El Medio Oriente es una región que se caracteriza por su diversidad y que se ha convertido en un espacio de disputas geopolíticas complejas y prolongadas. A través de las guerras proxy, que se tratan de conflictos donde potencias respaldan a actores locales no gubernamentales sin intervenir directamente, transformándose en una herramienta central en los enfrentamientos regionales. No se trata solo de manifestaciones de rivalidades locales o religiosas, sino que el reflejo de escenarios internacionales llevados a un escenario alternativo donde las víctimas no serían puestas por los actores enfrentados directamente.

Según el Dr. Sam Mullins del Centro Daniel K. Inouye de Estudios de Seguridad de Asia y el Pacífico en Hawái, estos actores permiten a los Estados mantener una “negación plausible” y reducir los costos políticos y militares de un enfrentamiento directo. Por esta razón en una región volátil como Medio Oriente, las dinámicas se ven desarrolladas por el sectarismo entre grupos islámicos (chiitas versus sunitas), las aspiraciones hegemónicas, así como la instrumentalización de los actores no estatales como son las organizaciones islamistas del Líbano, Irak, Siria, Yemen y los territorios palestinos, entre otros.

Por su parte, para el profesor Amr Hamzawy, investigador del Instituto Carnegie Middle East, este fenómeno es un nuevo modelo de “guerras de desgaste”, donde no se está tras una victoria decisiva o el control a largo plazo sino mantener guerras de baja intensidad con el fin de debilitar a un adversario, principalmente aquellos con mayores capacidades militares u operativas.

De esta manera, el conflicto entre Israel y Hamas en la Franja de Gaza desde el año 2023 ejemplificaría esto, un contexto de enfrentamiento de largo plazo, con altos costos humanos, sin que haya una solución en un corto plazo, generando un desgaste de imagen en uno de los actores que podría verse forzado a retirarse, aunque no logre todos sus objetivos estipulados al iniciar este conflicto.

Otro de los elementos importantes de señalar tiene que ver con las principales rivalidades regionales. Primero, se puede mencionar el caso de Irán y Arabia Saudita, quienes mantienen enfrentamientos que son el eje estructural de gran parte las guerras proxy en la región. Los iraníes, a través de su red de milicias islamistas, ha buscado la consolidación de una “media luna chií” desde Teherán hasta el Líbano.

Mientras que Arabia Saudita, por el contrario, ha liderado coaliciones militares y diplomáticas para equilibrar frente al expansionismo de Teherán, especialmente en los últimos tiempos en Yemen. Sobre esto, Hamzawy subraya el impacto de la mediación de actores hegemónicos como es el caso de China para lograr reestablecer los puentes de comunicación entre Teherán y Riad, reduciendo los ataques por parte de los hutíes y la posibilidad de retomar el camino de la diplomacia.

Por otro lado, se encuentra el caso de Turquía, quienes tras años de expansionismo ideológico y militar post-Primavera Árabe, se ha enfocado en una reorientación pragmática. De este modo ha pasado de apoyar a los grupos vinculados con los Hermanos Musulmanes en Egipto, Siria y Libia, a buscar acuerdos para dirimir cualquier diferencia con sus adversarios.

Pese a esto, siguen siendo catalogados como un actor agresivo que no teme involucrarse en dinámicas militares en escenarios tales como Siria o Irak, principalmente contra los kurdos, aprovechando así para golpear al régimen de turno y extender su influencia a nivel regional basados en su enfoque geoestratégico.

Mientras tanto, Israel ha reforzado su doctrina de “disuasión preventiva” con ataques a objetivos hostiles, así como la política de normalización con países árabes. Ante esto, Hamzawy acusa al gobierno de Israel de seguir una estrategia de hecho consumado (fait accompli) debilitando según su perspectiva la causa palestina mediante a través de políticas en los territorios y hostilidades frente al liderazgo de la Autoridad Nacional Palestina

Pese a esto, Israel tiene riesgos estructurales debido a la necesidad de mantener una ventaja militar considerable sobre sus adversarios, por una cuestión de sobrevivencia, tal y como quedó reflejado durante los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023, donde les dio una bofetada de realidad sobre los riesgos a su existencia que implica perder una guerra en su zona.

Por otra parte, en cuanto a potencias hegemónicas, Estados Unidos combina despliegue militar, asistencia económica y diplomacia coercitiva para mantener su superioridad en la región. Mientras que Rusia perdió un poco de la consolidación política debido al descalabro del régimen sirio, los problemas estructurales de la situación iraní, así como sus propios problemas debido a la guerra contra Ucrania.

Para Mullins, ambos han operado a través de actores no estatales para evitar compromisos convencionales y tener una influencia sobre los espacios grises entre la guerra y la paz. Por esto, las guerras proxy generan equilibrios frágiles, que se caracterizan por rivalidades permanentes y modelos de alianzas cambiantes.

Por ejemplo, Irán ha ganado influencia en el llamado Eje de la Resistencia, pero también ha sido confrontado por medios diplomáticos y militares. Los líderes del Golfo han combinado el uso de fuerza con negociaciones regionales, mientras Israel se consolida a través de su superioridad tecnológica y la negociación de acuerdos con actores del mundo árabe. De este modo, el equilibrio existente no es garante de estabilidad, por cuanto se basa en la exclusión y en la militarización con picos de violencia temporales.

También el uso de proxis ha derruido países enteros con crisis humanitarias y estructurales. De ahí la urgencia de una arquitectura regional de seguridad basada en la diplomacia, el respeto a la soberanía, y la inclusión de todos los actores, el fortalecimiento de actores no estatales como instrumentos de la guerra irregular, plantea un desafío a la soberanía estatal y a la legalidad internacional.

Las guerras proxy en el Medio Oriente son reflejo de un orden regional fracturado, donde las potencias locales y globales priorizan sus intereses por sobre la seguridad humana. No hay posibilidades de paz sin garantías de justicia, y no se alcanzará justicia sin un esfuerzo regional genuino que supere la dependencia de potencias externas, así pues, mientras se sigan utilizando actores no estatales para librar conflictos indirectos, la región permanecerá atrapada en un ciclo de guerra prolongada, fragmentación institucional y sufrimiento civil.

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