En la política costarricense, la palabra “renovación” se pronuncia con facilidad. Se repite en discursos y se comparte en redes sociales como si fuese un conjuro capaz de transformar, por sí solo, la realidad. Pero la renovación no es una palabra mágica. No ocurre con solo mencionarla. Requiere compromiso, acción y, sobre todo, la valentía de incomodar a quienes están aferrados a las viejas formas.

En un partido político —y más aún en uno con la historia y el peso del Partido Liberación Nacional— el poder no se entrega voluntariamente. Las estructuras, las costumbres y las inercias suelen resistirse a cualquier intento real de cambio.

Es ahí donde la renovación deja de ser un slogan y se convierte en una lucha: un proceso que demanda decisiones difíciles, apertura de nuevos espacios y la determinación de no ceder ante las presiones que buscan mantener todo igual.

En este contexto, las acciones políticas emprendidas por Álvaro Ramos a lo interno del PLN son el ejemplo perfecto sobre lo que implica intentar renovar, más allá de las palabras, una organización partidaria con fuerte arraigo histórico.

Por un lado, supone cuestionar a líderes y dinámicas internas que han marcado el funcionamiento del partido durante décadas. Por otro, plantea la necesidad de abrir canales de participación más amplios y de reconectar con sectores que se han sentido distantes de la estructura formal.

En ese sentido, la contundente victoria de Álvaro Ramos en las urnas de la contienda interna no solo le otorga legitimidad, sino también un mandato político claro para emprender transformaciones profundas. La verdadera prueba estará en convertir ese respaldo en una implementación sostenida de cambios que fortalezcan al partido, refuercen su vínculo con la ciudadanía y produzcan resultados concretos, algunos en el corto plazo.

Sin embargo, estos procesos rara vez son lineales. Como en cualquier lucha, es probable que algunas iniciativas prosperen y otras enfrenten resistencia o incluso retrocesos. No faltan aquellos que lancen cuestionamientos por las prácticas adoptadas, así como la tentación de recaer en lo “viejo conocido”, ante el temor de atreverse a lo “nuevo por conocer”.

Así, el factor determinante y que marca la diferencia es la persistencia: sostener el rumbo más allá de los resultados inmediatos y sumar a la acción a quienes, dentro y fuera del partido, consideran que la renovación no es un lujo, sino una condición para seguir siendo relevantes en el panorama político nacional.

Hoy, más que nunca, la política costarricense necesita liderazgos con profundos principios democráticos, pero que asuman la responsabilidad de incomodar cuando es necesario, de abrir espacios, aunque haya resistencia, y de construir consensos sin claudicar en lo esencial.

Álvaro Ramos, contrario a la lógica política tradicional, se atrevió a dar el primer paso. La pregunta que sigue es si, las autoridades partidarias de todo el país, frente a la demanda sistemática de la ciudadanía por un cambio real dentro del PLN, estarán dispuestas a acompañarlo. La crisis de la democracia que vive Costa Rica necesita que una agrupación como Liberación Nacional esté dispuesta a atreverse a hacer las cosas de forma distinta, si es que quiere resurgir y obtener nuevamente el triunfo electoral.

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