno, se involucró 24/7.

“Eso implica muchas cosas, dejar a tu familia, irte de tu casa de una manera brusca. Cambiar totalmente el modelo de vida, vivir con miedo de que te hicieran algo. Y me vine para acá”.

El 13 de julio en la Divina Misericordia me fui a sacar a unos compañeros, pero me vi atrapado en el fuego y entonces comencé a hacer directos [mensajes directos] en Twitter para dejar en evidencia, sin saber que al día siguiente íbamos a estar libres, pero igual había que dejar evidencia.

Eso me generó mucho miedo. Además, ya había planes de venir aquí, a Costa Rica, a una misión. Así que me vine con el doble propósito de resguardar mi vida y de cumplir con la misión que se me había asignado.

La misión es reencontrar a muchas de las personas que pertenecían a la articulación de movimientos sociales, que se vinieron por la represión. Porque todos sabemos que vamos a regresar y la idea es regresar no atomizados sino unidos”.

Vuelvo a ver a Madelaine.

“Como te había contado,  me involucré antes del 18 [de abril]. Organizando con grupos desde Índio Maíz cuando el gobierno rechazó la ayuda a Costa Rica, eso indignó a muchos entonces, por las redes sociales siempre he sido bien activa.

En twitter, un grupo de 30 jóvenes, ambientalistas, profesionales, estudiantes nos unimos para crear acciones que salgan de las redes sociales y que vayan al plano de físico,al plano de la protesta en las calles.

Entonces ahí es cuando comienzo a hacer reuniones, igual clandestinas. Recuerdo que el gobierno hacía contramarchas cuando nosotros marchábamos.

Entonces sacábamos los comunicados [las convocatorias] apenas una hora antes para que el gobierno no pudiera llegar; luego me tocó enfrentarme a un diputado, junto con otros compañeros estudiantes, el diputado es mano derecha de Ortega e irónicamente da clases de Derecho Constitucional en la Universidad Centroamericana, él había llamado ladrones y corruptos a quienes peleaban por Índio Maíz, a los ambientalistas, y a las comunidades indígenas de la zona.

Entonces un grupo de estudiantes decidimos ir a enfrentarlo y leerle un comunicado que hicimos para exigir la respuesta del actuar del gobierno, de la negligencia del gobierno hacia la comunidad indígena y también el porqué se refería de esa manera.

(...) y a partir de ahí comenzó la ola represiva hacia quienes nos habíamos manifestado, llegaron a buscarnos las policías a la universidad, esto fue antes del 18 de abril, y desde ahí me tuve que esconder y luego tuve que renunciar a mi trabajo.

Comenzaron las amenazas, era algo nuevo y algo que sólo pocos estábamos viviendo, a la vez diferentes grupos ya han vivido eso; pero era la primera vez que una estudiante, o sea yo, estaba viviendo eso [recibir amenazas].

No pensé que me pasaría eso, y tuve que salir de mi casa antes del 18. Salí de mi casa, a como pude me fui a la universidad.

Después de la primera fase de diálogo, cuando yo leo los nombres, mis compañeros consideraron que yo estaba en mayor peligro que todos y es cuando deciden que para denunciar al gobierno de Ortega vaya a la caravana a Europa, fui a diez países y 24 ciudades para reunirme con parlamentos, etc.”

***

La historia no se termina aquí. Los chicos me siguen contando situaciones que han vivido y que han repercutido para que en lo estructural sean personas distintas. Pero que en lo esencial se mantienen intactos.

Después de todo no dejan de ser jóvenes con aspiraciones, metas y sueños. La revolución nicaragüense ha estado protagonizada, principalmente, por los  y las estudiantes universitarias y sus familias.

Me cuesta creer, desde mi absoluta inexperiencia de vivir tal represión, cómo es que un mandatario decide alzar fuego en contra de sus hermanos. Me cuesta creer cómo la policía, los militares y los mismos vecinos, sin mayor conciencia disparan a sus jóvenes.

20 años. Yo a los 20 años estaba en mi primer año universitario, completamente ajena a cualquier interés político o social. A los 23 años ya había pasado por el Congreso, por ende, ya había nacido en mi la espinita de llevar un mensaje: “hey, involúcrese”.

Pero a mi no me ha costado sangre, no he perdido amigas ni amigos. Yo no he tenido que huir de mi país. A mi nadie me anda buscando para matarme. Yo no sé lo que es eso. Muchos no lo sabemos. Lo que sí sé, es que no es momento, a pesar de los muchos problemas que tengamos en nuestro país, no es, ni nunca será buen momento para cerrarle las puertas a jóvenes, y personas en general, que huyen de sus países por buscar justicia y democracia.

Despeguemos por un momento nuestros pensamientos de la efervescencia. Usemos la libertad de la que gozamos para lograrla en otros países. 

Lud y Madelaine, siguen trabajando desde Costa Rica por articular a sus compatriotas por una Nicaragua mejor, unida, democrática y justa; los ojos de los países de la región se posan sobre nuestro vecino del norte. El dictador sigue reprimiendo, la sociedad sigue sucumbiendo y nosotros no debemos acostumbrarnos.