Lamentablemente debemos reconocer que nuestro planeta está en crisis. Una crisis ecológica que pone en riesgo la sobrevivencia de nuestra especie.
Pero es también una crisis civilizatoria, pues hay problemas generalizados.
Por ejemplo, la Carta de Fortaleza II (de la que soy signataria), firmada en Ceará, Brasil en 2016, llama la atención sobre algunos de estos problemas planetarios:
- Excesos de una economía financiera sin ningún tipo de control social, que promueve la acumulación sin límite de bienes.
- Crueldad y ausencia de solidaridad con millones de refugiados que huyen de las guerras en sus países.
- Persistencia de culturas sociales y regímenes políticos que marginan, desprecian, persiguen y violentan la dignidad humana, ya sea por su condición económica, cultural, étnica, religiosa o sexual.
- Desprotección, desamparo y vulnerabilidad de diversas capas sociales como consecuencia del aumento de la pobreza, la precariedad y la desigualdad social.
Autores como Edgar Morin añaden que esta crisis es también cognitiva, emocional y espiritual. Desde la perspectiva cognitiva, no estamos siendo capaces de identificar las relaciones y las interdependencias entre los problemas sociales y naturales. En nombre de una supuesta objetividad, hemos invisibilizado a la persona, negando su condición humana, y sus necesidades emocionales y espirituales. Hemos olvidado los valores universales como la responsabilidad y la solidaridad y los colocamos como funciones secundarias e innecesarias para la construcción de conocimiento.
Estamos ante una crisis de convivencia planetaria que es necesario reconocer y resolver si queremos sobrevivir como especie.
Reconocer y resolver significa tomar conciencia
Evidentemente los sistemas educativos que tenemos no han sido capaces de desarrollar en las personas la conciencia necesaria para haber evitado esta crisis que enfrentamos.
Tampoco están siendo capaces de ayudarnos a desarrollar la conciencia indispensable para resolver los problemas planetarios. Porque es una educación, que como dice Morin, incapaz de hacer visibles las interrelaciones e interdependencias entre el mundo social, cultural, personal y natural.
El cambio requerido en los sistemas educativos, por lo tanto, es mucho más profundo que la incorporación de didácticas innovadoras, tecnologías de punta y programas actualizados.
Todo lo anterior es muy necesario. Pero absolutamente insuficiente. Se requiere de una educación que, intencionadamente promueva el desarrollo de dicha conciencia. Se trata de, como dicen autores como Pineau y De La Torre, de una búsqueda intencionada del conocimiento interior de la persona, partiendo del respeto a la naturaleza y en estrecha interrelación con la realidad social, cultural y biológica particular de las personas que aprenden.
En síntesis: se trata de la Ecoformación
Una de las principales exponentes de la Ecoformación es la internacionalmente reconocida autora brasileña María Cándida Moraes quien explica que se trata de un proceso de restauración de la relación del ser humano y su medio. Enfatiza en que implica una trilogía de intercambios entre la persona, la naturaleza y la sociedad. La Ecoformación, dice Moraes, no es un modelo sino una forma de pensar y un estilo de vida, que requiere cambio integral del carácter industrial, mercantil y patriarcal de nuestra civilización.
Es entonces precisamente la Ecoformación la educación que necesitamos para poder desarrollar conciencia humana, indispensable para intentar superar la crisis planetaria que nos agobia.
Atraída por la biodiversidad de Costa Rica y por nuestra historia de defensa de los derechos humanos, María Cándida Moraes estará en Costa Rica en el venidero mes de marzo de 2018.
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