El 4 de febrero, tuve la certeza de que no había ganado el candidato ni las ideas por las que voté y que sólo habrían dos opciones, ninguna de mi agrado. Al calor del momento hice lo que muchos: polarizarme sobre los asuntos más mediáticos pero menos urgentes: el matrimonio igualitario y la ideología de género y después de una pequeña disputa familiar con mi hija más joven, con ideas mucho más liberales y con la pasión y la fuerza que da la juventud para defender causas, incluso ajenas, pero justas, aseguré en forma irrevocable que no iría a votar de nuevo.

Pasada la tempestad y vuelta la calma, una serie de hechos me han obligado a recapacitar. Al fin y al cabo será la Sala Constitucional la que tendrá el peso histórico de sellar el destino del matrimonio igualitario, porque sólo ella puede cambiar su propia jurisprudencia sobre la vinculación de la opinión consultiva de la CIDH. Por el momento, la directriz obligatoria de la Dirección Nacional de Notariado impide realizar matrimonios del mismo sexo hasta que se den las interpretaciones y cambios necesarios en la legislación y el proyecto de ley de sociedades de convivencia, garantiza los derechos patrimoniales para estas personas.

El otro tema polarizante es la ideología de género y las guías sexuales, que corresponde discutirlo y defenderlo a los padres de familia con un nuevo Ministro de Educación que esperamos con ansias para asegurar que la materia será impartida por profesionales capacitados que no se limitan a leer los contenidos para volverse expertos, porque esto no es lo mismo que enseñar matemáticas, ciencias o geografía ya que de ser así, surgen algunas ideas no tan descabelladas: ¿será que con leer el manual del INA se podrá conducir un auto? Si tengo un libro de recetas, ¿podré ser Chef? ¿Si leo la Biblia, podré ser diputada?

Aunque también es cierto, como alguien comentó un poco en serio, un poco en broma, que nos preocupamos por las guías sexuales mientras los jóvenes consumen pornografía en Internet con sus celulares o en la misma televisión por cable que pagan sus padres. Separados esos temas candentes para los cuales sí contamos con las herramientas necesarias para hacerles frente en forma civilizada, hay que enfocarse en lo medular: la paz social en toda su dimensión y su referente indispensable, la democracia.

Por eso me causa horror el discurso homofóbico de una madre a la entrada de una escuela, citando textos de la Biblia. Me ha golpeado la respuesta de una diputada electa que para su infortunio, desconoce los grandes problemas que acechan al país. Me preocupa la conformación de una Asamblea Legislativa con siete pastores evangélicos sin ninguna experiencia en el espinoso y traicionero campo político, donde los pastores pueden terminar como ovejas devoradas por algunos lobos. Finalmente me decepciona que se utilice la necesidad de las personas para atraer simpatizantes con víveres, como si con darles o prometerles comida se eliminara la pobreza, la desigualdad o el déficit fiscal. Al final seremos como las parejas que una vez que crecen los hijos y se van del nido, tienen que encontrarse cara a cara con su realidad y disfrutar o sufrir con lo que sobrevivió a esa agitada época.

Ante el desolador panorama, retumban en mis oídos las frases del Himno Nacional: "¡Salve oh patria!, tu pródigo suelo, dulce abrigo y sustento nos da; bajo el límpido azul de tu cielo ¡vivan siempre el trabajo y la paz!" Y es que me encanta oír a los turistas repetir el "pura vida" y creer la utopia de que somos el país más feliz del mundo.

Este es el lugar que me vio nacer al igual que a mis hijas y nietos, donde pude crecer como mujer y persona y donde me sucederán las nuevas generaciones. Es la Madre Patria, el barco donde navegamos todos hacia un puerto desconocido a punto de naufragar y ya no importa si el barco se dirige a mi puerto o al suyo, importa que el barco siga a flote y llegue a la orilla antes de hundirse y nosotros con él. Votemos por ese capitán que tenga la visión necesaria para que en medio de la tempestad, encuentre la mejor ruta, la más segura y logre que los tripulantes, lejos de amotinarse vuelvan a la calma y se unan en una sola fuerza y en una misma dirección.

Nuestra patria nos exige empuñar nuestras armas de paz, nuestros votos, para que sea una verdadera mayoría de votantes y no de abstencionistas quienes marquen el destino de este país. Demos un ejemplo de civismo al mundo este 1 de abril y digamos parafraseando a Juanito Mora: Compatriotas, a las urnas, ha llegado el momento de elegir nuestro futuro.

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