En mis años de primaria y secundaria, la educación tributaria no era una prioridad y dependiendo del colegio, era posible que nunca hubiera formado parte del programa de estudios. En el currículo de muchas escuelas y colegios, públicos o privados, no se encontraba en el plan de estudios la enseñanza de finanzas publicas básicas, los distintos tipos de impuestos, el poder tributario del Estado, los deberes tributarios de los contribuyentes y los beneficios sobre la adecuada tributación y respectiva recaudación, entre otros. En el contexto de una inminente y necesaria reforma tributaria, la cual muchos medios han denigrado con el nombre de “paquetazo fiscal”, es de vital importancia el papel de los años formativos de una sociedad para comprender el funcionamiento del sistema tributario.
Afortunadamente, el Ministerio de Educación Pública, en conjunto con el Ministerio de Hacienda, han detectado la necesidad de construir y consolidar una sólida cultura tributaria y desde el año 2013 la educación tributaria forma parte de los programas de estudio del Ministerio de Educación Pública.
Esta iniciativa, en conjunto, con material interactivo de “Un Tributo a Mi País” en el Museo de los Niños, ha sido reconocida por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OECD), en su informe de 2015, "Fomentando la Cultura Tributaria, el Cumplimiento Fiscal y la Ciudadanía”, como parte de las estrategias y compromiso de Costa Rica para “(…) impulsar una cultura fiscal positiva en el país.”
Vivir y trabajar fuera de Costa Rica y específicamente en una ciudad tan globalizada como Londres, me ha permitido tener una perspectiva amplia y distinta de cómo funcionan las cosas para distintas personas alrededor del mundo. Específicamente en materia tributaria, siempre pensé que a nadie le gusta pagar impuestos y aun, al día de hoy, cuando reviso mi nómina, un diablillo de “renuencia” se pregunta por qué “me quitan” tanto dinero. Luego recuerdo que cuando ocupo ir al Seguro Social de Reino Unido, la atención es casi inmediata y, aun con sus fallas, es de muy buena calidad, o que el transporte público es bueno y eficiente; entonces se me pasa.
Como estudiante de Maestría en Derecho Tributario, un profesor preguntó cuál era nuestra visión personal y la percepción, como país, de los impuestos. Al respecto respondí que, mi opinión, es que nadie tiene una obligación moral de pagar más impuestos que los que establece la ley, y en general la cultura tributaria que uno percibe en Costa Rica es escasa, en buena parte por el nivel de corrupción y pésimo manejo de los fondos públicos que existe en el país. Cuando llegó el turno de una de mis compañeras de responder, quien es de Noruega, respondió que en su país pagar impuestos no se percibe como una carga y que no les molesta pagarlos, ya que los mismos se invierten para programas sociales, mantener bajos niveles de pobreza y en la construcción y mantenimiento de obras públicas de calidad.
Otro compañero, esta vez de Francia, tuvo una opinión distinta a nosotras dos, ya que, aunque no se manifestó en desacuerdo con el pago de impuestos, considera excesivos los beneficios sociales, otorgados en su país, a través del cobro de impuestos. Por ejemplo, según indicó, parte de las contribuciones sociales que existen en Francia es destinar un porcentaje a un fondo de desempleo. Dependiendo de una serie de condiciones, así como cantidad mínima de contribuciones, si la persona pierde su empleo se le paga una especie de “salario” de desempleo con cantidades para nada despreciables. De esta forma, la mayor crítica, que él manifestó al sistema de su país es que si bien es cierto existen personas que verdaderamente necesitan del fondo de desempleo, muchas otras abusan del sistema, personas que son reacias al trabajo cumplen con los requisitos mínimos, pierden su empleo y pueden disfrutar del beneficio sin tener una necesidad inmediata de encontrar empleo.
La OECD explica en su informe, que parte de la fuerza o debilidad de una cultura tributaria va en función de la ética fiscal que los ciudadanos perciban de su país. De esta forma, en Noruega son felices de pagar impuestos porque la contribución es proporcional al manejo de fondos públicos y beneficios percibidos. En Costa Rica, los numerosos casos de corrupción que no son cosa nueva, sino que vienen desde hace muchos años, el pésimo estado y mantenimiento de obras públicas, contribuyen a que la cultura tributaria sea débil. La OECD también indica que la falta o una laxa ética fiscal hace que los ciudadanos no se sientan parte de un proyecto social, de ahí que la percepción general sea la de premiar al “vivazo” y ver como cada uno puede “agarrar” para su saco.
La creatividad en las estrategias para acrecentar la cultura tributaria, en distintas partes del mundo, va desde la celebración de festivales tributarios, hasta la creación de campañas con personajes famosos de cada país, con el fin de crear conciencia, no solo desde el frente educativo, y así poder maximizar el alcance del mensaje. Mientras tanto, en Costa Rica no es que la creatividad brilla por su ausencia, sino que no ha encontrado la agresividad necesaria para hacer llegar el mensaje en un momento de la historia tan importante como la que se encuentra atravesando. De esta forma, en lugar de aprovechar más las herramientas tecnológicas o la realización de actividades de bajo costo, la idea que prevaleció en Costa Rica fue que funcionarios del gobierno hablaran con la gente de la Avenida Central, pero entonces uno se pregunta, ¿Quién está hablando con los ciudadanos de las áreas rurales y otros sitios claves de la GAM?
La consolidación de la cultura tributaria es un trabajo de ambas partes: contribuyente y administración. La administración debe no solo fomentar la educación fiscal desde la etapa escolar sino trabajar en quienes nunca han tenido ningún tipo de formación en materia tributaria. De la misma forma, no se puede trabajar en reforzar la cultura tributaria sin reforzar también la ética fiscal y mejorar no solo la percepción del pueblo sobre el manejo de fondos públicos, sino que efectivamente y no solo en apariencia, estos se estén manejando de forma legal, ética y eficiente. Igualmente, no se puede hablar de la modificación de la parte tributaria sin saber o tener claro cómo incentivar la economía, un tema que parece seguir siendo confuso por parte de la nueva administración.
Del otro lado de la acera, independientemente de si uno está o no de acuerdo en pagar impuestos, lo cierto es que las finanzas públicas dependen de ese insumo básico. Sin embargo, no solo debería apelarse a la conciencia del contribuyente sino revisar la relación entre la ética fiscal y la cultura tributaria y trabajar para que ambos frentes cumplan su parte del contrato social.
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