El pasado mes un grupo de padres y madres de familia -azuzados por pastores neopentecostales y curas católicos- se levantaron en contra de un conjunto de contenidos educativos propuestos por el Ministerio de Educación Pública (MEP), relacionados con la educación sexual y afectiva.
La finalidad de estos programas para secundaria es reducir la tasa de embarazos en menores de edad, la incidencia de enfermedades de transmisión sexual y la violencia debida a las diferencias de género y preferencia sexual. Pues bien, estos padres y madres han obtenido que se excuse a sus hijos e hijas de recibir dichos contenidos por ir en contra de sus creencias (básicamente religiosas).
Sin embargo, no contentos con esta permisión, y habiendo llegando incluso a impedir el derecho a la educación de los demás, aquel grupo se ha alzado nuevamente pues dice que hay contenidos en los cursos de ciencias que consideran contrarios a sus creencias religiosas. Engloban esos contenidos bajo el impreciso y sonoro título de “ideología de género”.
A continuación, defenderé dos ideas. En primer lugar, debe abandonarse la expresión “ideología de género” si se pretende discutir seriamente la idoneidad de los contenidos educativos en cuestión. En segundo lugar, en una educación civil y pública no se justifica excluir contenidos de las materias de ciencias por ser incompatibles con creencias religiosas.
"Ideología de género"
El término "ideología de género" se utiliza actualmente para nombrar un conjunto de ideas muy variadas, algunas de las cuales no son defendidas por nadie. Otras sí son defendidas por distintas corrientes teóricas que deben ser evaluadas de forma independiente. En otras palabras, son concepciones muy diferentes y poco relacionadas entre sí. Los grupos conservadores han llamado a todas estas diversas concepciones con un mismo nombre.
Podemos englobar estas corrientes -confusa e impropiamente llamadas "ideología de género"- en dos grupos. En primer lugar, se encuentra ciertas teorías posmodernas específicas (un movimiento anti-ciencia e irracionalista). Este movimiento ha exagerado multitud de tesis sensatas de la teoría de género original e incluso se ha levantado en contra de las ciencias como conocimiento especialmente importante. En segundo lugar, está buena parte de la biología, antropología y psicología científica. Estas ciencias insisten sobre las diferencias de género y sexo, su variedad entre los humanos y su desarrollo paulatino antes y después del nacimiento. Además, afirman que algunas características e inclinaciones pueden cambiar debido al contexto. Sin embargo, no es posible variar significativamente otras tantas, pues se nace con ellas. Asimismo, se insiste en una gama posible de distintas inclinaciones sexuales en los humanos (y dicho sea de paso en otros animales). Igualmente, se enfatiza en la variedad de características sexuales y de género que son posibles en la especie humana (todo lo cual es compatible con las concepciones políticas feministas).
Por ende, sería deseable que se abandonara el uso de ese impreciso y emotivamente cargado nombre, "ideología de género", dado que no representa una unidad teórica defendida por un programa teórico específico. Para empeorar el panorama, buena parte de lo que se acusa como ‘ideología de género’ no es ni siquiera defendido por corriente alguna. Consecuentemente, lo primero es abandonar esta terminología, si quiere discutir con seriedad el tema de la educación sexual y afectiva.
Visto con más cuidado, en realidad, los grupos religiosos que utilizan este término están en desacuerdo con ciertas ideas pues son contrarias a sus creencias religiosas sobre cómo debe vivirse la sexualidad, la afectividad, el sexo y el género.
Los contenidos de las clases de ciencias
Los contenidos incluidos en las materias de ciencias del MEP se basan en las teorías desarrolladas por mencionados movimientos científicos. Obviamente, no es imposible que algo del primer grupo (el irracionalista y anti-científico) puede haberse colado. Con todo, el ámbito de abordaje de este asunto es el argumentativo y no las vías de hecho, como pretenden algunos grupos.
También es plenamente posible discutir las teorías científicas y su pertinencia (si son correctas o no). No obstante, esto ha de hacerse mediante argumentos científicos. La autoridad de la religión no es suficiente para dar sustento racional a ciertas creencias. Por ende, las creencias defendidas a partir de la religión normalmente no forman parte de la discusión en favor o en contra de tales o cuales ideas científicas.
Lo que no debe aceptarse dentro de una educación científica es lo que busca ese movimiento religioso anticientífico: que los menores de edad no reciban educación científica por motivos religiosos. Ahora, si admitimos que la educación civil y pública (financiada por un Estado republicano y civil) en temas científicos sea dirigida por motivos religiosos, el precipicio al que nos lanzamos debe ser evidente. ¿Qué seguirá? ¿Excluir la enseñanza de la teoría de la evolución? (Como ya han “logrado” los grupos neopentecostales de los Estados Unidos) o ¿cuestionarán que se enseñe que la Tierra surgió en un proceso que tardó millones de años? (Por ir en contra de su lectura bíblica).
En un Estado contemporáneo que se precie de tener una educación fundada en las ciencias, es inconcebible la exclusión de contenidos temáticos por ir en contra de una religión. En una teocracia, por otro lado, es pan de cada día. Aquellos que defienden y aprecian la República civil y democrática y recuerdan el gran costo con que se consiguió este logro civilizatorio, han de oponerse a este intento de las Iglesias de dirigir la educación científica.
En síntesis, quienes defendemos una educación científica hemos de tener claro lo siguiente:
- Las teorías científicas pueden ser cuestionadas racionalmente, pero en la arena de las conjeturas, refutaciones y pruebas científicas. Las Iglesias y las razones teológicas no forman parte de esta dinámica; así como tampoco tiene lugar, el mero ‘sentido común’.
- Las religiones y sus respectivas cosmovisiones no forman parte de los argumentos científicos. Su lugar no es la educación científica, sino la Iglesia y su feligresía, que pueden libremente reproducirlos y enseñarlos. Igualmente, en ese espacio se puede pregonar adecuadamente la existencia del ente divino y la conexión que cada religión establece con el humano.
Por lo dicho, la ministra de educación hace bien en incluir los avances científicos sobre el sexo, la sexualidad, la afectividad y el género en las materias de ciencias y no permitir que los grupos religiosos dirijan dichas materias. El MEP no debe permitir que sean los grupos religiosos quienes dirijan la educación científica de la República.
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