Si alguna vez cae un imperio económico global, puede que no se deba a una revolución, sino a una novicia con buenas intenciones. The Phoenician Scheme, la más reciente creación de Wes Anderson, imagina el colapso de un monopolio económico con planos perfectamente simétricos, conspiraciones murmuradas, una luz cálida y tonos pastel; porque bueno, así es Wes Anderson.
La historia —como todo en Anderson— no se cuenta: se ornamenta. Un magnate de los negocios (Benicio del Toro), una novicia en formación (Mia Threapleton) y un profesor asustadizo (Michael Cera) se ven arrastrados a una intriga de proporciones mundiales: una conspiración para desmantelar o perpetuar (depende del bando en que se muevan) un monopolio económico disfrazado de orden natural. Un sistema tan pulido, tan elegante, que se organiza en cajas de zapatos, de camisas y guantes: el esquema fenicio.
Threapleton, en un papel demoledor, demuestra su naturaleza de hija de tigre (el otro apellido de Mia es Winslet, sí, como en “Kate Winslet”, su madre). La novicia Liesl recorre todos los colores de la santidad mariana, desde la Virgen hasta la Magdalena. Y si hay algo más inquietante que una gran conspiración, es una persona que tiene fe, y que recibe respuesta a sus oraciones.
Benicio del Toro, con actitud de león cansado pero aún peligroso, carga con otro tipo de fe: la esperanza en los negocios y en cumplir los tratos pactados. Y la carga como quien lleva una pistola sin balas: no sabe si sirve, pero no por eso la va a soltar.
Y Michael Cera, en su eterno desconcierto existencial, aporta humanidad a este entramado de cifras y apretones de manos (y enfrentamientos con granadas y fusiles), como si todo lo que pasa le sorprendiera… y a la vez, no tanto.
En The Phoenician Scheme tenemos una especie de thriller pastoral donde la religión, el comercio, la familia y la diplomacia se entrelazan en una coreografía de cortinas, sellos, ritos y contratos. El sistema económico no cae por un ataque directo, sino por desgaste moral, por una verdad apuntada con letra cursiva —de novicia— en el margen de un informe.
Visualmente, la película es una obra de relojería, tal y como estamos acostumbrados con Anderson: maquetas con trenes miniatura, archivos sellados con lacre y oficinas improvisadas en armarios. Pero bajo esa estética pulcra, late una pregunta sucia: ¿primero el dinero y luego el amor, o viceversa? ¿Si todo el orden que hemos aceptado del capitalismo no fuera más que una gran construcción escénica, otro tren miniatura?
The Phoenician Scheme susurra su mensaje, como en una liturgia (una con Willem Dafoe y Bill Murray… y sacrificios animales y barbas fenicias. Es decir, una liturgia muy entretenida, por cierto) ¿Qué pasa cuando una chica, novicia y heredera de una fortuna, empieza a preguntarse sobre la verdad de la fe y los negocios? Las personas con una idea definida suelen ser difíciles de disuadir. Algunas personas tienen el hábito de sobrevivir siempre, algunas de ellas incluso llevan hábito.
Wes Anderson puede convertir las historias más cotidianas en las más llamativas películas sobre el amor. The Phoenician Scheme es un claro ejemplo sobre el amor filial. Eso se subraya en la dedicatoria que hace el director para Fouad Mikhael Maalouf, su suegro. Y también queda claro en el epílogo, donde nos recuerda que, al final, el mejor negocio es el amor, el compromiso; si se tienen, la vida se multiplica “como el cedro del Líbano”.
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