En colaboración con Latinoamérica21

En México, la soberanía se defiende en conferencias de prensa, pero también se erosiona en los silencios del poder.

Así, mientras la presidenta Claudia Sheinbaum habla de “cooperación con Estados Unidos bajo el respeto a nuestra soberanía”, Ismael El Mayo Zambada —invisible para el Estado, al contrario de lo que representa—pone su propio sello desde la Corte de Justicia de Brooklyn. Y es que el capo más longevo del Cártel de Sinaloa hasta su secuestro y extradición volvió a aparecer con declaraciones que, más que confesiones, son recordatorios del poder establecido.

Su sola palabra —dada en la penumbra, nunca bajo los reflectores— pesa mediática y simbólicamente como la de un presidente en turno. Mientras Sheinbaum insiste en que la relación con Washington tiene límites claros, El Mayo lanza un mensaje entre líneas: lo que él representa sigue marcando el rumbo.

La paradoja es brutal. La presidenta habla de soberanía frente a Estados Unidos, pero en la práctica el gobierno mexicano camina con pies de plomo. La DEA sigue investigando, el Departamento del Tesoro congela cuentas y los fiscales federales esperan la pieza adecuada para exhibir las complicidades. México coopera, sí, pero solo hasta donde el equilibrio político interno lo permite.

El caso de Genaro García Luna, ex secretario de Seguridad Pública durante el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) y actualmente purgando una condena en Estados Unidos, dejó una lección: Washington puede derrumbar narrativas enteras si decide sentar a un funcionario mexicano en el banquillo de los acusados.

Por eso, cuando 55 capos son entregados con expedientes que rozan a políticos activos —sobre todo de Morena—, se diluye la retórica del respeto mutuo. La línea roja es evidente: no tocar a los narcos políticos aliados del régimen, al menos mientras la Casa Blanca no lo exija.

Pero la soberanía, esa palabra tan repetida, luce cada vez más desgastada. En los territorios del norte y del sur, en las ciudades fronterizas y en las comunidades del Pacífico, quien decide no es el gobierno federal, sino el crimen organizado.

En Washington los expedientes sobre México son usados como fichas de negociación migratoria y comercial. Así, el discurso oficial sobre la soberanía se queda en un eslogan que no alcanza a tapar ni la injerencia ni el vacío de poder.

Las declaraciones de El Mayo y de Sheinbaum, vistas en paralelo, dibujan una verdad incómoda: en México la soberanía no está en Palacio Nacional, sino repartida entre tres fuerzas.

La primera es el Estado mexicano, que habla con voz de diplomacia para las clientelas políticas; la segunda es el crimen organizado, que habla desde la clandestinidad y actúa abiertamente sembrando terror; y la tercera es Estados Unidos, que no necesita hablar mucho porque acumula información y la utiliza como arma política para presionar un día sí y otro también, como todo indica que sucedió con la visita de Marco Rubio a Palacio Nacional.

En ese tablero, Sheinbaum juega con márgenes estrechos de operación política. Puede repetir insistentemente que la cooperación con Washington tiene límites, pero sabe que esos límites se corren al ritmo de las presiones de la Casa Blanca.

El Mayo Zambada, en cambio, no necesita hacer precisiones: con unas cuantas palabras deja claro que ese poder paralelo sigue ahí, tan presente y tan activo como las limitaciones del propio Estado mexicano.

Y así, la soberanía mexicana se ha vuelto un campo de sombras: proclamada en el discurso reiterativo de Palacio Nacional, disputada en los territorios controlados por los cárteles que saben dónde radica su fuerza y condicionada desde las salas de la Casa Blanca, las agencias de seguridad, los medios de comunicación y los tribunales estadounidenses.

La presidenta Sheinbaum no se sale del guión de sus asesores y proclama, unas veces con vehemencia y otras con tribulación, la defensa de la soberanía nacional. Mantiene el discurso de López Obrador de “respeto mutuo” y “no-intervención” pero sabe que su margen de operación política es estrecho.

Washington no necesita imponer hasta ahora la fuerza militar; le basta insinuar que hay expedientes abiertos contra políticos para que Sheinbaum ceda en los temas de interés estadounidense y, ante esto, el gobierno ajusta su narrativa para no desatar tormentas.

El Mayo representa simbólicamente la otra sombra. Se sabe que sigue siendo un actor de poder, y lo dice cuando declara ante la Corte de Brooklyn que para operar en su larga carrera dio dinero a “policías, militares y políticos” hasta su secuestro y extradición.

Recordemos únicamente que traía como guardia de su seguridad a un agente de la fiscalía sinaloense. Esta sombra del crimen no solo cubre territorios enteros sino, también, esferas de poder donde están al acecho los narcopolíticos, esas figuras híbridas que no responden al partido en el poder, ni al gobierno, sino al financiamiento y protección de los cárteles.

Y así, cuando la presidenta Sheinbaum habla de soberanía, esa sombra se filtra. Como declaró lapidariamente Rubén Rocha, el gobernador de Sinaloa, en una entrevista off the record con el periodista Salvador García Soto:

No nos hagamos pendejos. Aquí todo mundo sabe cómo está la cosa. Yo fui y hablé con ellos… Fui a pedirles el apoyo”.

Finalmente, como decíamos, Estados Unidos no necesita desplegar fuerzas militares en territorio mexicano para marcar límites: le bastan sus tribunales. Esta sombra opera como un recordatorio permanente: el gobierno mexicano puede hablar de soberanía, pero la justicia estadounidense se reserva el derecho de exhibir lo que en México se calla para conservar los equilibrios.

Las sombras se superponen y la soberanía mexicana ya no es una luz clara, sino una penumbra. El Estado se sostiene en un discurso desgastado, el crimen en el control del territorio y Estados Unidos en los expedientes judiciales. Y ahí, en medio de las sombras que dialogan, chocan y pactan, la ciudadanía está atrapada.

En definitiva, por ahora México no vive bajo una soberanía plena, sino en campos de sombras donde todos se ocultan, todos se protegen y todos, en silencio, se necesitan.

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